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Susurros y lamentos creen escuchar santacruceños, recordando las víctimas del huracán de 1932

Santa Cruz del Sur, 9 nov.- Los susurros de voces apenas imperceptibles, lamentos que se entremezclan entre las rachas de vientos del sur vienen, según testimonios de santacruceños, de las almas vagabundas quedadas atrapadas en lo más profundo del mar y entre los restos de las construcciones de madera del antiguo poblado de Santa Cruz del Sur que yacen enterradas en playazos.

Se cumplen este nueve de noviembre 93 años del luto y la desolación provocados por el huracán que destruyó la vida de más de Mil personas entre las grandes olas, la agresividad de bolos de madera, las tejas de zinc movidas en el espacio costero como armas asesinas y el frío intenso diseminado por las torrenciales lluvias.

De nada valían los gritos de auxilio de las madres por sus hijos desaparecidos, de los que aclamaban a sus padres o a otros seres queridos entre los infernales rugidos del mar y las ráfagas de viento. Muchos suplicaban a Dios por su salvación, pero todo tipo de sacrificios y promesas fue en vano. La muerte los enredó  en sus malignas redes y satánicas trampas.

En el pintoresco poblado costero de bellas edificaciones y largos muelles vivían enamorados del mar los pescadores, quienes tenían búsqueda cotidiana con la captura de pescado y diligentes comerciantes orgullosos de sus avances económicos. Los pobladores sentían beneplácito de residir encima de aquella lengüeta de arena a pesar de estar pronosticada a desaparecer.

Pero la gente no daba crédito a ningún asomo de peligro. Era costumbre que en mal tiempo el agua salada penetrara en las fangosas calles rellenadas con piedras, momento aprovechado por algunos para mover remos en botes de un lado a otro del caserío entre tragos de caliente ron. Un modo de pasarla bien hasta que el clima mejoraba.

No contaban los santacruceños con medios de comunicación. Conllevó que en su mayoría no se distanciaran de la zona de peligro. Pero más que todo insidió la insensibilidad del Gobierno presidido por Gerardo Machado, el Asno con Garras, como lo calificará el líder estudiantil Julio Antonio Mella. El tirano no se ocupó de la llegada a tiempo del tren para evitar los torrenciales llantos, las desenfrenadas angustias y el luto permanente de los sobrevivientes del monstruoso meteoro del nueve de noviembre de 1932. (Imágenes tomadas de Internet)