reflexiones

Rafael Correa

Recuerdo cuando nos visitó, meses antes de la campaña electoral donde pensaba presentarse como candidato a la Presidencia de Ecuador. Había sido Ministro de Economía del gobierno de Alfredo Palacio, médico cirujano con prestigio profesional, que también nos había visitado en su condición de Vicepresidente, antes de acceder a la presidencia, por situaciones imprevistas que se dieron en Ecuador. Este había sido receptivo a un programa de operaciones oftalmológicas que le ofrecimos como forma de cooperación. Existían buenas relaciones entre ambos gobiernos.

Correa, no hacía mucho, había renunciado al Ministerio de Economía. Estaba inconforme con lo que calificó de corrupción administrativa promovida por Oxy, empresa extranjera que exploró e invirtió importantes sumas, pero que se quedaba con cuatro de cada cinco barriles de petróleo extraído. No habló de nacionalizar, sino de cobrarle elevados impuestos que asignaba de antemano a inversiones sociales pormenorizadas. Ya había aprobado las medidas y un juez las declaró válidas.

Como no mencionaba la palabra nacionalizar, pensé que experimentaba temor al concepto. No me extrañaba, porque era economista graduado con grandes reconocimientos por una conocida universidad de Estados Unidos. No me ocupé mucho en profundizar, lo acosaba con preguntas del arsenal acumulado en la lucha contra la deuda externa de América Latina en 1985 y de la propia experiencia cubana.

Existen inversiones de riesgo sumamente altas y de sofisticada tecnología, que ningún país pequeño como Cuba y Ecuador podría asumir.

Como estábamos ya en el año 2006 decididos a impulsar la revolución energética, que fuimos el primer país del planeta en proclamar como cuestión vital para la humanidad, le había abordado el tema con especial énfasis. Me detuve, había comprendido una de sus razones.

Le conté la conversación que hacía poco había sostenido con el presidente de la empresa española REPSOL. La misma, asociada a otras empresas internacionales, acometería una operación costosa para perforar en el fondo del mar, a más de 2 000 metros de profundidad, con empleo de sofisticadas tecnologías, dentro de las aguas jurisdiccionales de Cuba. Dije al jefe de la empresa española: ¿Cuánto vale un pozo exploratorio? Le hago la pregunta porque queremos participar aunque sea en el uno por ciento del costo, deseamos saber lo que ustedes quieren hacer con nuestro petróleo.

Correa, por su parte, me había contado que de cada cien dólares que extraían las compañías, solamente veinte iban para el país; ni siquiera entraban en el presupuesto, expresó, se dejaban en un fondo aparte para cualquier cosa menos para mejorar las condiciones de vida del pueblo.

Yo derogué el fondo, me dijo, y asigné 40 por ciento para educación y salud, desarrollo tecnológico y vial, el resto para recomprar la deuda si el precio de la misma nos favorecía, o de lo contrario invertirlo en otra cosa más útil. Antes teníamos que comprar cada año una parte de esa deuda que se encarecía.

En el caso del Ecuador —me añadió— la política petrolera rayaba en traición a la patria. ¿Por qué lo hacen?, le pregunto. ¿Por miedo a los yanquis o presión insoportable? Me responde: Si tienen un Ministro de Economía que les dice que privatizando mejora la eficiencia, usted puede imaginarse. Yo no hice eso.

Lo estimulo a seguir y me explica con calma. La compañía extranjera Oxy es una empresa que ha roto su contrato y de acuerdo con la ley ecuatoriana se requiere la caducidad. Significa que el campo operado por esa empresa tiene que pasar al Estado, pero por presiones de los yanquis el gobierno no se atreve a ocuparlo, se crea una situación no contemplada por la legislación. La ley dice caducidad y nada más. El juez de primera instancia, que era presidente de PETROECUADOR, lo hizo así. Yo era miembro de PETROECUADOR y nos llamaron de urgencia a una reunión para expulsarlo del cargo. Yo no asistí y no pudieron despedirlo. El juez declaró la caducidad.

¿Qué querían los yanquis?, pregunto. Querían una multa, explica él rápido. Escuchándolo comprendí que lo había subestimado.

Yo estaba apurado por multitud de compromisos. Lo invité a presenciar el encuentro con un numeroso grupo de profesionales cubanos altamente calificados que partirían para Bolivia, a fin de integrarse a la Brigada Médica; esta cuenta con personal para más de 30 hospitales, entre otras actividades 19 posiciones quirúrgicas que pueden realizar más de 130 mil operaciones oftalmológicas por año; todo bajo forma de cooperación gratuita. Ecuador dispone de tres centros similares con seis posiciones oftalmológicas.

La cena con el economista ecuatoriano fue ya entrada la madrugada del 9 de febrero de 2006. Apenas hubo puntos de vista que yo no abordara. Le hablé hasta del mercurio tan dañino que las industrias modernas esparcen por los mares del planeta. El consumismo fue por supuesto un tema enfatizado por mí; el alto costo del kiloWatt/hora en las termoeléctricas; las diferencias entre las formas de distribución socialista y comunista, el papel del dinero, el millón de millones que se gasta en publicidad sufragado forzosamente por los pueblos en los precios de las mercancías, y los estudios realizados por brigadas sociales universitarias que descubrieron, entre los 500 mil núcleos de la capital, el número de personas ancianas que vivían solas. Expliqué la etapa de universalización de los estudios universitarios en que estábamos envueltos.

Quedamos muy amigos, aunque tal vez se llevara la imagen de que yo era autosuficiente. Si eso ocurrió, fue realmente involuntario por mi parte.

Desde entonces observé cada uno de sus pasos: proceso electoral, enfoque de los problemas concretos de los ecuatorianos, y victoria popular sobre la oligarquía.

En la historia de ambos pueblos hay muchas cosas que nos unen. Sucre fue siempre una figura extraordinariamente admirada junto a la de El Libertador Bolívar, quien para Martí, lo que no hizo en América está por hacer todavía, y como exclamó Neruda, despierta cada cien años.

El imperialismo acaba de cometer un monstruoso crimen en Ecuador. Bombas mortíferas fueron lanzadas en la madrugada contra un grupo de hombres y mujeres que, casi sin excepción, dormían. Eso se deduce de todos los partes oficiales emitidos desde el primer instante. Las acusaciones concretas contra ese grupo de seres humanos no justifican la acción. Fueron bombas yanquis, guiadas por satélites yanquis.

A sangre fría nadie absolutamente tiene derecho a matar. Si aceptamos ese método imperial de guerra y barbarie, bombas yanquis dirigidas por satélites pueden caer sobre cualquier grupo de hombres y mujeres latinoamericanos, en el territorio de cualquier país, haya o no guerra. El hecho de que se produjera en tierra probadamente ecuatoriana es un agravante.

No somos enemigos de Colombia. Las anteriores reflexiones e intercambios demuestran cuánto nos hemos esforzado, tanto el actual Presidente del Consejo de Estado de Cuba como yo, de atenernos a una política declarada de principios y de paz, proclamada desde hace años en nuestras relaciones con los demás Estados de América Latina.

Hoy que todo está en riesgo, no nos convierte en beligerantes. Somos decididos partidarios de la unidad entre los pueblos de lo que Martí llamó Nuestra América.

Guardar silencio nos haría cómplices. Hoy a nuestro amigo, el economista y presidente del Ecuador Rafael Correa, quieren sentarlo en el banquillo de los acusados, algo que no podíamos siquiera concebir aquella madrugada del 9 de febrero de 2006. Parecía entonces que mi imaginación era capaz de abarcar sueños y riesgos de todo tipo, menos algo parecido a lo que ocurrió la madrugada del sábado 1º de marzo de 2008.

Correa tiene en sus manos los pocos sobrevivientes y el resto de los cadáveres. Los dos que faltan demuestran que el territorio de Ecuador fue ocupado por tropas que cruzaron la frontera. Puede exclamar ahora como Emilio Zola: ¡Yo acuso!

Fidel Castro Ruz
Marzo 3 de 2008
8 y 36 p.m.