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Gerardo Hernández: Los dados de parchís y cubilete

Acuarela de Antonio Guerrero No 8 EL CUBILETE ¡YO DIJE POR ABAJO! Esta pintura refleja cinco dados de un juego del cubilete. Han salido tres gallegos y dos negros, y en el título se me ocurre, aparte de cubilete, ponerle la expresión: ¡Yo dije por abajo! Claro está, había quien esperaba “el último instante” para decir “por abajo” y las broncas que eso generaba eran que pa’ que contar, siempre como hermanos. En un momento determinado, pasados varios meses de tenernos aislados en celdas, nos pusieron juntos de dos en dos, rotándonos, porque uno siempre se quedaba solo. Estas rotaciones eran cada tres semanas. Fue en esa convivencia que comenzaron a generarse ideas para pasar el tiempo de la mejor manera posible. Todo partió de un libro de Gabriel García Márquez, y Gerardo fabricó el juego de cubilete.

En aquella época del “hueco”, luego de varios meses en “solitaria” (cada uno en su celda) y gracias a las gestiones de los abogados, finalmente nos permitieron que tuviéramos a otro de nosotros como compañero de cuarto. Como somos cinco, siempre a alguno le tocaba estar solo, pero como las rotaciones de celdas eran obligatorias, el “solitario” por lo general también variaba.

Obviamente fue un gran alivio que nos permitieran compartir la celda con otro, pero luego de varios días –eran 23 horas en la celda y una en la “jaula” de “recreación– surgió la necesidad de buscar algo en que pasar el tiempo. Pensamos en algún “juego de mesa” (que en ese caso sería “de cama” o “de piso”, porque mesa como tal no había) y se nos ocurrió que tal vez pudiéramos fabricar unos dados.

Lo intentamos primero haciendo unos cuadritos de papel sanitario mojado y dejándolos secar, pero no sirvieron. Después tratamos con la masa de las rodajitas de pan que nos daban, pero al secarse se desmoronaban. Como los “materiales” a nuestro alcance eran bien pocos (lo que nos daban de comida, y los escasos artículos de aseo personal), se nos ocurrió amasar el pan con pasta de dientes. Luego de varios intentos fallidos (lo único que le sobra al preso es tiempo…), descubrimos que con cierta cantidad de pasta dental para cierta cantidad de pan (ni más ni menos) y luego de determinado tiempo amasándolo hasta lograr la textura adecuada, se lograba algo bastante parecido a la plastilina, con la diferencia de que aquello, al secarse, se ponía duro.

El proceso de secado era todo un arte también. Si teníamos la suerte de que entrara un poquito de sol por lo que llamábamos ventana (que no era más que una franja estrecha de vidrio reforzado), poníamos los dados allí. Mientras se secaban iban disminuyendo algo de tamaño, y se agrietaban por algunos lugares, por lo que se hacía necesario “repellarlos” de vez en cuando con la pasta. Cuando alcanzaban cierta dureza (ni antes ni después) era el momento de hacerles, con la punta afilada del lápiz, los huequitos (para el parchís) o las letras (para el cubilete).

Por lo general hacíamos mas dados de los que íbamos a necesitar, para poder escoger después los mejores, pues algunos al secarse y encogerse se deformaban. Lo que más nos sorprendió fue la consistencia y dureza que llegaron a alcanzar aquellos dados con el tiempo y el uso. Al batirlos en las manos sonaban que parecían de nácar, y se podían tirar duro contra el piso, que no les pasaba nada. Ahora no logro recordar qué fue primero, si el parchís o el cubilete, pero los dos nos aliviaron tremendamente el aburrimiento, y a falta de ejercicios nos hicieron quemar muchas calorías con las broncas que se armaban, porque nadie quería perder. (¡Y había cada tramposo!).

El tablero del parchís lo hicimos con unas hojas de revistas que conseguimos entre las pocas cosas que aparecían de vez en cuando para leer, y lo forramos con hojas rayadas de escribir, de las que nos daban a veces para las cartas. Los cuadritos los hicimos a lápiz, y pintamos algunas partes con café en polvo, de unos paqueticos que nos daban en el desayuno, que eran mejores para pintar que para tomar. A todas estas, tanto los dados como el tablero eran “clandestinos”, porque si los guardias los veían los confiscaban. Peor aún, podían ser considerados gambling parafernalia, o accesorios para juego ilícito, y nos podían hacer un reporte disciplinario por eso, de modo que si trabajo costó hacerlos, trabajo costó esconderlos.

Una noche, cuando compartía la celda con Tony, mientras dormíamos, sentimos un ruido raro debajo de la cama, y por la intensidad pensamos que podría ser un guayabito, pero como no había nada de comer, no le dimos mucha importancia. Al otro día por la mañana, cuando vimos los dados, a uno le faltaba una esquina. Después nos dimos cuenta de que no se trataba de un ratón, sino que la celda estaba infestada de cucarachas. Todavía un poco incrédulos, dejamos los dados en el mismo lugar, y tras una noche de ruidos que jamás pensé que los dientes de las cucarachas pudieran hacer, encontramos todos los dados huecos, casi devorados. Por aquellos días esas cucarachas tienen que haber sido las criaturas con mejor aliento de cualquier especie animal.

Gerardo Hernández

(Tomado de Cubadebate)