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Permitan que Gerardo vuelva a casa

Raúl Castro encabezó sepelio de madre de antiterrorista cubano ¡ Palabras pronunciadas por la periodista Arleen Rodríguez Derivet en el sepelio de Carmen Nordelo, la madre de Gerardo Hernández

Querido Raúl, Alarcón, compañeras, compañeros. Chabela, Aliet, Lizbeth, Yadira, Adriana, que está aunque esté lejos; familiares de los Cinco y por tanto familia de Carmen:

Nadie está listo para quedar huérfano. A ninguna edad. O al menos  no mientras aun solo somos hijos en espera de tener los nuestros. La orfandad es un cansancio que no encuentra reposo, una puñalada sin sitio exacto que nos llena de agujeros todo el cuerpo. Es crecer de golpe ante la desoladora certeza de que la muerte no es reversible. Y quedarnos incluso sin el alivio del llanto, porque hasta las lágrimas huyen del dolor de los huérfanos.

“Solo sé que tengo una necesidad física de que aparezca mi madre y yo recline mi cabeza en su regazo magro y ella me diga: “mi viejo”, con una ternura seca y plena…”, escribió el Che en su relato “La Piedra”, para no olvidar el día en que lo golpeó la peor noticia, en medio de la selva.

“A mamucha, de su nene”, pidió escribir Gerardo, en las cintas sobre las flores para Carmen.

Antes, en su libro sobre el poder del amor y el humor, la había llamado  ”viejuca linda” y había anotado que “si algo hay en mí de nobleza y bondad, sin duda alguna lo heredé de ella.”

Este domingo, en la radio, Alicia  Jrapko, la hermana que la solidaridad le dio a los Cinco, contó desde California, la historia de un pequeño pajarito que llegó a la celda de Gerardo en Victorville el 4 de junio, cuando él estaba cumpliendo 44 años. Cuba, como le llaman los otros presos, fue el único capaz de alimentarlo y cobijarlo.

Dice Alicia que Cardenal, que así nombraron al avecilla por una marca roja que él le hizo para no perderlo, estuvo con Gerardo hasta hace muy poco tiempo, como un misterioso mensajero de la libertad que le espera si sabemos luchar porque así sea. Él es el único visitante que ha llegado hasta el interior de su dura celda durante 11 años.

Gerardo salvó a Cardenal y Cardenal acompañó a Gerardo en días especiales en que no podía abrazar a Carmen ni besar a Adriana. A su madre porque ya estaba muy enferma.  A su esposa, porque la crueldad infinita y sin sentido del gobierno norteamericano se lo impide.

Pero la de Cardenal es apenas una de varias  vidas que Gerardo ha salvado. Hace poco, uno de los abogados del caso, contaba otra historia que se conoce menos. La de un prisionero sin deseos de vivir por la pérdida de toda relación con sus afectos. Gerardo movilizó a los suyos y logró que la familia del preso volviera a comunicarse con él, hasta devolverle los deseos de seguir existiendo.

¿Y nosotros? ¿Cada uno de nosotros no le debe su vida o la vida de otros seres queridos que con su generosa misión él contribuyó a proteger?

La última vez que visitamos a Carmen en su lecho de enferma, nos conmovió la única señal de vida que nos devolvió desde su mirada fija. Alguien dijo: Gerardo, ella parpadeó y un par de lágrimas rodaron desde sus ojos hasta entonces secos.

Hoy quisiéramos tener el poder de la avecilla que lo acompañó y alegró en estos meses llenos de noticias dolorosas como preludio a la peor que podría recibir un preso.

Quisiéramos volar hasta su celda, abrazarlo y agradecerle por habernos presentado, desde su obra y su vida, a esa mujer sencilla que fue su madre. La muchacha de las Islas Canarias de la que  heredó mucho del amor y el humor que lo han salvado del odio en todos estos años.

La madre que, después de perder a su esposo por la peor de las enfermedades, debió enfrentarse en un mismo año a la muerte de su hija María del Carmen y a la arbitraria detención de Gerardo. Y de todos los golpes que le dio la vida, se levantó, para luchar por la libertad del hijo y de sus hermanos.

Cuesta imaginarse el vacío de la orfandad entre las paredes de una celda como la de Gerardo, el más castigado entre los hombres injustamente presos que en el mundo hay.

Los que nos odian tanto que nos están cobrando  en su sufrimiento nuestra libertad, se taparán los oídos, dirán cualquier obsceno disparate para negarnos  el derecho a este grito, pero no es posible despedir los restos de Carmen y agradecer la compañía de los amigos, de los hermanos y ya. Hoy solo cabe gritar una y otra vez: basta ya de castigo injusto, de crueldad sin sentido. Permitan que Gerardo vuelva a casa. No solo porque es bueno para él, sino porque es lo justo y lo legal.

Hemos sepultado hoy, en esta tierra cubana, a Carmen Nordelo, Orden Mariana Grajales por su heroísmo, la mujer que tuvo entereza suficiente para proclamar orgullo por el hijo preso; la mujer que a la pregunta de si se sentía sola respondió que no, porque su hijo es el pueblo y el pueblo la acompaña…

Gracias