La balada de los tres abuelos: la huella indocubana
Por Adolfo Silva Silva
“(…) sacó un español su espada, en quien se creyó que se le revistió el diablo, y luego todos ciento de espadas, y comienzan a desbarrigar y acuchillar y matar de aquellas ovejas y corderos, hombres y mujeres, niños y viejos, que estaban sentados, descuidados, mirando las yeguas (…)”.
“(…) iba el arroyo, de la sangre, como si hobiesen muerto muchas vacas (…)”.
Así lo reflejó, entre otras alusiones al hecho, fray Bartolomé de las Casas, testigo de la matanza de Caonao –pueblo con más de dos mil habitantes–, la mayor contra aborígenes referenciada en Cuba, y perpetrada presumiblemente en 1513, por una horda al mando de Pánfilo de Narváez.
El testimonio sobre esa orgía sangrienta es, además, el primer reporte documental conservado acerca de la presencia indocubana en la hoy oriental provincia de Camagüey, y sí sucedió en el citado año cuando aún ni siquiera existía la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, constituida según la tradición en 1514, y primer núcleo poblacional estable hispano en el territorio y antecesora de la actual capital provincial.
El holocausto de Caonao, no obstante su trascendencia en la historia de las depredaciones coloniales en América, es una de las torrenciales y disímiles huellas que en la memoria y/o tangibles atestiguan, en el presente, parte de las huellas aborígenes en tierras camagüeyanas.
Tan subestimado y por lo general ausente de los análisis de los elementos coprotagónicos de la forja de la cultura cubana, el legado indígena supera de forma extraordinaria a la impronta quizás más común de esa influencia, el casabe, el “pan” de los indios.
Uno de los hitos de la referida herencia en el área en cuestión, y de amplio y diario uso masivo concierne, entre otros indicativos, a nombres de asentamientos humanos, sitios naturales y plantas.
La extensa lista consta de vocablos como Guáimaro, Hatibonico, Tínima, Caonao, Najasa, Jaronú, Tuabaquey, Imías, Banao, Guaicanámar, yuraguana, güira, Bayatabo, ceiba y Guaney.
También las huellas están en sitios arqueológicos, entre ellos, los de la Sierra de Cubitas y la llanura costera al norte de esas elevaciones, y los de los municipios Florida, Najasa y Nuevitas.
Las pinturas indígenas de las cuevas de la citada norteña serranía, insertadas en una de las regiones pictográficas de la Isla, tienen, además, la particularidad de ser las únicas que abarcan todos los colores detectados en ese tipo de arte en el territorio nacional.
En “Sab”, novela antiesclavista, la camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), citó los aún existentes dibujos indocubanos de la cueva de María Teresa, en la mencionada cordillera, de unos 60 kilómetros de longitud.
La arqueología aborigen en el país tuvo en la zona camagüeyana sus cimientos.
El reporte oficial primigenio y con interés científico al respecto corresponde a restos humanos detectados en 1843 –en el sur de la actual provincia–fosilizados y de procedencia indígena, cualidad certificada por un dictamen pericial realizado en Madrid.
Ese hallazgo fue publicado en el tomo XVII de las Memorias de la Real Sociedad Patriótica de la Habana, revista de circulación en todas las posesiones españolas, incluida la metrópoli.
En el contexto étnico, como en otros lugares del país, son visibles varios rasgos aborígenes en determinadas personas. En otras, la ascendencia anda oculta a los ojos, pero también presente en el ADN, e incluso individuos con tez blanca, cabello rubio y ojos claros saben, por diversas vías, incluso por árboles genealógicos validados, que ancestros europeos suyos procrearon descendencia con pobladores primitivos de la Isla.
Diversas voces, personales e institucionales, proclaman la necesidad de reivindicar, sin rodeos, el vivo impacto del legado indígena, y revertir su frecuentemente ignorada o disminuida presencia en las valoraciones en el devenir de la cultura cubana.
Los tiempos cambian, lógicamente.
Si el camagüeyano Nicolás Guillén, Poeta Nacional de Cuba, hubiera escrito ahora, y no en 1934, su Balada de los dos abuelos, quizás el poema llevaría el título de Balada de los tres abuelos, y con Don Federico (el blanco) y taita Facundo (el negro) un aborigen también proclamaría su aldabonazo fundacional llegado a nuestros días.
No importa si en Guillén no hubo algún ancestro de los primitivos pobladores, porque ese texto no habla solo de la sangre propia, sino también de los orígenes de Cuba, acrisolados por savias aborígenes, españolas y africanas. (Tomado de la AIN)