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En Cayo Hueso, un gimnasio biosaludable de referencia

La Habana.- NO HAY momento de mayor satisfacción para la profesora que comenzar la jornada con su gimnasio biosaludable repleto de alumnos, incluso haciendo colas para utilizar los diferentes aparatos.

Son 11 equipos diseminados alrededor de la empinada mata de yagruma que la propia María Pérez Montes de Oca sembró, con ayuda de un colega, al llegar en 2012 a este espacio, donde ha transmitido sus conocimientos con una mezcla de rigor y cariño.

María, pequeña y delgada, se mueve apresurada de un aparato a otro mientras orienta, ejemplifica y observa la ejecución de sus alumnos. Hace un alto y relata a JIT sus inicios en Santiago de Cuba, donde se graduó como técnico medio de Educación Física y comenzó a tejer una cadena de 45 años como educadora.

«Cuando vine a vivir con mi hermana a Centro Habana, en 1989, tenía trabajo en una secundaria básica de Arroyo Naranjo. Luego laboré en centros en La Palma, el Vedado y San Miguel del Padrón. Pasé dos años de misión en Venezuela y al regreso en 2012 comencé aquí. Esto era un solar yermo y la dirección del Inder había ubicado el biosaludable», explicó.

María concluyó la Licenciatura en Cultura Física y además se graduó de árbitro de atletismo. De lunes a viernes atiende a sus alumnos desde las nueve de la mañana hasta el mediodía. Por las tardes, de 5 a 7 p. m., ofrece gimnasia básica y preparación física. Entre ambas sesiones imparte gimnasia laboral en un centro de trabajo. Los sábados -alternos- también abre las puertas del gimnasio.

«Tengo dos grupos de 15 y 20 abuelos, otros de 15 personas obesas y 12 hipertensos; cuatro de preparación física, que lo integran jóvenes de 15 a 22 años de edad. Entre ellos hay personas mayores saludables que han practicado siempre deportes», detalló.

«Indico a todos lo que pueden o no hacer. Hay quienes llegan sin apenas poder caminar y en un tiempo son otras personas. Los ayudo, pero siempre por lo que oriente su médico. Aquí tengo cuatro personas hemipléjicas, usan bastón y tienen problemas con la presión arterial. Ya uno está casi recuperado», narró.

Todo no era color de rosas cuando llegó al gimnasio hace más de una década. Mucho tuvo que luchar para que le cementaran el piso y construyeran un local para oficina y un baño.

«Sin embargo, requerimos de agua. Ya la dirección del Inder en la provincia mandó la instalación y un tanque, pero Aguas de La Habana no ha resuelto el problema. Esto perjudica porque no todos los alumnos viven cerca y se limita su tiempo en el área, especialmente los que toman medicamentos. Antes yo cargaba el agua de casa de un vecino, pero ya tengo 66 años de edad y me resulta imposible, aunque quisiera», señaló.

María se considera muy estricta para que hagan correctamente los ejercicios. Tampoco permite que se fume en ninguna zona del amplio espacio, ni que se entre en chancletas. Los hombres no pueden estar con el torso desnudo. Los niños acompañantes deben permanecer sentados, pues los equipos están concebidos para adultos. A todos les exige saludar.

Tomás Valdés Rodríguez, de 68 años de edad, sufrió tres infartos y un derrame cerebral. Quedó con lesiones en un brazo, los dedos de las manos, la boca y un pie. Casi no podía caminar.

«Mi nieta Stefani Cepero me embulló y en un año me he recuperado en un 90 por ciento. El médico me dice que no deje de tomar las medicinas, pero tampoco los ejercicios. Nunca he fumado ni me gusta el alcohol. Venir aquí cada semana me ha ayudado mucho», reconoció.

«María es especial, diría que fundamental. Siempre se preocupa por si he tomado el medicamento, si me he medido la presión y he desayunado. También mi nieta, de solo de 10 años de edad, viene al gimnasio para saber si hago los ejercicios, incluso le pidió al médico la autorización para empezar. Agradezco sentirme mucho mejor, ya las consultas me las extendieron cada seis meses», agregó.

«Este lugar me gusta porque aquí somos una familia. Cuando falta alguno, hasta que nos comunicamos, no estamos tranquilos. Las mujeres son amables, atentas, de buen carácter, y las respetemos siempre», concluyó.

Marily Ivonet Pacheco, jubilada de 67 años de edad, pasaba con frecuencia por el gimnasio. Le llamó la atención ver a personas mayores y con impedimentos físicos. «Contacté con la profesora, muy cordial me explicó que podía incorporarme, pero debía traerle la autorización del médico. Lo hice y hace dos años que asisto sistemáticamente», detalló.

«Desde un inicio me fui embullando cada vez más por la forma de enseñanza de María, la dedicación con todos, su trato afable. Estamos muy agradecidos por los resultados, por la evolución positiva ante las enfermedades y frente a cualquier problema que tengamos», resaltó.

«Padezco de artrosis y he mejorado bastante gracias a los ejercicios que ella me ha enseñado para mantener la vitalidad. Pienso seguir porque es muy exigente y entregada. Si un día se jubila solo queremos que el relevo siga su ejemplo. Ella es admirable como profesora y persona», comentó.

Rafael Rodríguez Bárzaga, de 71 años de edad, operado del corazón, buscó un complemento para su recuperación en este gimnasio, al que califica como paradigma entre las instalaciones de su tipo.

«Ojalá todas las instructoras fuesen como ella, preocupada y con sentido de pertenencia. Por eso el trabajo perdura. Estoy aquí hace seis años porque además es un lugar limpio, no se toman bebidas alcohólicas, nadie habla alto ni se dicen palabras obscenas. Pienso que a los de tercera edad nos hace tanto bien el ambiente como la acción», reflexionó.

«Este gimnasio cuenta con los mismos equipos con que empezó. María se preocupa y ocupa de su mantenimiento, de pintarlos, nos sentimos como en casa. Hay un ambiente agradable y respeto por el horario. Dolorosamente no todas estas instalaciones tienen esas condiciones. Antes de llegar visité unos cuantos y en algunos hasta se desaparecieron los equipos», criticó.

Magaly Peñalver, luego de jubilarse, se integró al trabajo por cuenta propia. Tiene 69 años de edad y durante 15 asistió junto a su esposo al gimnasio del instituto de cardiología, pero el grupo se desintegró y comenzó en el biosaludable de María.

«Desde joven hago ejercicios, corría, hacía pesas porque un cuerpo quieto es un cuerpo muerto. Por eso estos gimnasios debían existir en cada barrio. La gente se embulla con el vecino y se integra. A veces me complica el trabajo, pero siempre vuelvo», aseguró.

«Estas instalaciones son muy buenas para muchos, no todos tienen dinero para ir a un gimnasio particular, y como se ubica en el barrio se embullan. Hay muchos lugares que no se utilizan y se convierten en basureros. Resulta más beneficioso crear un gimnasio biosaludable», consideró.

María ya arribó a los 66 años de edad, pero aún no piensa en la jubilación. Siente mucho amor por su gimnasio, único del municipio con todos los aparatos y funcionando semana tras semana.

Incluso sueña con contar un día con un “hércules” y algunas luces para trabajar de noche. También con una bocina para motivar más a sus alumnos.

Por tantos atributos, María ha convertido este gimnasio en referencia del territorio y de su Combinado Deportivo Ponce Carrasco, del que recibe las visitas de la metodóloga Yariza Montoya y de la subdirectora Yaima Delgado.

«Son muchos los beneficios físicos y espirituales. Aquí no se habla de vejez y a quienes llegan desmotivados y negativos les hablo y cambian esa actitud mediante los ejercicios. Esta comunidad de Cayo Hueso es difícil, pero con respeto, sin maltratar a nadie, se trabaja bien. Me iré cuando no pueda más, porque me gusta enseñar, porque esto es una familia en unión y sin problemas». (Tomado de Jit)