José Fernández Peña: Amor eterno
Santa Cruz del Sur, 12 sep.- Los niños, adolescentes y jóvenes rinden homenaje póstumo a José Fernández Peña caído en la emboscada de Pino 3 el 27 de septiembre de 1958, un mártir que dejó un hermoso legado de amor y entrega.
Quienes lo conocieron en vida recuerdan que como estaba convencida que José Fernández Peña era el hombre de su vida entonces Silvia Téllez Morales le juró amar eterno. y viceversa, Se amaban mutuamente. Las dos familias vivían en la zona de El Brazo, en Las Arenas, pero cuando Silvia y José se casaron decidieron levantar un rancho de tabla y guano en Las Tunas, a unos quince kilómetros de donde habían nacido y crecido.
Rene Téllez Morales, el hermano de Silvia estaba muy vinculado a su cuñado José:
«Compartíamos las mismas ideas políticas. Él era de una célula del Movimiento 26 de julio. Después yo fui para Las Tunas a estudiar. Vivía en la casa de ellos».
En enero de 1958 José Fernández Peña participó en varios sabotajes en Las Tunas.
René llegó a la casa de su cuñado y lo encontró preparando una nueva acción. Aún no había caído la tarde.
«–¿Qué, tienen fiesta hoy? —le pregunté en forma de broma.
»Se mantuvo unos segundos sin decirme nada. Me miró a los ojos seriamente.
»–Mira René, ya tú te has dado cuenta en lo que estamos metidos. La pistola queda ahí donde tú sabes. Si me pasa algo cuida a la familia.
»Al oscurecer se marchó de la casa. Pero bueno resolvieron sin dificultades. Quemaron unas guaguas. Se enfrentaron al enemigo. José era un hombre muy arriesgado, un hombre de temple. Tenía en el escaparate veinte o treinta petardos. Los guardaba con llave en una de las puertas del escaparate. Al siguiente día le digo:
»–¡Cuñado, eso es peligroso!
»José me respondió riendo:
»–Bueno, todo es peligroso ¿Qué no es peligroso en la vida?
»La pistola la escondía en un pedazo de guano en el techo de la casa. Solo utilizaba el revólver, porque la pistola tenía sus problemitas. Parecía que le fallaba a veces».
René no era de la misma célula del cuñado:
«E inclusive fue de los primeros que comenzó escuchar a la emisora rebelde. Yo llegaba y él estaba en ese trajín, aunque era un hombre muy reservado. No hablaba con mucha gente sobre sus actividades clandestinas al no ser algunos detalles relacionados con la propia seguridad de la familia.
»Yo sabía que él era de una célula, que guardaba los petardos, la pistola y el revólver en su casa y que participaba en acciones, como esa noche que quemaron las guaguas que me dijo eso:
»– Si me pasa algo pues cuida a la familia.
»Pero él era muy reservado. No era una gente que hablaba. Muy poquita gente creo que sabía. Ni con mi hermana Silvia hablaba de esas cosas».
José Fernández Peña sentía en lo más profundo de su corazón ese amor por la Revolución. Pasaba largos minutos meditando con relación al destino de la Revolución. Lo sentía, lo llevaba en el pecho…, una gente tremenda. René se llevaba bien con él. René conocía de las actividades revolucionarias de su cuñado:
«Repito. Yo era de otra célula. Él nunca me había pedido que me incorporara al grupo de ellos. A lo mejor si se lo pedía él hubiera aceptado. Pero nunca hablamos de eso.
»Mi hermana y José tuvieron tres hijos. En aquella época Marcel, tenía nueve años de edad; Marisol, seis y Joseito, cuatro años de edad».
El mayor de los tres hijos, Marcel, era muy apegado a su padre. Sentía un profundo amor y una gran admiración por ese hombre valiente. A pesar de sus nueve años de edad, el niño se daba cuenta de que el padre estaba metido en algo:
«A mi corta edad yo sabía. Recuerdo de algunas cosas de esas en la casa donde nosotros nacimos. Realmente en esa época yo en varias ocasiones vi el arma que tenía escondida en el guano de la casa. Un día la descubrí. La tenía envuelta en un trapo, con los proyectiles.
»Cuando papá salía de la casa, a distintas misiones, descubría los documentos y otros objetos comprometedores que dejaba escondidos.
»El forro del colchón, por debajo, estaba desfondado completo. Ahí había gorras del Movimiento 26 de Julio, mucha propaganda…todo eso estaba debajo del colchón. Cuando sacaba algo, volvía a coser el colchón. Sacaba o entraba y lo volvía a coser. Lo dejaba como mismo estaba.
» Mi papá era una persona autodidacta. No sabemos cómo pudo alcanzar un adecuado nivel cultural.
»Tenía en el escaparate una máquina de escribir. Que yo sepa nunca fue a una escuela. Yo no sé cómo aprendió a leer y a escribir. Lo que hoy sabe la vieja mía, lo sabe porque él la enseñó.
» Mi papá se ponía todas las noches a escribir cartas, documentos y escribió poemas revolucionarios.
» En una conversación con la vieja parece que se le fue que él se comunicaba con Frank País. Cuando Frank País cayó. ¡Coño!. Eso fue un dolor de cabeza para mi padre.
»A pesar de que yo era un muchacho, papá confiaba en mí:
»– Cuidado con decir o comentar algo con tus amiguitos. Si hablas de lo que tú has visto o escuchado, puedes lastimar a tú mamá y también a mí. Tú eres un hombrecito. Nosotros confiamos en ti.
»Así me decía. Mi padre se había dado cuenta que yo conocía de algunos de sus pasos. Silvia, mi mamá, le reiteraba:
»–¡José, el muchacho siempre es muchacho!
»Pero estaba convencido que por mí la información no llegaría al cuartel. Yo si veía que él iba pa’ allá y regresaba pa’ acá. Con la edad que yo tenía sabía que estaba en algo… pues bueno lo veía en movimiento. Y pensaba también que si mi papá estaba en algo, debía ser bueno, porque comprendía que era un gran hombre, por su forma con nosotros, con mamá y con la gente. Lo contrario de lo que se escuchaba por ahí de los guardias que daban palos y que asesinaban. Pero mi padre era callao’, muy reservado.
»Mi papá tenía una tienda allá en la calle Sosa y supo esconder a un compañero que posteriormente me enteré que lo sacaron para la Sierra Maestra».
José Fernández siempre buscaba tiempo para conversar con sus tres hijos, confirma su cuñado:
«–Vengan para acá Marcel y Joseito. Ven para acá Marisol. Miren yo quisiera que ustedes estudien. Yo quisiera que ustedes sean algo en la vida. Mira Marcel, tú eres un hombrecito. Tú debes ayudar a tú mamá, pero ayúdela estudiando».
Marcel estaba orgulloso de su padre, aunque a veces no comprendía nada de lo que le decía. Pero se sentía orgulloso de él.
Por un problema de seguridad de la familia, José abandonó todos sus bienes en la calle Sosa, en Las Tunas y se trasladó para Las Arenas. El asesinato de su sobrino Miguelito, por la Rural, selló la etapa de clandestinidad de José Fernández Peña.
El 20 de septiembre de 1958 llegó a las Arenas la Columna 11, y José encontró el momento propicio para hacer realidad su sueño de incorporarse a la guerrilla, pero además tenía la indicación del Movimiento 26 de Julio en Las Tunas de pasar directamente a la lucha armada, porque estaba, al decir de René, quemao’:
«Solo tenía una preocupación y ya me lo había manifestado:
»–Cuídame mucho a los niños. Que Marcel crezca feliz. A Silvia no le debe faltar lo imprescindible para vivir honradamente».
Marchó a la guerra vistiendo el traje verde olivo, portando su revólver y mostrando el brazalete del 26. (Texto: Cortesía del periodista Lázaro David Najarro Pujol, colaborador de Radio Santa Cruz) (Imagen tomada de EcuRed)