Los tiempos cambian por voluntad de los pueblos
La política es la expresión concentrada de la economía. Tal aseveración leninista suele escucharse poco en estos tiempos de modernidad globalizada en el pensamiento económico. En la última década la economía mundial ha transitado movida por los vaivenes de una sobredimensionada especulación financiera, que la arrastró a una profunda crisis en todas sus esferas.
Aún persiste la incertidumbre de la recuperación y, sin embargo, en el lenguaje actual del pensamiento económico de la intelectualidad, los académicos y los propios políticos más prominentes del mundo, salvo excepciones reconocidas, ha predominado la conceptualización tecnocrática más socorrida.
El pensamiento de Lenin enseñó con la probada praxis que el capitalismo más desarrollado, evolucionando a su estadío de monopolista de Estado, concentró asombrosamente no sólo el capital, sino la apropiación de la riqueza en un número relativamente pequeño de potencias.
Un grupo de señores del capital acumuló los bienes, con la presunta apariencia de una real participación social en su distribución.
Este proceso, acelerado por la irrupción y el despliegue de las nuevas tecnologías, unido al desarrollo de la ciencia, ha devenido en globalizador de la economía mundial contemporánea y de todas sus relaciones.
Entre el Norte desarrollado y el Sur marginado, se rompe el dogma con la aparición de otro mundo emergente, que ante las contradicciones del proceso que siguen las grandes economías capitalistas, marca una nueva etapa en el devenir económico universal.
Se nutren no sólo de una demanda interna estimulada por un mercado creciente, sino por la infinita demanda del consumo de aquellas primeras que ya no son capaces de producir todo lo que requieren y necesitan.
Estos tiempos revelan un escenario caracterizado por la lógica contradicción de una nueva definición de influencias en el orbe entre esas viejas potencias imperiales y estas economías emergentes, que con su impetuoso crecimiento y desarrollo las amenazan.
Pero este mundo actual a repartir cuenta con menos a redistribuir, sólo el crónico subdesarrollo heredado, la marginación y exclusión fruto de las históricas desigualdades en las relaciones económicas internacionales.
Aunque ciertamente, quedan los recursos naturales, incluido el agua, tan preciados en estos momentos, a disputarse por las potencias imperiales que no renuncian a su condición natural.
Se va delineando una nueva configuración de fuerzas y una lucha por encabezar el rumbo económico del planeta. En estas condiciones es de esperar las manifestaciones fascistas en las potencias imperiales de una clase que domina y tiene el poder no sólo económico, sino militar.
Los pueblos, que soportan tan pesada carga de penurias y limitaciones, tienen y tendrán que expresar su voluntad. Pudiera parecer iluso, pero los tiempos deben cambiar. (Por Marcos Álvarez Arguija, AIN)