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El mea culpa de Bush sobre Iraq, otra patraña

El mea culpa de Bush sobre Iraq, otra patrañaMéxico .- En un insólito mea culpa, el presidente George W. Bush buscó asegurarse la indulgencia de los libros de historia y de sus conciudadanos, al señalar que su “mayor lamento” durante los ocho años de su mandato fue el error cometido cuando aseguró que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva.

Sin embargo, no reconoció en ningún momento la trama oculta que le permitió orquestar la invasión a Iraq el 19 de marzo de 2003.

Durante una entrevista difundida el pasado 1 de diciembre por la cadena estadounidense ABC, Bush eludió dar una respuesta directa cuando Charles Gibson le preguntó si acaso habría reconsiderado sus planes de invasión en caso de saber que esas armas no existían.
“Eso sería rehacer algo que no puedo rehacer”, respondió Bush.

Admitió “que no estaba preparado para la guerra”. Y a modo de disculpa tardía, esgrimió: “No hice campaña diciendo ‘por favor, vótenme, seré capaz de manejar un ataque’”.

En el tramo final de su gestión presidencial, sumido en el desprestigio, Bush volvió a mentirle a los estadunidenses. Veamos por qué.

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en el territorio continental de Estados Unidos marcaron un nuevo paradigma en la fórmula “guerra y mentira” de comienzos del siglo XXI. Lo más probable es que nunca se conozca la verdad sobre esos hechos.

Aunque de algo sí se podía estar seguro desde un comienzo: la versión oficial del gobierno de Estados Unidos fue falsa o parcialmente falsa. Y otra cuestión más que fue quedando clara con el tiempo: lo que se montó a partir de los atentados fue una típica acción de terrorismo de Estado a escala global.

Cuatro días después de los hechos, desde la residencia campestre en Camp David, el presidente Bush anunció que Estados Unidos estaba “en guerra” y apuntó su dedo acusador contra el millonario saudita Osama Bin Laden, “protegido” de Afganistán, como “principal sospechoso” (intelectual) de los ataques.

Durante un mensaje por radio a la nación, Bush pidió a los estadounidenses “paciencia y determinación” porque el conflicto sería largo. Dijo también que sería un conflicto distinto contra un enemigo distinto, sin campo de batalla.

El 24 de septiembre, cuando la Casa Blanca planificaba una respuesta militar contra los presuntos responsables de los ataques, en el marco de la nueva “guerra contra el terrorismo” denominada Justicia Infinita, un oficial del Pentágono reveló al diario The Washington Post que en la “guerra informativa de gran intensidad” en curso, se iba a “mentir” a la prensa. Que se impondrían “nuevos y estrictos límites” a la información. Es decir, a la libre expresión.

Un día después, en un confuso desmentido, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, explicó que en el marco de la nueva estrategia militar de largo plazo enmarcada en lo que la administración Bush definió como defensa de la patria, ante lo que señaló como “nuevas amenazas” o “amenazas asimétricas”, sería necesario intensificar las operaciones de inteligencia y “podría haber circunstancias en las cuales sería necesario no ofrecer la verdad” a los medios.

Apremiado sobre si en la “campaña de operaciones de información” el Pentágono podría divulgar información falsa, Rumsfeld respondió: “Supongo que uno nunca dice nunca”. Y recordó la frase de Churchill de que “en tiempos de guerra, la verdad es algo tan valioso que debe ser cuidada por un guardaespaldas de mentiras”.

La mentira del Pentágono como arma de guerra entraría de nuevo en acción en 2002-2003, durante los preparativos para la invasión a Iraq. Finalmente, la invasión se consumó. Pero las razones de la guerra de agresión neocolonialista contra Iraq no fueron las patrañas que esgrimieron cada día, durante meses, los expertos en propaganda bélica de Washington y Londres.

El motivo de la agresión no fue Saddam Hussein y sus “armas de destrucción masiva” (ADM). Tampoco el absurdo argumento sobre las “relaciones” del régimen iraquí con el grupo terrorista Al Qaeda. Menos la ausencia de “democracia” en Iraq.

Todo eso fue desinformación maniquea. Distorsión de la realidad. Manipulación mediática. Diversionismo ideológico. Intoxicación propagandística en tiempos de guerra. Basura para mantener engañada infundiendole miedo a la muchedumbre, espectadora silenciosa. Una vez más, el conflicto fue manufacturado para controlar las emociones de las masas y llevar a cabo la “ingeniería del consenso en la democracia”.

Los motivos para la devastación de Iraq fueron otros: Estados Unidos, la superpotencia imperial, vio amenazada su hegemonía. Por eso, obsesionados con sus fantasías de poder mundial, Bush y los fundamentalistas genocidas de su entorno, querían reconfigurar el mapa geopolítico del Golfo Pérsico y todo Medio Oriente.

Fue en ese escenario que Iraq y su petróleo importaban. Pero eran solamente una pieza. Como señaló el experto Michael T. Klare, quien de manera temprana acuñó una expresión ad hoc para la incursión estadounidense en esa región: “imperialismo energético”, controlando la zona con protectorados y redes de bases militares, igual que en el siglo XIX en pleno auge de expansión imperialista, Washington podría estrangular la economía de los rivales potenciales (Europa, China, India), tan dependientes de hidrocarburos como Estados Unidos.

Sólo así, creían los halcones, podrían conservar su dominio; su poder sin límites. Los verdaderos enemigos no eran,pues, Osama Bin Laden y Hussein. Tampoco el Islam. Desde el 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos ha estado mintiendo todo el tiempo. Bush lo sigue haciendo.(Carlos Fazio/ PL)