Cultura

Marcos Urbay, el héroe anónimo de los trompetistas cubanos

Marcos Urbay, el héroe anónimo de los trompetistas cubanos La Habana, 3 abr .- Quizás Marcos Urbay no sea el músico más conocido de Cuba, pero el desarrollo de la trompeta en este país le debe mucho al creador de un socorrido método para su enseñanza.

A sus 86 años de edad, 71 dedicados a la música, el humilde Urbay acaba de recibir el premio Premio Ser Fiel, un galardón que reconoce su defensa incesante de las tradiciones artísticas de su tierra.

"Espero nos veamos cuando cumpla los 100 de trabajo", afirmó el homenajeado, como conjurando cierta maldición de los premios, que suelen entregarse en vida a quienes están por despedirse de ella.

Sin embargo, Urbay ha encontrado en su trabajo una fórmula para, si no tener juventud eterna, al menos vivir muchos años, sintiéndose útil en el costero poblado cubano de Caibarién.

Ahí, este hombre que se autodefine como un "obrero de la música" creó hace dos décadas una banda infantil de conciertos, cantera de intérpretes en este pueblo de trovadores chulos y hombres de mar.

Tuvo que esperar 15 años para hacer realidad aquel sueño: en 2010 estuvieron las condiciones y comenzó a realizar audiciones en las escuelas de la Villa Blanca para descubrir talentos en la calle.

Hace unos meses fue homenajeado tanto por sus pequeños alumnos como por la Orquesta de Cámara Rubén Urribarres, en saludo a sus siete décadas de vida artística.

En el homenaje, la Banda Infantil se permitió incluso sorprender a Urbay con Ritmando cha-cha-chá, un tema de la Orquesta Riverside con un solo antológico suyo en la trompeta.

De cierta manera su maestría rinde tributo a su padre, el también trompetista Roberto Urbay, quien dirigió la banda municipal de Caibarién desde 1946 hasta 1990.

"Soy de aquí y comencé a tocar en esta banda con 15 años, en 1943. Me fui para La Habana en 1949 y regresé en 1995, pero durante esos 46 años que estuve fuera siempre pensé en regresar y crear una banda infantil para garantizar el relevo", cuenta.

No es un ejército de un hombre. Cada instrumento tiene su maestro, y él imparte clases de teoría de solfeo y de trompeta. "Fue el instrumento que aprendí con mi papá, aunque también toco tuba y clarinete", explica.

Después de varios meses de selección, clases y ensayos, el 19 de junio del 2011 los niños dieron su primera retreta.

Ya su repertorio supera la docena de piezas, y hace par de años el Instituto Cubano de la Música los ayudó con instrumentos, como parte de un programa gubernamental para que cada municipio tenga su propia orquesta.

"Me parece una idea formidable, pero es una tarea difícil, difícil. Un músico no se prepara ni en días ni en semanas o meses. Eso es tarea de años", advierte.

También le inquieta que los jóvenes graduados prefieran dedicarse a géneros mejor remunerados, pues considera que alimentar el espíritu es tan importante como alimentar al cuerpo.

Como en la vecina villa de Remedios, donde también existe una banda infantil cuyo impacto en la comunidad es notable, en Caibarién la tradición de las retretas sobrevive y se reproduce gracias a un hombre que se cansó de La Habana y, como los elefantes, regresó a pasar los años que le queden en su tierra natal.

No obstante, Urbay asegura que cuando le toque descansar, lo hará con la batuta en la mano, y para eso aún falta mucho, no importa cuántos premios y homenajes le quieran conceder…
Quizás Marcos Urbay no sea el músico más conocido de Cuba, pero el desarrollo de la trompeta en este país le debe mucho al creador de un socorrido método para su enseñanza.
A sus 86 años de edad, 71 dedicados a la música, el humilde Urbay acaba de recibir el premio Premio Ser Fiel, un galardón que reconoce su defensa incesante de las tradiciones artísticas de su tierra.

"Espero nos veamos cuando cumpla los 100 de trabajo", afirmó el homenajeado, como conjurando cierta maldición de los premios, que suelen entregarse en vida a quienes están por despedirse de ella.

Sin embargo, Urbay ha encontrado en su trabajo una fórmula para, si no tener juventud eterna, al menos vivir muchos años, sintiéndose útil en el costero poblado cubano de Caibarién.

Ahí, este hombre que se autodefine como un "obrero de la música" creó hace dos décadas una banda infantil de conciertos, cantera de intérpretes en este pueblo de trovadores chulos y hombres de mar.

Tuvo que esperar 15 años para hacer realidad aquel sueño: en 2010 estuvieron las condiciones y comenzó a realizar audiciones en las escuelas de la Villa Blanca para descubrir talentos en la calle.

Hace unos meses fue homenajeado tanto por sus pequeños alumnos como por la Orquesta de Cámara Rubén Urribarres, en saludo a sus siete décadas de vida artística.

En el homenaje, la Banda Infantil se permitió incluso sorprender a Urbay con Ritmando cha-cha-chá, un tema de la Orquesta Riverside con un solo antológico suyo en la trompeta.

De cierta manera su maestría rinde tributo a su padre, el también trompetista Roberto Urbay, quien dirigió la banda municipal de Caibarién desde 1946 hasta 1990.

"Soy de aquí y comencé a tocar en esta banda con 15 años, en 1943. Me fui para La Habana en 1949 y regresé en 1995, pero durante esos 46 años que estuve fuera siempre pensé en regresar y crear una banda infantil para garantizar el relevo", cuenta.

No es un ejército de un hombre. Cada instrumento tiene su maestro, y él imparte clases de teoría de solfeo y de trompeta. "Fue el instrumento que aprendí con mi papá, aunque también toco tuba y clarinete", explica.

Después de varios meses de selección, clases y ensayos, el 19 de junio del 2011 los niños dieron su primera retreta.

Ya su repertorio supera la docena de piezas, y hace par de años el Instituto Cubano de la Música los ayudó con instrumentos, como parte de un programa gubernamental para que cada municipio tenga su propia orquesta.

"Me parece una idea formidable, pero es una tarea difícil, difícil. Un músico no se prepara ni en días ni en semanas o meses. Eso es tarea de años", advierte.

También le inquieta que los jóvenes graduados prefieran dedicarse a géneros mejor remunerados, pues considera que alimentar el espíritu es tan importante como alimentar al cuerpo.

Como en la vecina villa de Remedios, donde también existe una banda infantil cuyo impacto en la comunidad es notable, en Caibarién la tradición de las retretas sobrevive y se reproduce gracias a un hombre que se cansó de La Habana y, como los elefantes, regresó a pasar los años que le queden en su tierra natal.

No obstante, Urbay asegura que cuando le toque descansar, lo hará con la batuta en la mano, y para eso aún falta mucho, no importa cuántos premios y homenajes le quieran conceder…
Por Charly Morales Valido/ Redacción Cultural de Prensa Latina