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El té japonés y sus encantos llegan a Cuba

El té japonés y sus encantos llegan a Cuba Para los japoneses una taza de té guarda el mismo valor que una de café para nosotros los cubanos, y el hecho placentero de degustarlo es tan importante como el proceso de su preparación.

Desde el lejano siglo XII la bebida se popularizó en Japón: primero en los templos Zen, luego entre los soldados y la clase alta y por último entre la gente del pueblo. Al estallar la llamada Guerra Civil de Onin, a mediados del siglo XV, cuando la ciudad de Kyoto quedó prácticamente destruida, surgió entonces la cultura del té sobrio o “Wabicha”, quizás porque las personas hastiadas de la muerte implantaron una especie de filosofía de la vida, inspirada en la tranquilidad y la sobriedad.

Para los japoneses, la ceremonia del té es sinónimo de hospitalidad y sobre todo de tradición; así lo demostraron a los cubanos algunos integrantes de la escuela Urasenke, entre ellos la Señora Yoshino Higurashi, quienes asistieron al Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes.

El té verde, el de mayor consumo en Japón, suele tomarse sin azúcar y combinarse con ciertos dulces, contrarrestando el amargor propio de la infusión. En tiempos antiguos, cuando la repostería nipona era incipiente, la cotizada taza de té se acompañaba con una bola asada de harina de frutos junto a masas de arroz cocidas al vapor. Posteriormente aparecieron dulces procedentes de China, los que se confeccionaban amasando la harina de arroz, trigo o legumbres.

La Agregada Cultural de la Embajada de Japón en Cuba, Maki Ashida apunta que la repostería nipona experimentó un desarrollo ostensible durante el período Edo, cuando el azúcar comenzó a comercializarse.

Ashida destaca que los dulces que actualmente se consumen en su país se remontan a esa etapa y la estética de la que son portadores hace alusión a las estaciones del año, las que se hallan presentes y se disfrutan por igual en el clima japonés. Por ejemplo si se colorea el “kinton” (sojas molidas acarameladas) de verde con puntos rosados, se denomina “montaña de primavera”, porque representa las flores de los cerezos. Si el dulce se colorea de amarillo y rojo se alude entonces al otoño.

La ceremonia del té suele ser larga, lenta y la caracteriza toda una serie de pasos protocolares que van desde su preparación hasta su consumo. Para el evento, el anfitrión suele decorar el espacio para la degustación con instrumentos y flores, se enciende el fogón y la paz parece apoderarse de los comensales.

Una ceremonia del té puede durar hasta cuatro horas, donde el invitado además de ingerir la infusión, tiene la suerte de degustar determinados platos de comida.

Ashida explica que todo este ritual sucede en las conocidas casas de té, escenario para la liturgia que se sitúa en el jardín (roji) de los hogares. El visitante antes de asistir a la ceremonia pasa por varios “kekkai” (umbrales entre lo sagrado y lo cotidiano). Uno de los pasos a cumplimentar para esa purificación mental consiste en limpiarse las manos y enjuagarse la boca con el agua depositada en una vasija. Posteriormente el comensal deberá entrar por la puerta “nijiri-guchi”, ubicada al lado derecho del vestíbulo.

La “nijiri-guchi” tiene aproximadamente unos 66 cm. de alto y ancho, con unos 50 de altura y resulta ser el último umbral para pasar de lo cotidiano a un mundo diferente. La vida agitada de este siglo XXI ha conllevado a que los japoneses simplifiquen los pasos que dan lugar a la ceremonia del té, sin embargo la costumbre de beberlo así como de ofrecerlo a las visitas sigue estando presente en la sociedad actual, indica Maki Ashida.

De igual modo, la Agregada Cultural puntualiza que los japoneses tienen costumbre de acompañar sus desayunos, almuerzos y cenas con una buena taza de té verde, el que funciona muchas veces como estimulante para quienes comienzan su día. Guiados por ese efecto despertador, los monjes Zen tomaban té para superar el sueño cuando iniciaban sus prácticas espirituales.

A su vez, el té verde ayuda a prevenir la proliferación de microbios y neutraliza las sustancias venenosas, de ahí que al asistir uno a los restaurantes de sushi se nos sirva una generosa taza de la infusión, porque las hojas de té verde contienen catequizas, sustancia que evita la intoxicación alimentaria.

El gusto de los japoneses por el té no sólo se limita a consumirlo en su forma más tradicional, sino que la bebida sirve de base para la elaboración de helados, bizcochos o granizados, aunque la misma puede tomarse mezclada con leche.

Sin duda el té y los dulces que lo acompañan en su degustación son parte indisoluble de la cultura japonesa, una tradición que perdura en el tiempo a pesar de lo convulso de la vida.

(Por: Sarahí García Contreras/ Radio Rebelde)