ROMA.-Al este del río Tíber y a muy pocos kilómetros de distancia entre una y otra, se alzan discretamente las siete colinas sobre las cuales creció Roma, como resultado de la progresiva agregación de pequeños asentamientos dispersos en la Italia central.

Quirinal y Viminal al norte, Aventino al sur, Esquilino y Celio al este y Capitolino al oeste, forman una suerte de círculo de contornos irregulares en cuya porción suroccidental se halla el Palatino, el lugar donde, según la leyenda, nació la Ciudad Eterna el 21 de abril del año 753 antes de nuestra era.

El territorio escogido por los primeros pobladores del núcleo fundacional de la Ciudad Eterna reunía buenas características para el desarrollo económico y social por la calidad ambiental del entorno, incluyendo el clima moderado y la fertilidad del suelo.

La proximidad a una importante ensenada de la arteria fluvial, y en cierta medida al mar, crearon condiciones propicias para el intercambio de mercancías en lo que, con el transcurso de los años, devino un importante emporio, o área de mercado, en el cual confluyeron representantes de diferentes culturas como griegos y fenicios.

Así creció en la margen oriental del Tíber, entre Capitolino y Aventino, el Foro Boario, literalmente Foro de los Bueyes, plaza donde se efectuaba la compra-venta de ganado, dedicada originalmente al comercio de la sal, indispensable para la conservación de los productos comestibles y la alimentación de los animales.

El Foro Boario fue construido estratégicamente en el punto de encuentro de las rutas que atravesaban el Valle del Tíber y las de Etruria y Campania, las cuales dependían del vado de la isla Tiberina para cruzar el río, hasta la construcción en madera del puente Sublicio, por orden del rey Anco Marzio (642-617 a.n.e.).

El empleo de la madera en la edificación del viaducto, respondía a imperativos defensivos, para que pudiera ser desmontado en caso necesario, con el fin de impedir el paso de tropas enemigas, como sucedió en el 508 a.n.e. cuando, según la leyenda, Orazio Conclite y otros dos combatientes detuvieron una oleada de invasores etruscos.

Cuenta Tito Livio que los tres resistieron el empuje de los asaltantes “en las fases más encendidas del enfrentamiento” para dar tiempo a que otros defensores de la ciudad derribaran el puente y cuando sólo quedaba un pedazo en pie, Conclite ordenó retroceder a sus compañeros.

La gesta del valiente guerrero -señaló Tito Livio- tuvo un final feliz, pues tras la demolición del puente se lanzó al río y nadó con su indumentaria hasta retornar a casa donde fue recibido como un héroe. Polibio, sin embargo, afirma que una vez en el agua, se ahogó hundido por el peso de la armadura.

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LA FUNDACIÓN DE ROMA

El nacimiento de Roma está asociado a la leyenda de Rómulo y Remo, hermanos gemelos hijos de la sacerdotisa Rea Silvia y el dios Marte, amamantados por una loba tras ser abandonados a su suerte por órdenes de su tío abuelo Amulio, rey de Alba Longa.

Acogidos por el pastor Faustolo, porquerizo de Amulio, y su esposa, los niños crecieron en el Germalus, zona situada en la ladera del Palatino hacia el Foro Boario, la isla Tiberina y el Tíber y asistieron a la escuela en la vecina ciudad de Gabi donde, según Plutarco, “aprendieron a usar la escritura y todo lo que normalmente deben aprender los jóvenes de noble origen”.

Todo marchaba bien hasta que el padre adoptivo les contó su ascendencia nobiliaria y los jóvenes decidieron constituir su propio reino.

Cuenta Livio que ante la imposibilidad de utilizar la primogenitura como criterio para designar al soberano por la condición de gemelos, los hermanos tuvieron que recurrir a los dioses protectores, mediante augurios, con el fin de conocer el elegido para nombrar y gobernar la ciudad.

Uno escogió el Palatino y otro el Aventino, donde esperaron la señal de los dioses, la cual llegó a través de una bandada de buitres, seis de los cuales se posaron primero en la colina de Remo y 12 en la de Rómulo después, lo cual fue interpretado por ambos como un fallo a su favor.

Remo y sus seguidores argumentaron que las aves visitaron primero su colina, mientras Rómulo y los suyos adujeron que la bandada de ellos había sido más numerosa, discrepancia de la cual se derivó un enfrentamiento violento en el que Rómulo asesinó a su hermano y se proclamó soberano.

EL PALATINO HOY

Casi tres mil años después del momento en el cual Rómulo tomó un arado y trazó el surco sagrado con el cual delimitó los confines de su reino, la cima de aquella colina de 50 metros de altura es hoy un gran museo a cielo abierto, conectado al circuito arqueológico compuesto además por el Coliseo y el Foro Romano.

Un total de 21 lugares de interés integran el espacio en forma de cuadrilátero irregular de dos kilómetros de extensión de este a oeste, cuyas ruinas evocan diferentes facetas del poder en los tres períodos de la Roma Antigua: monarquía, república e imperio.

Reyes, cónsules y emperadores habitaron este lugar durante casi un milenio, donde adoraron a sus deidades con ritos religiosos a través de los cuales recreaban los mitos y leyendas de cada época, como la “lupercalia”, ceremonia purificadora dedicada a Luperco, dios de la fertilidad, protector de la cosecha y del rebaño ante los ataques de los lobos.

La fiesta ligada a la figura de la loba (lupa en italiano) se realizaba el 15 de febrero de cada año, a partir del Lupercale, gruta transformada en santuario al pie del Palatino, donde se supone Faustolo, esposo de Luperca, encontró a Rómulo y Remo.

Restos de lugares de adoración erigidos para agradecer y enaltecer victorias militares, como el Templo de Apolo, o recuperar la gracia de los dioses en circunstancias adversas, como el de la Magna Máter, y otros menores fueron rescatados para la historia en sucesivas excavaciones aún en marcha.

En la ladera suroeste del Palatino se encontraba la Casa de Augusto (27 a.n.e. al 14), residencia privada del primer emperador de Roma y próximo a ella la Domus Tiberiana, palacio imperial construido por su sucesor Tiberio (14 al 37).

Mención especial merece el Palacio de Domiciano, gran complejo de instalaciones edificado a fines del siglo I, el cual incluyó la Domus Flavia, destinada a las actividades oficiales, la Domus Agustana, reservada a la vida privada del emperador y el estadio, construcción oval de corte circense de 160 metros de largo por 48 de ancho.

A diferencia del Foro Romano, donde se dirimían los asuntos de interés público, el Palatino fue durante siglos un área residencial de la aristocracia y un centro importante de la vida religiosa de la ciudad.

Su decadencia, acentuada a partir del siglo IV bajo Constantino I (306-337), se selló definitivamente un siglo y medio más tarde con la caída del Imperio de Occidente en 476 hasta convertirse en unpastizal para el ganado.

(Tomado de Adelante digital)