Ricardo Máximo Santana, el artemiseño que rescató a Fidel
Horas antes del 26 de julio de 2010, el Comandante en Jefe Fidel Castro, al dirigirse a los combatientes del Moncada, expresaba que unos pocos tienen el privilegio de vivir.
“En mi caso personal, agradezco a los combatientes de Artemisa que entraron y me rescataron cuando estaba en las proximidades de la entrada, tratando de impedir que una ametralladora disparara contra los combatientes a quienes había ordenado retirarse”.
Ricardo Santana es el protagonista de esa hazaña, y su memoria se perpetúa en el libro escrito por el teniente coronel Enrique Garcés Montero, y titulado El artemiseño que rescató a Fidel, de la Editora Política, el cual tenemos la posibilidad de leer desde 2012.
En el prólogo del libro, escrito por Marta Rojas, se refiere que solo dos veces el líder de la Revolución ha narrado el hecho: en la Mesa Redonda dedicada a los sucesos del Moncada en el año 2000, y después en la entrevista que le realizó el periodista francés Ignacio Ramonet, incluida en el libro Cien horas con Fidel.
Ricardo Máximo Santana fue hijo ilustre de Fomento, nacido el 9 de junio de 1930. Sin embargo, en la Villa Roja se hizo revolucionario y se unió con jóvenes valiosos que asaltarían el alma de los cubanos el 26 de julio de 1953.
Humilde, como la mayoría de los combatientes, Santana trabajó en la agricultura y como chofer de alquiler hasta 1952, año en que con algunos ahorros abrió una ponchera en República y Calle nueve, reparto La Matilde; ya militaba en la Juventud Ortodoxa y pertenecía a la Célula de Severino "Vero" Rosell.
Durante la etapa preparatoria de las acciones jugó un papel importante pues, por mediación suya, fue posible utilizar la finca Sánchez, propiedad del padre de su novia Nelia Chirino, para realizar las prácticas de tiro, y resultó de los seleccionados para participar en el asalto.
Ricardo combatió muy cerca de la posta tres, y tras recibir la orden de retirada por la superioridad del enemigo, se percató de que Fidel se había quedado solo, con su escopeta calibre 12 en la mano, bajo el fuego del adversario; en ese momento, retrocedió su auto y lo rescató, según reseña el libro.
Junto a ellos también Rosendo Menéndez y otros revolucionarios marcharon hacia la Granjita Siboney y de ahí a la Gran Piedra; días después, el grupo se dividió y Ricardo, junto a los hermanos Galán, fue protegido por los dueños de la finca Casa Azul, en Santiago de Cuba.
A principios de 1955 regresó a La Habana y partió exiliado hacia México, donde desempeñó varios trabajos hasta que, amparado por la amnistía, regresó a Cuba para proseguir sus actividades; sufrió persecución de la tiranía y fue torturado.
El 11 de febrero de 1997 falleció, no sin antes haber dejado su huella en diversas obras de la Revolución. Además de este libro como homenaje, recibe el reconocimiento diario del pueblo porque sus restos descansan junto a los de otros revolucionarios en el Mausoleo a los Mártires de Artemisa. (Por Yudaisis Moreno Benítez, AIN)