Cuando se gobierna con y desde el corazón
¡Para ser delegado hay que tener tremendo corazón!, susurró alguien detrás de mí hace algunos días, al concluir la asamblea en la que los vecinos propusimos a aquellas personas con las mejores condiciones para ejercer el poder del pueblo en la circunscripción.
La frase, recurrente para ilustrar tareas que precisan de alma, corazón y vida, expresaba muy bien lo que de compromiso y dedicación encierra el trabajo del delegado del Poder Popular, hoy nada ajeno a las escaseses financieras y materiales impuestas por la crisis económica no comprendida por todos y otros ni perciben, pero que llegó para agobiar al mundo.
Porque el quehacer del delegado está intrínsecamente ligado a los problemas de su comunidad, los cuales canaliza ante las entidades estatales competentes, y en gran porcentaje giran en torno a las necesidades más elementales como la vivienda y la alimentación, entre otras, que reciben el impacto de las estrecheses.
Las fotos de los 34 mil 766 nominados en el país para delegados a las asambleas municipales del Poder Popular están expuestas en lugares públicos y sus biografías confirman que, en cuestiones de gobierno, en Cuba hablan el mérito propio, la capacidad y también el corazón, como dice mi vecino.
Aquí no son famosas estas personas, a no ser porque se les ve indagando, escuchando quejas, atendiendo inquietudes, que pueden ir desde la vivienda en mal estado, la calle inundada o la recogida de basura que se atrasa.
No hacen promesas, como sucedía en la Cuba de antes del 59, en que compraban la cédula electoral a cambio de un médico o maestro; el empleo o la vivienda… Los delegados actuales solo tienen el compromiso, tal cual expresara José Martí: “el gobierno es un encargo popular: dalo el pueblo; a su satisfacción debe ejercerse…”
No se hace aquí propaganda electoral ni existen dinero o recursos para campañas al estilo de otros países que disponen de arsenal tecnológico, incluso como en Estados Unidos, que empleó para montar la campaña electoral on line en función de movilizar recursos humanos y financieros.
Acá todos los gastos de las elecciones son asumidos por el Presupuesto del Estado, y esa es la vía para luego asignar recursos o realizar inversiones.
No son perfectos nuestros delegados. En ocasiones les falta agresividad, sistematicidad o el empuje para involucrar y comprometer a los vecinos en la solución de problemas que pueden resolverse sin esperar por grandes recursos. Otras veces se les tilda de ineficientes cuando, por ignorancia o confusión, se piensa son poseedores de la varita mágica.
Pero baste escuchar ¡por aquí pasó el delegado! para respirar esperanza de que nuestro problema al menos será tramitado.
No solo de su voluntad dependerá el final feliz en las historias del barrio. Eso sí, deberán siempre estar armados de tenacidad, acometividad, sensibilidad y paciencia, de ahí la importancia de no hacer de la propuesta ni del voto algo formal.
Ser delegado significa más quehacer y responsabilidad; hacerlo después del trabajo. Si es mujer, se multiplica la ya abultada agenda que contiene las tareas de madre, esposa, trabajadora y otras muchas más etcéteras.
Y como recompensa, solo una, el reconocimiento popular, la mejor cuando de gobernar con el corazón se trata, toda vez asumida y cumplida esa máxima martiana que expresa: “la silla curul es la misión; no es la recompensa de un talento inútil…Se viene a ella por el mérito propio, por el esfuerzo constante, por lo que se ha hecho antes, no por lo que se promete hacer”. (Por Miriam Prieto/ Servicio Especial de la AIN)