Gerardo Hernández: La línea

Acuarela de Antonio Guerrero No. 11 PESCANDO (FICHINGO). Esta pintura representa lo que se conoce como “el carro” y “la línea”. El “carro” que traté de representar está hecho de un tubo de pasta con unas baterías adentro. La “línea” es simplemente una larga cuerda. Las cosas en el “hueco’ comienzas a descubrirlas poquito a poquito y así se van integrando a la sobrevivencia de los reclusos en esas condiciones. Veíamos desde la ventanilla de la puerta cómo desde otra puerta salía a toda velocidad, por la ranura entre la puerta y el piso, algo que no podíamos identificar bien y que estaba atado a una larga cuerda, normalmente hecha de una tira de sábana. Claro que no tardamos en darnos cuenta que era la forma más habitual de uno a otro preso para pasarse revistas y un montón de cosas más. A veces, se sumaban varios reclusos para hacer llegar algo a alguien más distante. Aunque todo podía fracasar con la entrada inesperada de un oficial.

Las mejores se hacían con el hilo del forro de las colchonetas, y eran resistentes y fáciles de esconder, pero precisamente por eso casi todas las colchonetas estaban ya con “las tripas” por fuera, y el hilo era difícil de conseguir.

Se hacían también con hebras de elástico de calzoncillos, y otras -las más difíciles de esconder para que no se las llevaran en los registros de las celdas- con tiras de sábanas o de pullovers. Con estas últimas era mayor el riesgo de recibir un reporte disciplinario por dañar la propiedad del Buró de Prisiones, pero nada detiene a los presos ante la necesidad de enviar y recibir cualquier cosa que quepa por debajo de la puerta.

“La línea”, “El carro”, “La guagua”… Son varios los nombres, pero “el mecanismo” es el mismo: se le amarra un peso en la punta, por ejemplo una “pila” o batería, o hasta un pedazo de tubo de pasta dental con dos baterías adentro, de modo que cuando se tire deslizándose por el piso, salga disparada por debajo de la puerta y entre -con suerte- en la celda de enfrente. En el otro extremo de la línea se amarra el periódico, el poquito de café instantáneo, o cualquier otra cosa que se quiera mandar. El que recibe la punta la hala hasta que lo enviado entre a la celda, “descarga”, y devuelve después la línea. Si esta es lo suficientemente larga, entonces “la carga” se le amarra en la mitad, y el que la manda conserva un extremo, de modo que cuando el otro descarga, solo hay que recoger la línea de vuelta. El requisito fundamental, por supuesto, es que todo quepa por el espacio que queda entre la puerta de hierro y el piso, ¡pero caben muchas más cosas de las que cualquiera pudiera imaginarse!

Tirar la línea es un “deporte” que requiere de mucha práctica. No solo es difícil colarla por la puerta de la celda de enfrente, sino que a veces cuesta trabajo hasta sacarla con la velocidad requerida por la propia puerta de uno. Además, a veces lo que se quiere mandar no es para el preso de enfrente, sino para el de al lado, o para el de tres celdas más allá, por lo que se requiere la cooperación de varios “linieros”. En ocasiones, cuando se tira la línea, esta queda en medio del pasillo, y otro preso debe tirar otra línea para engancharla y halarla. A este otro “deporte” se le conoce como “pescar”. Parece todo muy complicado, pero cuando uno tiene que pasar las 24 horas del día en una celda del tamaño de un baño, a veces sin tan siquiera un libro para leer, sobra el tiempo para “inventar”, y para intentar una y otra vez hasta lograr lo que uno se propone.

En el “hueco” de Miami, para entrar al pasillo donde están las celdas, los guardias tenían que abrir una puerta de hierro, y el ruido de la cerradura alertaba a los “linieros”. Pero no pocas veces las líneas no se podían recoger a tiempo y los guardias corrían para pisarlas y quitarlas, o veían en que celdas entraban y exigían que se las entregaran. En más de una oportunidad, si las líneas eran de hilo fino y no daba tiempo a recogerlas, se dejaban en el pasillo, y los guardias les pasaban por encima sin darse cuenta. Aunque parezca increíble, en prisiones con celdas ubicadas en dos niveles, o sea, tipo mezzanine, hemos visto tirar líneas desde una celda de arriba hacia otra de abajo, y viceversa.

La creatividad del preso no tiene límites, y los ejemplos sobrarían, sólo que muchos de ellos por ahora no los podemos contar…

Gerardo Hernández

(Tomado de Cubadebate)