Voces silenciadas, imágenes escondidas
(Palabras pronunciadas por Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la presentación del libro “Huellas del Terrorismo – sus víctimas hablan” de Keith Bolender, con prólogo de Noam Chomsky, La Habana, Febrero 15, 2011)
Este libro es un intento por quebrar la ignorancia. Nos permite oír las voces de quienes no han sido escuchados. Muchas víctimas del terrorismo no pueden hablar pero otras sí, como son sus hijos, sus cónyuges, sus padres. En realidad lo han intentado muchas veces durante años de dolor y frustración pues sólo han encontrado, como eco, el silencio. Bolender rompe los cerrojos y les abre puertas cerradas por demasiado tiempo.
Es así que por sus páginas desfilan nombres rescatados del anonimato, seres humanos que debían haber sido conocidos y reconocidos antes. Nuestro aprecio y gratitud al autor que los ha salvado, a ellas y ellos, y a los suyos, de un olvido imperdonable.
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El último capítulo aborda el caso de los cinco compañeros encarcelados en Estados Unidos por tratar de evitar crímenes como los aquí descritos.
Los llamados medios de información han sido instrumentos principales en el injusto proceso contra ellos. Han impedido que la gente se entere de lo que sucedió en Miami mientras que en esa ciudad “periodistas” pagados por el gobierno crearon una atmósfera de odio hacia los acusados y amenazaron y provocaron groseramente a los miembros del tribunal. Varias organizaciones de la sociedad civil norteamericana reclaman al gobierno que entregue la información que todavía oculta sobre este contubernio entre fiscales y “periodistas” pero hace ya cinco años que Washington se opone tozudamente.
Al mismo tiempo ocultaron y siguen ocultando evidencias que nunca presentaron al tribunal ni permitieron que salieran a la luz. Permítanme poner un ejemplo sumamente revelador que adquiere importancia especial ahora cuando el gobierno y la jueza de Miami deben pronunciarse respecto a la petición de Habeas Corpus a favor de Gerardo Hernández Nordelo.
Como se sabe, la peor y más injusta acusación contra Gerardo, es la de conspiración para cometer asesinato en primer grado, con motivo del derribo en aguas cubanas, el 24 de febrero de 1996, de dos avionetas de un grupo terrorista miamense.
Gerardo no tuvo nada que ver, absolutamente, con ese lamentable incidente. Pero, además, porque el hecho ocurrió en nuestro territorio era algo que ningún tribunal estadounidense podía examinar pues estaba fuera de su jurisdicción. En el juicio concluido en Miami en 2001 se conoció que las agencias norteamericanas que operan los sistemas de satélites poseían imágenes que habrían registrado dónde se produjo el suceso. Pero Washington se opuso a que fuesen suministradas al tribunal y la jueza accedió a tan extraña posición.
Han pasado diez años. La defensa de Gerardo continúa reclamando al gobierno que entregue las imágenes y el gobierno se sigue oponiendo tercamente ¿No les resulta sospechosa esa conducta? ¿Si sus registros probasen que el derribo ocurrió en aguas internacionales por qué ocultan esas imágenes?
La actitud del gobierno federal en esta materia es una prueba adicional, una más, de la absoluta inocencia de Gerardo, que es tan inocente como sus cuatro compañeros. Más aún es una prueba de que el 24 de febrero de 1996 no ocurrió delito alguno y que además los sucesos de ese día tuvieron lugar en el territorio soberano de Cuba en el que ningún tribunal norteamericano tiene competencia. Estamos hablando de un hecho que ocurrió hace quince años y fue usado como pretexto para intensificar con la Ley Helms-Burton, la guerra económica contra Cuba; un incidente que se convirtió en eje central del juicio más largo de la historia norteamericana. Ante el tribunal la fiscalía admitió la existencia de esas imágenes pero se negó a que fuesen presentadas como evidencias y mantiene desde entonces su negativa. Son imágenes que solo ha visto el gobierno de Estados Unidos y nadie más puede verlas. Si esas imágenes le diesen la razón a Washington ¿por qué persiste en esconderlas?
¿Puede alguien, a estas alturas, dar crédito a la posición norteamericana?
¿Y qué decir de los llamados medios de comunicación? Para ellos esta prolongada disputa no existe. Ellos, los medios que ocultan la verdad, son, aunque fuese involuntariamente, cómplices de los terroristas y culpables por los sufrimientos de sus víctimas.
En la obra de La Colmenita mencionada antes, los niños que sueñan con liberar a los Cinco se preguntan angustiados ¿qué más podemos hacer? Este libro debe ser un llamado a continuar la lucha por la verdad y la justicia. A multiplicarla sin descanso hasta que la verdad prevalezca y con ella, la justicia.
(Tomado de antiterroristas.cu)