Los niños y sus derechos en este mundo al revés
Con más y más de lo mismo amanecerá el mundo este 20 de noviembre, Día Universal del Niño, pero nada nuevo bajo el Sol habrá y el “cuartico” seguirá igualito para millones de seres humanos -no por pequeños, inferiores-, a quienes se les priva de cualesquiera de sus derechos.
Lo peor es que si a esas víctimas inocentes del egoísmo, la codicia, la insensatez y la barbarie les preguntan, de seguro nada saben y ni imaginar pueden, que existen una Declaración y una Convención sobre los Derechos del Niño, aprobadas por la Asamblea General de la ONU un 20 de noviembre, la primera hace 55 años y la otra, 25 y ratificada ya por 190 países.
Cuesta creer que la Humanidad tardase tanto en ponerse de acuerdo sobre la necesidad y el deber de preservar tamaño tesoro; y que pasado tanto tiempo, tales tratados continúen siendo letra muerta y su cumplimiento una “asignatura” pendiente para la mayoría de los gobiernos, bien por falta de voluntad política o porque las urgencias del presente les impiden ocuparse del mañana e invertir en esa promesa de futuro que es todo infante.
Más aún cuesta creer que Estados Unidos no haya ratificado todavía la Convención de 1989, ni siquiera por “guardar la forma” ante la comunidad de naciones, y justificar el triple papel de adalid, juez y árbitro que a sí mismo se ha asignado en materia de derechos humanos.
Lejos de celebrar, la raza humana tendría que llorar de rabia, dolor y vergüenza por los que han muerto, los que ahora mismo están muriendo y los que aún morirán a causa de los conflictos armados, las enfermedades prevenibles y curables, el hambre, el trabajo esclavo, la explotación sexual, la polución, las drogas y el tráfico de personas y órganos.
La tragedia de una niñez arrebatada o negada sin piedad a tantos seres humanos, provoca en los cubanos una extraña mezcla de indignación y alivio. Nos sentimos a mil años luz de ese infierno, como en un oasis en medio de tanto desierto.
Vivimos orgullosos de lo que hemos construido para nuestros niños y niñas y de lo hecho para salvaguardar esa edad dorada que es la infancia, y deviene legítimo el orgullo, tanto más, porque este paraíso no está en la culta Europa o la Norteamérica rica; sino en un país pobre, pequeño y sitiado del Sur.
No hace un mes, por ejemplo, en los 168 municipios cubanos quedaron constituidas las Presidencias de los Pioneros, hecho absolutamente inédito y extraordinario.
Crearlas representa un gran paso adelante en el empeño de promover la autodirección y un protagonismo cada vez mayor de los pioneros, que por vez primera participarán directa y sistemáticamente en la toma de decisiones respecto a la vida, funcionamiento y quehacer de su Organización, más allá de la escuela, donde tiene sus bases.
¿No es esto protección, respeto, garantía para el ejercicio pleno del derecho de los pequeños y adolescentes a expresarse y a que sus opiniones sean tenidas en cuenta; a tener participación en las decisiones sobre asuntos que les conciernen, y en la vida familiar, escolar, de su comunidad y de la sociedad? ¿Cuántos en el mundo pueden mostrar algo semejante?
Pero, cuidado, que la satisfacción no nos lleve a la presunción o la complacencia, porque no todo está bien. “Havanastation”, primero, y especialmente “Conducta”, hicieron caer la venda de muchos ojos y obligaron a encarar realidades, que por duras, preferimos no ver. Amargas verdades, sí, como que hay en la Cuba de hoy chicos que nacen y crecen en franca desventaja.
Nadie puede desentenderse de la educación de un niño, de su atención, desarrollo y bienestar. Ese “nadie” abarca familia, escuela, comunidad, instituciones, la sociedad en pleno y cada ciudadano, pues en algún momento todos influimos y podemos hasta inclinar la balanza, para bien o para mal.
Celebremos, entonces, que razones tenemos para la alegría, pero reflexionemos también y esforcémonos mucho más, para asegurarles a nuestros pequeños toda la justicia, la felicidad y el goce y ejercicio plenos de sus derechos. (Por Maria Elena Alvarez Ponce, AIN)