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La muerte de Bin Laden: sin perro, pero con rabia

Atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados UnidosEl criterio expresado por el líder revolucionario Fidel Castro a raíz de la muerte del cabecilla Osama Bin Laden en Pakistán a manos del comando militar gringo, encierra esta objetiva verdad: la desaparición física del personaje sindicado como promotor de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos no constituye el fin del terrorismo.

De ahí que sean muy pocos quienes se han tragado el altisonante mensaje del presidente norteamericano, Barack Obama, a raíz de la operación castrense contra el líder de Al Qaeda, acerca de que el deceso del extremista islámico hace al mundo mucho más seguro.

En primer lugar, no puede olvidarse que Osama Bin Laden  fue creación absoluta de los aparatos estadounidenses de inteligencia, cuando el gran empeño del imperialismo era derrotar a las fuerzas soviéticas desplegadas en Afganistán en auxilio de las autoridades de izquierda radicadas en Kabul.

De manera que la relación de Washington con semejante personaje remeda la del sinuoso doctor Frankenstein con aquel monstruo criminal que puso en marcha a partir de pedazos de cadáveres animados por fuertes descargas eléctricas.

Al igual que en ese relato fantástico de origen británico, al final el engendro terminó mordiendo la mano del amo y convirtiéndose en asunto que debía ser liquidado de raíz.
 
De ahí la muerte en el enfrentamiento donde, al parecer, Bin Laden ni siquiera pudo hacer uso de un arma, junto a la rápida desaparición de su cuerpo en las aguas del océano.

Resulta evidente que un líder terrorista de esa índole, prohijado por el imperio, no debía ser encarcelado ni llevado a juicio, porque muchas historias incómodas podrían haber salido entonces a la luz.

Pero a lo que vamos, y que bien subraya Fidel Castro: la muerte de Bin Laden ni es la manera de enfrentar al terrorismo ni liquida ese flagelo de la faz de la tierra.

En todo caso, el espectáculo alrededor del suceso puede servir a los intereses reeleccionistas de Barack Obama, a la vez que “recordarle” al planeta que Washington no perdona a quienes se le oponen, como poderoso estado depredador al fin.

Mientras, lo del cacareado combate al terrorismo no sale de la habitual noria.

Al fin y al cabo, para los círculos norteamericanos de poder sigue vigente la fórmula de terroristas malos y buenos, de manera que unos merecen la muerte, y otros las alabanzas y el refugio seguro.

¿Dudas al respecto? Repásese simplemente la historia del asesino Luís Posada Carriles, huésped ilustre de la primera potencia del orbe; la cual, incluso, a nombre del antiterrorismo, todavía mantiene dos guerras fraticidas en Asia Central. (Por Néstor Núñez, AIN)