Ernest Hemingway, cubano indomable

-Este 21 de julio se cumplen 110 años del nacimiento del escritor norteamericano Ernest Hemingway, estrechamente vinculado a Cuba.
   
París era una fiesta, fue terminado de escribir por Ernest Hemingway en Cuba. Corría el año 1960 y conoce a Fidel Castro durante el Concurso de Pesca que hoy lleva su nombre: Hemingway. Aconteció el 15 de mayo.
   
Se acercaba el trágico final de este hombre de la literatura universal. En Finca Vigía se presentan los primeros síntomas de desequilibrio mental. Viaja a España y escribe sobre la porfía entre dos toreros famosos, Dominguín y Ordóñez. Interrumpe su periplo ibérico por hallarse y sentirse enfermo.

Similar a los animales indomables, Ernest Miller Hemingway regresa al lugar en el cual nació: Ketchum, Idaho, en octubre de aquel premonitorio año 60. Un mes más tarde es ingresado en la clínica de los Hermanos Mayo.
   
Cinco meses después, en abril de 1961, reingresa en el recinto hospitalario y es sometido a sesiones de electroshock. En la mañana del dos de julio coloca el cañón de su rifle bajo la barbilla y se suicida de un cruento escopetazo.
   
En relación con Cuba, país en el cual residió por 22 años, comentó en cierta ocasión. “Amo este país y me siento como en casa; y allí donde un hombre se siente como en casa, aparte del lugar donde nació, ese es el sitio al que está destinado”.
   
Muchas cosas lo vinculaban a la Isla desde que la conoció en abril de 1928 cuando, acompañado de su segunda esposa Pauline Pfeiffer, hizo estancia en La Habana antes de proseguir hacia Cayo Hueso. A partir de ese instante, fue como si un bichito se introdujera en la piel del genial escritor y periodista.
   
El Hotel Ambos Mundos, la calle Obispo, los restaurantes El Floridita y La Terraza (este último en el ultramarino poblado de Cojímar), la pesca de la aguja, los mangos de Finca Vigía… en fin. Pero tal vez lo que más caló en Ernesto fue la gente: Constante, el cantinero; Gregorio, el pescador.
   
Desde 1933 no se desvinculó jamás de Cuba “isla larga, hermosa y desdichada”, como la calificó en las Verdes Colinas de África.
   
En carta a Earl Wilson que data de 1952, Hemingway le escribe: “Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba… Me mudé de Key West para acá en 1938 y alquilé esta finca y la compré finalmente cuando se publicó Por quién doblan las campanas. Es un buen lugar para trabajar porque está fuera de la ciudad y enclavado en una colina…
   
“Perdí cinco años de mi vida durante la guerra y ahora estoy tratando de recuperarlos. Yo no puedo trabajar y vivir en Nueva York porque nunca aprendí a hacerlo… Pero este otoño cuando salga El viejo y el mar tu verás parte del resultado del trabajo de los últimos cinco años”.
   
Tales confesiones ponen de relieve cómo Cuba se convirtió en el refugio profesional de Ernest Miller.
   
Tanto es así para el escritor que en una crónica sobre la corriente del Golfo acota: “(…) uno vive en esta isla porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono… y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”.
   
Para nadie resulta incógnito que el sitio en el cual los escritores tejen sus historias se convierte en misterios de la creación literaria. Finca Vigía, además de ese encanto, tocó hondo las fibras de Hemingway.
   
A poco más de un mes de morir, Mary, su esposa, viaja a La Habana, se entrevista con Fidel y dona el sitio a la bisoña Revolución. Se crea el museo que lleva el nombre de ese también cubano que fue Ernest Miller Hemigway. (Servicio Especial de la AIN/ Por Marcos Alfonso)