Déjame decir que te amo
¿De cuántas formas se podría clasificar el amor? Hay muchas. El amor de los padres, que nos ahoga sin cansancio hasta que aprendemos a respirar; el de un amigo, que nos acompaña en los momentos más difíciles y cuya luz nunca se extingue.
El de nuestra mascota, que tiene la maravillosa capacidad de alegrarnos la vida con el más mínimo jugueteo, luego de todo un día de tropiezos; o el de aquella persona inexistente hasta el momento de encontrarnos e inolvidable más allá de su partida.
Sí, todos perduran, porque sin ellos no podemos vivir; algunos llegan con más intensidad que otros, pero allí están a la espera de salvarnos la vida.
Y es que a veces no valoramos los detalles de las personas amadas, pasamos por alto la intención de mamá al prepararnos la comida como tanto nos gusta, o el abrigo que nos compró abuelo para que no pasemos frío, o la rosa que nos regalan esperando una sonrisa.
Por eso los días de San Valentín son todos aquellos que sepamos amar, en los cuales nos despertemos prestos a luchar por nuestras convicciones de no dejar de sentir, de tener la ilusión infinita de mantener el calor de los nuestros, de que nunca falten a la casa, al trabajo, a la escuela, a los momentos compartidos.
Cualquier persona puede amar y necesita ser amada. Los minutos más bellos se reciben a diario, solo hay que buscarles su pasión.
Viva entonces la guerra que más corazones ha matado, o como dijera Ricardo Arjona, en una de sus certeras canciones: ¡Ay amor que despiertas las piedras, ay amor tan necesario como el sol, cuando llamas estoy, a la hora que tú digas voy, porque tantas veces nos quitas la pena! (Por Yuraici Pérez, Raiza Arango y Angélica Menéndez/(estudiantes de Periodismo)Servicio Especial de la AIN)