Maternidad y deber, ternura y desvelo (+ Fotos)

En sus ojos parece encerrarse la vida, la que describe aquel bello embarazo acorazado de ternura y paciencia, guardianes de la bondad humana. “Mi hijo es el motor impulsor de mis fuerzas, el tesoro más preciado, la razón de ser. Desde el vientre le he venido transmitiendo todo el cariño perfumado de pureza, como lo recibí de mi madre”.

La subteniente Danay García Nápoles busca el momento oportuno para contar las travesuras del pequeño Pedro Alberto, los abrazos continuos ofrecidos por él, seguidos de una expresión espontánea: ¡Mamita te quiero mucho!

Este solecito convertido en ángel se multiplica en los hogares, ofreciendo esa luz tan propia de su naturaleza. Los brazos extendidos a los mimos o esos caprichitos suyos tan esenciales para causar en los protectores desvelos reiterados.

“Quise que mi primer crío fuera hembra. Aunque el destino me dio un varón lo amo con fuerza telúrica. Cuando la naturaleza nos ofrece este enorme obsequio debemos darle las gracias por toda la eternidad…”.

La investigadora judicial en el Departamento de Instrucción Penal, en Santa Cruz del Sur, lleva consigo varias instantáneas del animoso Ismaelillo. Cada una de ellas tiene anécdotas de buenos momentos, salpicados por la risa. Recuerdos presentes, los cuales se tornarán en riqueza familiar en el futuro.

“Aunque es un chiquitín ya le voy inculcando valores: la honestidad, amistad, el amor por la patria, el compañerismo, la solidaridad… Deseo que sea un hombre de bien”.

Al mantenerse distanciados varias horas debido a los deberes laborales, la progenitora cumple los pedidos del pequeño príncipe al que cariñosamente llama “Albertoni”: “jugando a los escondidos; a la pelota; cantando, haciéndole cuentos… a cuántas cosas solicita. También le gusta montar a caballo. En el poblado Flor de Mayo, una zona rural, hay equinos muy mansos, bajo mi protección lo monto un ratico: ¡Si vieran lo feliz que se pone…!

Los ojos de Danay irradian todas esas cualidades venerables tan acrecentadas en cada madre. Es dulce el vocablo, apasionada la palabra cuando habla de otras aspiraciones personales: “Mi anhelo supremo es que nunca Pedro Alberto me deje de dar amor”. Un sentimiento destinado en forjarse indisoluble en cada fémina convertida en mamá. (Por: Raúl Reyes Rodríguez/ Colaborador de Radio Santa Cruz)