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Digamos no a la destrucción

Digamos no a la destrucciónEl ser humano, y con más razón si tiene un pensamiento progresista y revolucionario, no concede espacio al desaliento. No importan las circunstancias que le rodeen o caractericen en determinado instante histórico.
 
Hoy el mundo vive días de serio peligro a manos precisamente de aquellos intereses que se dicen eternos,   justos, sólidos, únicos, pero los cuales, en realidad, han constituido –y constituyen– en la historia factores de notable inseguridad para el género humano y el planeta.
 
Hablamos del capitalismo, cuyo principio básico de exaltar, no al individuo, sino al individualismo más acendrado, brutal, extremo y recalcitrante, ha marcado el devenir global con no pocas penas y desgracias.
   
Viene desde el nacimiento oficial del sistema a cuenta de despojar a los campesinos ingleses para establecer rebaños masivos de corderos destinados a proveer de lana a la naciente manufactura textil en los albores de la llamada Revolución Industrial.
 
Abarca, además, en su vasto decursar, hasta las masacres en Afganistán e Iraq en medio de la titulada campaña antiterrorista de George W. Bush.
 
Todo esto, desde luego, sin olvidar la primera y la segunda guerras mundiales; las agresiones armadas a Corea y Viet Nam, la expansión del neocolonialismo más genocida en América Latina; las reiteradas crisis económicas globales, y la destrucción y depauperación del medio ambiente y el entorno, entre otros múltiples crímenes.
 
A ello se añade el poder engendrado para volatilizar el planeta en cuestión de minutos bajo el hongo nuclear, y que Washington y sus secuaces han desarrollado -y desarrollan-con la loca idea de que podrían destruir a sus oponentes y salir indemnes de semejante torbellino de fuego y calamidades.
 
Es el poder nuclear que ahora podría entrar en juego en medio de las intenciones de conculcar el derecho de Irán al desarrollo pacífico de la energía atómica, o de desatar un conflicto militar expansionista en la Península de Corea.
 
Se trata, sin dudas, de onerosa y cruel carga que, no obstante, podría ser conjurada precisamente por la acción unida de quienes verdaderamente defienden los derechos de la humanidad.
 
Es ese uno de los grandes esfuerzos a asumir en estos días de riesgo global, con la intención no únicamente de frenar tan destructivos proyectos, sino de desterrarlos definitivamente de nuestra existencia como especie inteligente y creadora.
   
A partir de ahí, entonces podría ponerse en marcha la sana obra que también en estas fechas ha enunciado el Comandante en Jefe Fidel Castro como antítesis a la muerte y el vacío.
 
“La población del planeta, ha dicho el líder cubano, puede ser regulada; los recursos no renovables, preservados; el cambio climático, evitado; el trabajo útil de todos los seres humanos, garantizado; los enfermos, asistidos; los conocimientos esenciales, la cultura y la ciencia al servicio del hombre,  asegurados.”
 
De manera que si alguien necesitaba una bandera de futuro, ahí está perfectamente desplegada. (Por Néstor Núñez, AIN)