Sentí que les gané la pelea, dice asaltante al Moncada
Por dónde comenzar el diálogo con un hombre perteneciente a la generación marcada por el golpe militar del 10 de marzo de 1952, hecho que violentó el orden constitucional en Cuba e instauró la dictadura de Fulgencio Batista…
Estamos en el antiguo Presidio Modelo de la otrora Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, y mi interlocutor es Gil Alfonso, asaltante al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953.
“Dos meses después de aquel nefasto día, Vega, un amigo del barrio, me habló del grupo liderado por el joven abogado llamado Fidel Castro y de la posibilidad de unirnos a él para luchar contra la dictadura. Así entré al movimiento.
“Ya a finales de ese año comenzamos las prácticas de tiro en la Universidad de La Habana. La cosa era en serio.
“El día 23 ó 24 de julio nos encontramos con Fidel en casa de Abel Santamaría en 25 y O, en el Vedado -narra Alfonso, de piel blanca, baja estatura y ojos pequeños- allí nos indicaron a cinco futuros combatientes que viajaríamos con el pinero Jesús Montané sin rumbo conocido.
“Me llamó la atención que para ese entrenamiento debíamos ir bien vestidos, no podíamos hablar por teléfono y mucho menos intercambiar palabras con ninguno de los más tarde asaltantes si los encontrábamos en el camino.
“Durante el viaje le pregunté a Montané dónde era el entrenamiento y me respondió ‘allá adelante’ y estábamos en Colón, Matanzas” -sonríe.
“Cuando llegamos a Santa Clara, Montané entró por una calle contrario al tráfico y la policía nos detuvo, pero en cuanto dijo que era contador de la compañía americana, la policía dejó que continuáramos viaje y así llegamos sin más contratiempos al Hotel Rex, en Santiago de Cuba”.
Mi interlocutor no sobrepasa el metro 60 de estatura, además de su delgadez de entonces y con 23 años de edad, no imaginaba la envergadura de la hazaña que junto a otros jóvenes protagonizaría.
“Ya en el hotel, comimos y subimos a la habitación donde, desde el balcón, vimos cómo el pueblo disfrutaba de las congas y comparsas que amenizaban el carnaval.
“Como a las nueve de la noche del 25 de julio salimos hacia la granjita Siboney. Al llegar, Melba Hernández y Haydée Santamaría planchaban aún algunos uniformes amarillos, y me sorprendió que fueran de los usados por los guardias batistianos.
“A las 10 de la noche Fidel se reunió con nosotros y nos dijo que tomaríamos el cuartel por sorpresa; nos dividió en tres grupos; a mi me tocó el primero (que atacaría el Moncada); el segundo, iría al Palacio de Justicia y el tercero, al Hospital Saturnino Lora, en ese estaban las dos mujeres.
“Después habló Abel Santamaría, segundo jefe al mando del movimiento y cantamos en susurro el Himno Nacional.
“Salimos pasadas las cinco de la madrugada en varios carros. Cuando estábamos a pocos metros de la posta tres, el grupo que sabía dónde estaban las armas se bajó primero.
“En él iba Renato Guitar quien gritó: ¡Abran paso al general! Tomaron una barraca, pero las armas ya no estaban. Fracasaron el asalto y la sorpresa, y nos retiramos al monte.
“Solo en aquel lugar tuve que regresar a Santiago. Cerca de la iglesia de la Virgen de la Caridad del Cobre encontré a dos de mi grupo y acordamos decir, si nos detenían, que estábamos allí disfrutando de los carnavales, relata.
“Pero tenía la guayabera manchada de sangre debido a un pinchazo en el dedo y ahí empezó nuestra tragedia.
No pudo evitar que lo apresaran.
“Me golpearon salvajemente, recibí patadas, porrazos, culatazos, me fracturaron costillas y la clavícula, me tiraron contra el piso y luego en la azotea del edificio donde nos tenían presos me halaron por el pelo con intención de lanzarme… pero si lo hubieran hecho se iban conmigo.
“Después llegó otro que me llevó al sótano, amenazó matarme con una pistola si no decía la verdad… a pesar de aquellos días de golpes yo sentí que les gané la pelea.
“La reacción de la dictadura fue brutal: golpes, torturas, lanzamientos desde la azotea y disparos… no cesaron durante una semana. Batista había decretado estado de sitio en Santiago de Cuba y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional”.
Ya estamos en la sala del hospital donde guardaron injusta prisión los jóvenes de aquel movimiento surgido para no dejar morir a José Martí en el año del centenario de su natalicio.
Observo a Gil Alfonso frente a la cama donde durmió 580 días en el Reclusorio Nacional para Hombres de Isla de Pinos, y en sus ojos descubro el brillo de los días como expedicionario del yate Granma, combatiente en la Sierra Maestra e integrante de la caravana de la victoria en enero de 1959. (Por Ana Esther Zulueta, AIN)