[:es]Combatiente santacruceño apoyó camaradas de lucha desde la misión asignada[:]
[:es]Santa Cruz del Sur, 17 may.- La convicción leal de lo que asumiría le llenó de compases valientes el corazón. Fue la jefatura de la Unidad militar 6299, enclavada en Cabinda, República Popular de Angola la que le asignó la misión.
El joven soldado de 18 años asumió la responsabilidad de cocinero. Juan Alberto Mora Gutiérrez, llega a la hermana tierra africana el siete de abril de 1983.
Antes, el santacruceño y muchos cubanos de distintas provincias del archipiélago, recibieron la preparación estratégica en la cuarta división ubicada en ese entonces en el municipio Remedios, de la provincia Villa Clara.
Estuvieron breves días en la Unidad angolana de Cacuaco. Luego son trasladados hacia la provincia de Cabinda.
“Los trajines iniciales en la cocina se tornaban casi insoportables. Los escogidos nos levantábamos a las dos de la madrugada para comenzar a elaborar el desayuno. Ese era nuestro desafío, del que nos enamoramos.
Velábamos porque no se violaran las reglas de higiene…Sazonar al gusto general, resultó algo difícil, sin embargo, lo conseguimos”.
Por algún tiempo Mora devino dietista de la tropa y de los pacientes del hospital de esa demarcación. “Recibí un seminario, no obstante leía, me superaba en las pocas horas libres. Cada patología de los enfermos llevaba un tipo de alimento. Lo que yo orientaba nadie podía contradecirlo ni variarlo. Gané la confianza de mis jefes y los médicos que laboran en ese centro”.
Llego a la sufrida geografía “dispuesto a luchar. Soñaba con meterles metralla a los mercenarios sudafricanos. Comprendí que no todos podíamos estar en el frente de batalla. La retaguardia es esencial en cualquier tarea de ese tipo. Quienes en esa posición permanecimos servimos de gran apoyo para la independencia de Angola”.
En Moxico, capital de Luena le es ordenado un nuevo deber. Integra la brigada de campamento y vivienda, “dirigida por el Teniente Cosme, cuyo objetivo era reparar inmuebles y equipos electrodomésticos de la propia misión militar”, evocó.
Creció la conciencia de Juan Alberto en la RPA. Vio las fatigas de la sangre, la caída de los camaradas que allá dejaron la vida por la hermosa causa. De ellos hacia Cuba sólo regresaron los restos. “Para todos ellos mi eterno respeto por la digna actitud solidaria. La muerte sepultó sus cuerpos, no su ejemplo”.
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