La historia sin fin
Recurro al título de la enigmática novela de Michael Ende, cuya versión cinematográfica fue “la furia” de los nacidos en la década del 80, porque no encuentro otra mejor forma de nombrar ese alucinante delirio de apoderamiento, que durante siglos ha profesado Estados Unidos hacia Cuba.
Claro, ese sentimiento, como todos, ha sido en extremo voluble. Desde la paciente política de la Fruta Madura o la bonanza de “América para los americanos”, hasta la mañosa intervención norteamericana en el país, la descarnada invasión mercenaria de Playa Girón, cuando Cuba ya había declarado su independencia, y más recientemente las modernizadas formas de guerra no convencional.
Sin embargo el “móvil del deseo” ha variado muchísimo. No se trata ya solamente de la usurpación de las virtudes geográficas de Cuba; ahora es una cuestión de falsa dignidad, de no tener temple para aceptar la sobrevivencia de una Revolución y un sistema que, aún con sus imperfecciones y escases, los hace quedar mal parados.
Hace tan solo unos días, Associate Press dio cuentas de la existencia de una red de comunicaciones promovida por la tristemente conocida y mal llamada Agencia de Estados Unidos para la Asistencia Internacional (USAID), con la que hizo llegar mensajes subversivos mediante la telefonía móvil y las redes sociales a un grupo de usuarios, sobre todo jóvenes, y consecuentemente hacer estallar en Cuba una manifestación disidente que pusiera en jaque al gobierno.
A raíz de esas develaciones, salieron a relucir otras con similar finalidad: crear una especie de canal de comunicaciones al margen del control de las autoridades cubanas, para incentivar una “malla” de jóvenes capaces de movilizarse políticamente en contra de la Revolución.
Por qué apostarlas todas por la juventud no es muy difícil de entender. Quienes tienen hoy entre 18 y 30 años y viven en Cuba, ni sufrieron el capitalismo en carne propia como para renegar de él así no más, por honor a quienes dieron lo más valioso de sí por su derrota; ni conocieron el “socialismo abundante de los ´80”. Por el contrario, nacieron cuando estudiar casi más que un derecho es un deber, cuando una consulta médica es parte de la rutina diaria de cualquier ciudadano; pero también cuando ha sido inevitable importar la cultura mercantilista de otras sociedades altamente industrializadas.
Sin embargo, los jóvenes de ahora tienen bien claro ese sentido del deber histórico del que habla Fidel en su concepto de Revolución, y se han creído bien en serio y no como una falsa consigna, eso de que el futuro les pertenece; convencidos, claro, de que la única vía posible es la del Socialismo, sin renegar la posibilidad de cambiar todo lo que deba ser cambiado.
Si bien es cierto que las batallas de la juventud de hoy son pacíficas y hasta menos sacrificadas; vivir y persistir en una Cuba con una situación económica y financiera difícil por las insuficiencias internas, sobre todo en el sector productivo, bloqueada por la mayor potencia del mundo (EE.UU), y en medio de una crisis económica global, no parece poca cosa.
No se trata de reconocer a la juventud de ahora por el “esfuerzo sobrehumano” que ha tenido que hacer para sobrevivir en una sociedad que llegó a consumir más de lo que producía. Eso sería un completo absurdo; lo que nadie podrá quitarle a estos jóvenes es ese deseo, esas ansias de preservar su Revolución, aun cuando les ha tocado vivir los años más complejos de ese auténtico proceso.
Pero nada de esto lo tiene claro la Casa Blanca, y se afana en vano en socavar a la juventud cubana, en no ponerle fin a una historia que tiene ya siglos y nada de fantasía; todo lo contrario a la de Michael Ende.
Por Arailaisy Rosabal García/ Radio Cadena Agramonte.