El primer día de Libertad e Independencia de Cuba

Camagüey en el despertar emancipador del pueblo cubanoEra un día húmedo, con agradables temperaturas, pero también histórico: Carlos Manuel de Céspedes, un hacendado bayamés que anticipándose a la fecha prevista empezó las acciones, le daba la libertad a sus esclavos y los exhortaba a incorporase a la lucha. Era el amanecer del 10 de octubre de 1868: "Ciudadanos, ese Sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino viene a alumbrar el primer día de Libertad e Independencia de Cuba".

Céspedes exponía las razones del levantamiento armado, conocido también como Manifiesto del 10 de Octubre:

"Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede reprobarle que eche mano a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. El ejemplo de las más grandes naciones autoriza este último recurso".

Pero el estallido insurreccional no solo se cristalizó con las campanas del ingenio La Demajagua, a unos 15 kilómetros de Manzanillo, actualmente provincia de Granma. A muchos sitios de la nación llegaba el clamor de independencia.

Las autoridades españolas orientaron la adopción de diversas medidas para evitar que el levantamiento de La Demajagua fuera secundado por otros patriotas, entre ellos los camagüeyanos.

Las operaciones iniciadas en esa región, posteriormente se extendieron a otras zonas cubanas; primeramente a Camagüey y con posterioridad a Las Villas.

En Camagüey, el 28 de octubre de 1868 un grupo de 25 sublevados, encabezado por Pedro Recio Agramonte, comenzó algunos procedimientos. En respuesta a esa acción los españoles reforzaron la guarnición de Santa Cruz del Sur y construyeron fortificaciones y cuarteles.

Esas medidas frenaron la organización de una estructura militar mambisa en el sureño territorio, perteneciente a la Brigada Sur del Ejército Libertador.

Al ocurrir el levantamiento de La Demajagua, numerosos patriotas del territorio camagüeyano motivados por las sublevaciones de los esclavos, principalmente de los de Serapio Recio, en la hacienda de Cuatro Compañeros, no vacilaron un instante: se sumaron a la lucha por la independencia de Cuba. Muchos se incorporaron a la Infantería del Tercer Cuerpo del Ejercito Libertador y posteriormente a la Caballería de El Mayor General Ignacio Agramonte.

Los cubanos participaban en una guerra contra un enemigo superior en número y armas, por lo que el Ejército Libertador aplicó la efectiva guerra de guerrilla.

La mayoría de los hombres que integraba aquella fuerza insurrecta era analfabeta y ante aquel panorama, Ignacio Agramonte estableció, entre sus tropas, sesiones de estudios, donde con la punta del cuchillo les enseñaba a leer y a escribir en la corteza de los árboles y a valerse por sí mismo.

Con mucha razón Martí afirmaba que “en los lugares puros y apartados del campo se crían las grandes fuerzas”. El Mayor devino jefe y maestro de aquel Ejército que estaba formando, apoyado por los hombres que ya habían sido forjados por él.

Los combatientes, aprendían la disciplina militar y el manejo de las armas, sentados en bancos de cuje, bajo un palmar, tan atentos como si estuvieran en una academia militar:

“Solo un hombre dotado de especialísimas condiciones podría llevarla a cabo; por fortuna –dijo el escritor Enrique Collazo-, el que debía hacerlo era Agramonte. Empezó por la transformación de sí mismo: al joven de carácter valiente y apasionado sustituyó el general severo y justo, cuidadoso y amante de su tropa; moralizó con la palabra y con la práctica, convirtiéndose en maestro y modelo de sus subordinados, empezando a formar, en la desgracia y el peligro, la base de un ejército disciplinado y entusiasta”.

Durante diez años de cruenta lucha, los cubanos revelarían al mundo su heroísmo y valor, desafiando a un ejército superior en armas y hombres.

Aunque no se alcanzaron los objetivos de abolir la esclavitud y lograr la independencia, este estallido insurreccional dio paso al despertar emancipador del pueblo cubano, que concluiría con la aurora del primero de enero de 1959.

Por Lázaro David Najarro Pujol/ Radio Cadena Agramonte.