Recuerdos imborrables de la gesta del Moncada

Recuerdos imborrables de la gesta del MoncadaEn los días previos al juicio por los sucesos del 26 de Julio de 1953, la identificación entre el pueblo santiaguero y los jóvenes revolucionarios se acrecienta.

Mucho coraje derrochó Haydeé Santamaría en aquellas jornadas, a pesar del dolor por la pérdida de Abel -el hermano- y de Boris Luis Santa Coloma, el novio.

Con tristeza Haydee recordaba: “ (…) sentía una soledad tremenda que no lograba disipar ni con los preparativos de la próxima batalla que íbamos a enfrentar en los salones de la audiencia. Eran muchos los recuerdos de la niñez compartida con Abel, de la casa del Vedado, en 25 y O, de los compañeros que ya no irían (…) No puedo olvidar tampoco a Boris y los paseos por Miramar, como tampoco cuando me decía: Mira Yeyé cuando lleguemos al poder todas estas casas, estas mansiones fastuosas, serán del pueblo….”

Así, entre recuerdos y recuerdos, marcados por el dolor y la nostalgia, transcurrían los días de cautiverio previos al juicio de los Moncadistas, como pasaron a la historia los asaltantes a la fortaleza militar de Santiago de Cuba.

Mientras, la incomunicación de Fidel se mantenía, pero los presos comunes que laboraban en distintas áreas de la cárcel de Boniato, en tierras santiagueras, prestaban su cooperación y pasaban mensajes.

De esa forma lograron la preparación para el juicio. Parecía que estaban haciendo otro Moncada, y así fue.

Fue en la propia prisión donde los jóvenes comenzaron a ensayar la Marcha del 26 de Julio que Fidel había encargado componer a Agustín Díaz Cartaya.

Haydeé evocaba aquellos momentos: “…Los compañeros se la enseñaron a un preso y este venía al pabellón donde estábamos Melba, Fidel y yo y nos enseñaba la música. Así pudimos cantarlo en la guagua que nos trasladó a la audiencia, el primer día que nos llevaron a juicio

Cuando los jóvenes entraron a la sala de audiencia, todos enmudecieron: bastaba mirar la gallardía que emanaba de los rostros de los combatientes para eliminar todo tipo de conjetura, las actitudes negativas no cabían en aquellos muchachos que iban con paso firme y la frente en alto.

Un santiaguero rememoraba: “Realmente yo esperaba encontrar a una gente abatida, depauperada: esperaba verlos sucios, con la ropa rota y con ojos de odio y rencor…pero no, todo lo contrario, tenían rostros resplandecientes, como los de cualquier muchacho en la calle, iban limpios, muy limpios”.

Todas las miradas se concentraron en aquellos jóvenes esposados, por eso causó tremendo impacto el hecho de que Fidel reclamara con las manos en alto: “Un juicio no se puede realizar mientras los acusados permanezcan con las manos esposadas en una sala de justicia”.

El propio presidente del tribunal se sorprendió y ordenó que le retiraran las esposas.

Así comenzó el juicio del Moncada.

Por Raysa Mestril Gutiérrez/ Radio Cadena Agramonte.