Martí ilumina a infantes cubanos

“Sin las niñas y los niños no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz”. Este enunciado de José Martí escrito con el mismo pulso de su energía amorosa dice mucho de su diáfana ternura por los traviesos ismaelillos.

En el  hijo depositó los besos más puros, colocándolo, las tantas veces inolvidables a ahorcajadas sobre el pecho protector. Pleno de gozo ebrio lo abrazaba, cubriéndolo de versos, mimos, caricias interminables de padre feliz.

Advertía el Maestro la necesidad de determinar bien las individualidades de los pequeñines en su verdadera relación, halagándolos cuando descubren su inteligencia al hallar lo desconocido. Saben, aseveró con vocablo magisterial,  más de lo que parece.

Nada de mentiras. A los infantes se les ha de decir siempre la verdad, pidió  el Apóstol. Así se convertirán en mujeres y hombres elocuentes, sinceros. Las cosas falsas nunca los harán felices, les saldría la vida equivocada. No podrán retornar a la infancia y aprenderlo todo nuevamente.

La infancia en Cuba lleva en los gozos juguetones la intensa gratitud del hombre de los versos sencillos. Él vio en esa etapa de la vida la esperanza del mundo.

Las  venideras generaciones continuarán luchando por fundar, crear, construir un futuro sin guerras, sin injusticias. Hacer el bien entre todos juntos les robustecerá la naturaleza espiritual.