Días que no pueden repetirse
"La tecnología nuclear va más allá de la sabiduría humana… Quisiera poder ver un mundo libre de armas nucleares mientras aún estoy vivo". Así opina Sunao Tsuboi, uno de los pocos sobrevivientes del bombardeo atómico sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, que el 6 de agosto de 1945 ocasionó la muerte de 140 mil personas.
Eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial y el entonces presidente de Estados Unidos, Harry Truman, tomó la decisión. "Por favor, permanezcan sentados. Tengo que anunciarles algo. Acabamos de lanzar una bomba sobre el Japón que es más potente que 200 mil toneladas de TNT. Ha sido un éxito extraordinario", fueron sus palabras ante los medios norteamericanos.
Pero lo que para Washington fue "un éxito", para Tsuboi fue el peor día de su vida. Sentimiento compartido por cada uno de los que sobrevivieron a la catástrofe y que aún claman por un mundo libre de armas nucleares.
"Iba camino a la universidad cuando estalló la bomba; entonces se produjo un fuerte destello de luz y sentí un calor intenso", comentó Tsuboi a AFP. Además de graves quemaduras, este hombre de 82 años sufrió de cáncer intestinal, que según especialistas puede estar vinculado a la radiación emanada tras la explosión.
Historias similares ocurrieron el 9 de agosto de 1945 en Nagasaki, una ciudad portuaria donde perecieron más de 70 mil inocentes tras el estadillo de otra bomba atómica estadounidense. ¡Como si la masacre de Hiroshima no hubiera sido demasiado!
La decisión de Truman violó los tratados estipulados en la convención de La Haya, convenidos en 1899, 1907 y 1923, que prohibía el bombardeo de ciudades con civiles aunque hubiera objetivos militares incluidos en su perímetro:
—"Los derechos de los contendientes para dañar al enemigo no pueden ser ilimitados" (Artículo XXIII, ley de 1899).
—"Está prohibido el ataque o bombardeo de ciudades y aldeas indefensas" (Artículo XXV, ley de 1899).
—"Queda prohibido el bombardeo aéreo con motivo de aterrorizar a la población civil, así como la destrucción de sus propiedades y la agresión a los no combatientes" (Artículo XXII, ley de 1923).
"Durante muchos años traté de ocultar que era una víctima del ataque nuclear; supongo que tenía miedo a ser rechazada. Ni siquiera mi hija lo supo hasta que la aparición de un cáncer y mis posteriores problemas de salud hicieron imposible esconder la verdad por más tiempo", recuerda Hiroko Hatakeyama, otra sobreviviente.
Y agrega: "El día que cayó la bomba me encontraba en el colegio de primaria Nagatsuka, en una zona relativamente poco afectada. Nuestra casa estaba situada en la autopista de salida de la ciudad y una muchedumbre trataba de huir por la carretera con el cuerpo abrasado, muchos de ellos completamente desnudos y sedientos. ‘Agua, agua’, pedían…".
Han pasado 68 años desde aquellas masacres y sus efectos continúan latentes. ¿Hasta cuándo la humanidad se expondrá a los antojos de imperios que solo aspiran a dominar el mundo?
(Por: Claudia Fonseca Sosa/Tomado de Granma)