Mujer norteamericana posee memoria infinita
“No puedo pasar página”, se lamenta Jill Price. Ella no puede olvidar. Su primer recuerdo nítido se remonta a los dos años, en la cuna, cuando se sobresaltó por los ladridos del perro de su tío. Desde los ocho retiene cada momento de su vida. Su memoria prodigiosa no le deja descansar. “Imparable, incontrolable y automática”, describieron asombrados los expertos que estudiaron su caso por primera vez. “Muchos lo llaman don, yo tormento”, sentencia.
Ella no goza de la paz que da el olvido. Con 51 años Jill vive angustiada por las reminiscencias. No cesa de recriminarse las malas decisiones, por insustanciales que fueran. En su cabeza, todos los recuerdos tienen la misma prioridad. Los ordena por fechas. Recuerda desde las rutinarias comidas hasta pasajes cruciales, como un primer beso, pasando por el clima a lo largo de la jornada. Tantos datos en su cabeza la sumieron en una depresión durante años.
“Olvidar es crucial para recordar. Hay que borrar recuerdos para dejar paso a otros”, explica a PAPEL el neurocientífico Richard Morris, de la Universidad Miguel Hernández de Elche. “Si no tiramos los periódicos viejos, es difícil operar con fluidez”. Por eso, a pesar de su memoria prodigiosa, esta mujer rubia y rotunda no destacó en el colegio. “No funciona así. Tengo que estudiar duro. No soy un genio”, dice. Suspendía geometría y le costaba memorizar historia y ciencias.
Cómo seleccionamos los recuerdos es un gran misterio de la ciencia que Morris está tratando de resolver. Ha observado que las emociones desempeñan un papel crucial en la memorización de un hecho. “Algo novedoso, impactante y emocionante se graba en nuestro cerebro a fuego. La prodigiosa Jill construye firmes recuerdos de vivencias muy personales, vinculadas con aquello que le interesa. “Sin embargo, la rutina diaria se diluye en nuestra mente como gota en el mar”, explica. La utilidad del dato también es clave para memorizar con facilidad y durabilidad.
Morris acaba de recibir el premio Brain 2016, considerado el Nobel del cerebro. Lo comparte con dos compañeros británicos, por sus descubrimientos sobre la memoria a largo plazo y la plasticidad del cerebro. Ahondar en estos procesos servirá para entender algunas claves de enfermedades como la demencia, la depresión o el dolor crónico.
El cerebro tiene 100.000 millones de neuronas que se organizan formando circuitos. Dialogan entre ellas. Su lenguaje son los impulsos eléctricos y las sustancias químicas. Los recuerdos se forman en el hipocampo, dos estructuras con forma de caballito de mar situadas en el corazón del cerebro. Sin él no se consolidan los recuerdos, y todo aquello que vivimos se desvanece.
Los recuerdos son una red de neuronas dialogantes. A medida que almacenamos memorias se hace más y más tupida. Las conexiones nuevas son las más accesibles, se activan más rápido y por lo tanto recordamos con más facilidad aquello que codifican. Según el tipo de recuerdos se fijan en una zona u otra de la corteza cerebral. El sabor de un sopa se almacena en la zona somatosensorial. Las emociones que te produce tomarla se almacenan en la amígdala. La palabra sopa, en la zona temporal.
Hay recuerdos que se fijan a muy largo plazo. Sucede cuando las corrientes eléctricas son persistentes, de tal manera que la conexión entre las neuronas se subraya una y otra vez. Es un proceso llamado potenciación a largo plazo y es fundamental para que el ser humano aprenda. Los compañeros de Morris descubrieron este mecanismo investigando con hipocampos de conejo hace 40 años. Es uno de los hitos por los que han recibido el premio. Hoy saben que para que esto suceda con éxito han de abundar una serie de sustancias químicas en el entorno. A partir de estos hallazgos, otros investigadores, como el psiquiatra Gary Lynch, de la Universidad de California Irvine, se han sumergido en el desarrollo de pastillas que potencian la memoria. Son suplementos de ampaquinas, unas moléculas que estimulan la sopa química que fortalece la formación de recuerdos.
A los 20 años el cerebro alcanza su potencial máximo y a partir de entonces empieza a deteriorarse. Aún no está claro por qué. “Me fastidia que un joven universitario pueda tener más agilidad mental que yo”, ha declarado el creador del suplemento potenciador de la memoria. Estas pastillas podrían mejorar nuestra capacidad para forjar recuerdos y nos permitirán mantenernos independientes durante más años. “Mejorarán nuestra vida. No se nos olvidará que tenemos un guiso en el horno cuando seamos ancianos”, comenta Morris.
El deterioro cognitivo propio de la edad suele desembocar en mal de Alzheimer. En la actualidad, se estima que hay 24 millones de enfermos en el mundo y la cifra va en aumento. Con los potenciadores cognitivos quizá podríamos retrasarlo. Morris advierte contrariado que hay quien usaría los suplementos con otros fines: “Los jóvenes en época de exámenes. Los tomarían para memorizar con más eficacia de una manera artificial”, asegura.
Con estos conocimientos en la mano, la comunidad neurocientífica moldea un sueño inalcanzable, al menos por el momento: lograr recuperar lo olvidado. Hacer renacer los recuerdos perdidos por el Alzheimer, o que una persona, ciega o sin habla por un infarto cerebral, recupere lo perdido reemplazando el tejido dañado con nuevas neuronas generadas por su propio cerebro estimulado. Las investigaciones aún son muy preliminares. Son una quimera que quizá caiga en las sabias garras del olvido. Esas que por no sujetar con fuerza a Jill la han sumido en el castigo de la memoria infinita.
(Tomado de El Mundo)