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Buenaventura: Soledad ante miseria compartida

Santa Cruz del Sur, 13 sep.- A finales del año 1955 Rafael Buenaventura Almenares Cedeño, uno de los 33 caídos en la Emboscada de Pino 3 y la masacre de La Caobita, el 27 de septiembre de 1958, emigró a la colonia cañera de Las 1009. Arribó con muy poco equipaje, pero sí con mucha miseria.

Con la única y sagrada aspiración de contribuir a lograr la dignidad plena del hombre, bajó de Buey Arriba en busca de trabajo. Santiago Castro Barrero lo vio llegar:

«Se albergó en un barracón completamente antihigiénico que había aquí . El barracón se mantenía todo el año con doscientas personas o más. Los que no cabían ahí dormian a fuera. Muchas veces Ventura Almenares durmió debajo de la carreta porque no había  capacidad donde armar la hamaca. Ahí dormía, pero al otro día iba al trabajo.

»Fuimos compañeros de alzamiento. Fuimos compañeros limpiando caña: con guataca y con machete. Compartíamos mucho. Era una persona que sudaba mucho. Cuando salía del trabajo el sudor le corría por todo el cuerpo como si estuviera metido en una laguna, como si estuviera metido en un río.

»Rafael era un hombre de estatura alta, ojos verdes y pelo lacio. Usaba siempre un sombrero de yarey en el que atravesaba un lápiz para controlar todo el trabajo que se realizaba en cada jornada.

»El sol estaba casi al esconderse en el horizonte. Habíamos concluido una agotadora faena en la agricultura cañera, Ventura nos comentó:

»–Compay, en once días, en once largas jorna’, solo me he ganao’ 75 centavos.

¿Ustedes saben lo que es eso? Lo que me he ganao’ no me alcanza ni pa’ fumar. ¡Es una miseria!

»La crítica situación económica se incrementaba. Rafael era de los que recibía el peso de la explotación. Ya era hora de tomar una decisión. Habla  que decidir que se iba a hacer, que se iba  a determinar, porque aquí en Las 1009 no había ya como vivir. El trabajo que se hacia era a cambio de arroz y frijoles. No había dinero para nadie. Si alguien se enfermaba tenia  que coger un papelito y con ese papelito ir a Río Cauto para que le dieran la medicina. Rafael estaba enfermo de los pies, por la humedad que había  y parece que de tanto sudar. Para comprar una medicina le daban un papelito. Que le decían un haber, lo que le quedaba para comprar la medicina.

»Lo vi muy pensativo. Me miró fijamente y me dice sin yo preguntarle:

»–Mira Santiago. Te voy a decir algo muy confidencial, muy peligroso, pero confío en ti. Yo veo que eres un hombre honesto. Te diré que yo cada vez que puedo oigo la Radio Rebelde y na’ más estoy esperando una oportunidad pa’ incorporarme al Ejército Rebelde.

»A Buenaventura no le agradaba tener que compartir su miseria con una mujer, por eso muchos de sus compañeros no le conocieron a nadie en su vida.

»Era soltero y nunca lo veía enamorarse. Nunca le conocieron una mujer.

»Uno de los muchachos le preguntó:

»–Ventura. Ven acá. ¿Tú no piensas algún día buscarte una mujer que te atienda?

»Un poco molesto nos recalcaba:

»–Pa’ la vida que llevamos es mejor estar solo que acompañao’.  Lo  que  aparece  pa’  uno,  no puede compartirse entre dos y mucho menos esta miseria. Es mejor entonces estar soltero».

Santiago recuerda:

«En las 1009 la vida era muy difícil. No había donde recrearse. Esperábamos por el fin de semana y hacíamos una colecta. Comprábamos una botella de ron para trabajar en el alza. Los fines de semana eran cuando más se realizaba el tiro de caña. Él tampoco quería. Él no quería. No quería ni tomar.

»–Tomar ron me puede crear un hábito y entonces estaré obligao’ los fines de semana a tomar ron ¡Pues no lo hago nunca! ¿Ustedes no se dan cuenta que con lo que ganamos no nos alcanza ni pa’ comer? Pues menos pa’ tomar ron.

»Ante la negativa Fernando Chala, bromeaba con Ventura:

»–Rafael, un poco te me pareces al aura: Ni cantas, ni comes fruta, ni bebes. En qué vas a parar, Rafael?

»No le gustaba mucho las jaranas. Él no era hombre de jaranas. Él era una gente seria. Era un compañero serio. Él era un compañero formal. Le gustaban las cosas a su forma».

Rafael era muy respetuoso. Un hombre de palabra. No le agradaba ver sufrir, ver en la miseria a una mujer, realmente si, tenía una novia. tenía un gran amor en su vida. Amaba a una mujer allá en el batey de Soloburen. Estaba muy enamorado de María Yanes Corona. Ceferino era testigo de ese amor:

«Se enamoró de una tía de nosotros. Pero no llegaron a na’. No se casaron. Él era muy exigente. Ella no. Ella era una campesina humilde que no pedia na’. Pero no se comprendían  y se dejaron».

Buenaventura tenía plena confianza en  Santiago Castro Barrero:

«Un hombre al servicio de la tiranía se filtro entre los obreros agrícolas que estaban en  los barracones. En la zona comienzan a manifestarse inquietudes a favor de la Revolución.

»Era de tarde, sobre las cuatro y media. Aldo Chala, otro compañero de la clandestinidad y yo corremos a los barracones.en busca de Rafael.

»–Ventura, tenemos que tener cuidado.

»–¿Tener cuidado de qué?

»–Compay, acabamos de saber que Pastor Zamora es un traidor que está con la gente de Masferrer. Tenemos que tener cuidao’ porque si es verdad corremos peligro.

»–Nosotros no tenemos que cuidarnos, el que tiene que cuidarse es él. Que vea como puede salir de aquí.

»Pastor Zamora, a veces comía  con nosotros en el barracón. Pero el hombre se desapareció de por aquí».

En la zona de Las 1009 se creó un grupo de escopeteros. Se inició la recepción de armas para cuando llegara el momento del alzamiento. Se unieron en la misión, entre otros Rafael, Hermes y Ceferino Rondón Yanes.

«En un colmenar, propiedad de mi abuelo, teníamos escondidas las escopetas. Empezamos a recoger armas… Rafael, Hermes, Stalin, yo. En total éramos siete. Los siete empezamos a recoger armas pa’ mantenerlas en el escondite  de nosotros, ahí en el colmenar de mi abuelo, que por  cierto,  fue  a  uno  de  los  primeros  que  le pedimos  la  escopeta.  Nos  la  dio  rápidamente. Sabía que era pa’ defender a la Revolución. Así empezó Rafael con nosotros. Era muy exigente. Pero era un compañero muy bueno con nosotros. Hablaba  muy  bien  de  la  Revolución. En to’ momento hablaba de  la necesidad de la Revolución.  De lo que hablaba mal era de la tiranía que habla  aquí, del sacrifico que pasábamos todos. Rafael siempre me indicaba:

»–Ceferino, esto no puede continuar así con esta miseria. Tenemos que tumbar a la tiranía.

»Nadie sabía aquí que nosotros estábamos trabajando en la clandestinidad. Ni los padres de nosotros lo sabían. Pero teníamos que decírselo porque había llegado el momento.

»No le dimos mucho rodeo al asunto. Los viejos se preocuparon. Pero pronto comprendieron la situación. Mamá nos preparó una comida de despedida pa’ todo el grupo. Nos preparó unos bollos de maíz y  bistec es de vaca.

»Observé a Hermes muy contento, pero a la vez preocupado porque iba a separarse por primera vez de los viejos.

»Nuestros padres comprendieron que lo hacíamos para el futuro porvenir de la familia y de la gente de aquí.

»No se explica cómo mi hermano Hermes y Rafael, que eran tan distintos, se llevaban tan bien. El deseo de tomar las armas los habla unido mucho». (Texto e imagen: Cortesía del periodista Lázaro David Najarro Pujol, colaborador de Radio Santa Cruz)