Al sur

Ignacio Agramonte, paradigma de las nuevas generaciones de santacruceños

Diciembre 2021.- El ilustre hijo del Camagüey, cuyo nacimiento acaecido el 23 de diciembre de 1841 honra de manera muy particular a los camagüeyanos. En el municipio santacruceño se recuerda su figura de forma especial, desde los pequeños que asisten al centro escolar que orgullosamente lleva su nombre, incluyendo a adolescentes y jóvenes que han encontrado en él un paradigma.

 

Y es que Agramonte fue, para decirlo con palabras martianas “… un ángel para defender y un niño para acariciar. De cuerpo era delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez. Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud”.

 

Hay un elemento catalizador, incluso desde su más tierna infancia que se proyecta tempranamente con sus hermanos y que luego lo convierten en el Mayor por excelencia de nuestras gestas libertarias que dan realce y prestigio a su figura, y éste fue su capacidad de unir, aglutinar, convertir a los cubanos de todas las tendencias.

 

Hablamos de un hombre que no obligaba, sino que convocaba y despertaba, desde dentro, porque “…era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella”. Él nos despertó a la conciencia de nuestra dignidad, como personas que aspiran a la libertad y como pueblo que la necesita.

 

Recordarlo a los 180 años de su nacimiento, acaecido en la Calle Soledad, frente al Convento de las Mercedes y haciendo esquina con la Calle Candelaria, en el caserón de dos plantas con balcones menguados, rejas de filigranas mudéjares y amplios dormitorios en el piso alto, tamizados por la luz policroma de las celosías, es un deber insoslayable.

 

El indiscutible talento jurídico del Mayor, así como sus aptitudes militares, con aquel brazo incansable, todavía blandiendo la espada redentora de justicia y bondad a la vez, se alza imponente desde esta tierra cual rayo de luz esparcido por toda Cuba.

 

A Ignacio Agramonte y Loynaz, hay que buscarlo en el corazón del pueblo, en la entraña viva de sus forjadores. Porque Camagüey, que tiene sus piedras que no mueren nunca, sus tradiciones, sus leyendas, sus épicas grandezas y gloriosos heroísmos, encierra en sus recintos un alma fuerte, pura e inmortal expresada brillantemente en el sublime mensaje de sus pensadores más insignes.