Mujeres: Cuando los tiempos empezaron a cambiar

Mujeres: Cuando los tiempos empezaron a cambiarHace más de un siglo que la combativa Clara Zetkin, una de las más destacadas dirigentes del movimiento obrero internacional de su época, concibió la celebración del día ocho de marzo como una fecha que significara la lucha de las mujeres por ocupar los lugares que en la sociedad le correspondían.

La resolución aprobada durante la Conferencia de Mujeres Socialistas- efectuada en la ciudad de Copenhague en 1910- planteaba conmemorar el Día Internacional de la Mujer como una jornada de ofensivas donde tuvieran cabida todas las trabajadoras del mundo.

La ocasión evocaría con absoluta justicia la memoria de más de un centenar de obreras muertas en un incendio en una fábrica textil de Nueva York, pero también distinguiría el ejemplo de las huelguistas batalladoras que, junto a inmigrantes discriminadas durante esos años, salían a los espacios públicos en reclamo de sus oportunidades.

Fue por esos años que en Cuba las féminas protagonizaron un movimiento que clamó por vindicaciones.

Sus reclamos juntaban, sin exclusión, las razones de obreras y maestras, de tabacaleras y juristas, y las de trabajadoras fabriles y enfermeras.

En 1912 surgieron los Partidos Popular Feminista, el de Sufragistas Cubanas y el Nacional Feminista que encaminaron sus acciones conjuntamente con otros sectores de la población, por hacer posible la aprobación de leyes reguladoras de los derechos a criar y educar a los hijos, y otra sobre el divorcio. La Patria Potestad se logró en 1917 y la ley sobre el divorcio en 1918, siendo esta última una de las primeras en América Latina.

El primer Congreso Nacional de Mujeres que tuvo lugar en La Habana en 1923 convocó a varias instituciones del país. Participaron estudiantes, maestras, trabajadoras del ramo de la salud y asociaciones de enfermeras, algunas agrupaciones de carácter humanitario y religioso, y clubes feministas y sociedades de recreo y de protección a los animales y las plantas.

Comprendió el programa una amplia gama de intereses, y las delegadas laboraron en comisiones que sesionaron en el salón plenario de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales en La Habana Vieja.

Se discutieron ponencias sobre la accesibilidad de la mujer a los estudios universitarios y a la práctica científica, la participación activa frente al problema de la droga y la prostitución, la educación sexual como una necesidad desde épocas tempranas de la infancia, la urgencia de una reforma en la enseñanza, y la protección y el derecho al trabajo del mal llamado sexo débil.

Entre los acuerdos estuvo trabajar por una reforma educacional y sensibilizar a las autoridades para velar por la niñez; se pronunciaron por la revisión de la legislación laboral, en el sentido de igualar en derechos tanto a mujeres como a hombres, y abogaron por la ejecución de proyectos cívicos orientados hacia la comunidad.

En el orden político encaminaron sus pasos hacia la urgente necesidad de llevar a efectos una intensa campaña para la obtención del voto, pero sin contraer compromisos con los partidos existentes.

Luego siguieron años de luchas y reivindicaciones obreras, y muchas trabajadoras encauzaron sus necesidades a través de las secciones femeninas que la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) tenía en cada uno de sus sindicatos. Eran los tiempos de la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado y el movimiento obrero adquiría conciencia y se radicalizaba.

En 1931 las cubanas hicieron suyo el ocho de marzo con un acto al que asistieron trabajadoras de los talleres de confecciones, de establecimientos comerciales y de las fábricas. Organizado por la CNOC, el mitín aconteció en el local del Centro Obrero de Cuba.

Se alzaron allí las voces de Charito Guillaume, representante del Comité Pro-Organización de la Mujer trabajadora; y Panchita Batet, por las sindicalizadas de las textileras. No faltó el toque artístico pues la delegada de las zapateras, Caridad Suárez, recitó algunos versos que el auditorio escucho emocionado.

Las demandas que exigieron durante aquella celebración pionera, estuvieron dirigidas a equiparar sus salarios con los de los hombres, a lograr la creación de las creches para sus hijos, y, sobre todo, a alcanzar el derecho al sufragio.

La jornada obrera tuvo aliadas solidarias entre un grupo de presas que, desde la cárcel, se adhirieron a la festividad y a las demandas de sus hermanas de lucha. Ofelia Domínguez, fundadora de la Unión Laborante de Mujeres, hizo llegar, desde su reclusión, a manos de Eudoxia Lara, representante de las obreras despalilladoras, unas sentidas palabras escritas en un pedazo de papel.

La policía machadista irrumpió violentamente en el local y desalojó, a puro golpe, a cuantas mujeres se encontraban; pero estas con su presencia y desafiando la represión, lograron celebrar valientemente un inicial Día Internacional de la Mujer bien aguerrido. (Por Rosa María González López, AIN)