La fiebre del oro
El precio del oro, el más codiciado de todos los metales, alcanzó en agosto los mil 856 dólares la onza, todo un récord, y se pronostica que puede sobrepasar los dos mil dólares por onza hacia fines de año.
Este interés por el mineral áureo, de por sí milenario, ha adquirido proporciones nunca antes vistas, en la medida en que los inversionistas se refugian en la seguridad del oro para protegerse de los avatares de la crisis económica y financiera.
A manera de comparación, el precio del oro respecto al dólar se quintuplicó desde el 2001 a la fecha, lo cual es asombroso, puesto que cuando este metal se usaba como patrón monetario la cotización era de 20,67 dólares la onza.
Respecto al período anterior a 1934, el oro vale ahora 90 veces más.
Después de esa fecha, Washington decidió fijar la equivalencia en 35 dólares la onza, o sea, 54 veces menos que su valor actual.
Cuando en 1971 la administración de Richard Nixon decidió abandonar el patrón oro como respaldo de su moneda, nadie imaginó que el metal dorado escalaría tales niveles en los mercados de valores.
Este es uno de los indicios más palpables de la caótica situación que están viviendo desde hace varios años las finanzas de las principales economías capitalistas.
En el año 2008, la hecatombe financiera mundial que ya se avizoraba empujó la cotización hasta niveles estratosféricos: 865 dólares, en ese momento la cifra más alta de toda la historia.
Al contagiarse la economía de la Unión Europea y Japón del descalabro ocurrido en el sistema bancario de allende los mares, el oro siguió ascendiendo en una espiral interminable.
En la medida en que inversionistas y particulares tratan de salvar lo que pueden de su patrimonio ante la incertidumbre generalizada, se pronostica una continua subida del precio del metal.
¿Pero por qué acudir precisamente al oro?
Es indudable que este metal ha estado desde los albores de la humanidad en el centro del interés de los seres humanos como símbolo de riqueza, al parecer por su virtud de permanecer inalterable a lo largo de los siglos.
También es buscado por su maleabilidad pues se pueden fabricar hilos de oro para adornar vestimentas y cortinas. Se dice que un gramo de oro puro puede ser convertido en un hilo de dos kilómetros de largo.
En el cuarto milenio a.n.e. los artesanos en la región de los Balcanes ya utilizaban el oro, como se puede apreciar en la Necrópolis de Varna, en Bulgaria.
En Egipto se empleó y apreció desde tiempos remotísimos y allí se han descubierto indicios innegables de la temprana existencia
de minas de oro.
Desde el año 2600 a.n.e. los jeroglíficos egipcios dan cuenta de la extracción de oro en depósitos en el desierto de Nubia.
En el Libro de las Revelaciones se describen las calles de la ciudad de Jerusalén como relucientes de oro puro, sin que se pueda asegurar la veracidad de esta afirmación, pero que dice mucho de la importancia que se concedía a este metal.
Los griegos, por su parte, dejaron constancia de sus ideas sobre el oro en el mito del rey Midas, quien quería convertir en el dorado metal todo lo que tocaba, y descubrió que incluso sus alimentos eran transformados por sus manos en oro sólido.
El Imperio Romano impulsó la minería del oro en sus diversas provincias, y la conquista de América se realizó bajo el signo del metal áureo, como lo atestigua el propio Diario de Navegación de Cristóbal Colón.
El Gran Almirante repitió constantemente la palabra "oro" en multitud de páginas de su bitácora, como claro testimonio del motivo principal que impulsaba su aventura.
Pero fue en el siglo XIX cuando la búsqueda del oro devino una verdadera fiebre, sobre todo en tierras americanas y africanas, y en particular en Estados Unidos y África del Sur.
En este último país, en la región del Transvaal, existieron durante decenios las minas más profundas y ricas del mundo, hasta que en el año 2007 China produjo 276 toneladas del mineral y sobrepasó por primera vez a África del Sur desde 1905.
Se calcula que la producción mundial desde 1910 hasta ahora ha sido de 123,750 toneladas, o sea, el 75 por ciento de la cantidad obtenida por la humanidad durante todo el transcurso de la historia.
EL oro es tan denso que toda la producción de milenios serviría para fundir tan sólo un cubo de poco más de 20 metros de lado.
Pero no hay que engañarse: esa pequeña mole llegaría a pesar unas 165 mil toneladas.
El consumo mundial anual llegó en 2007 a unas dos mil 471 toneladas, y en 2010 la India se consolidó como primer consumidor de oro, con 745,70 toneladas en ese solo año.
Entonces la producción global se situó en dos mil 450 toneladas, con China a la cabeza al alcanzar las 345 toneladas del metal dorado, aunque la nación asiática ha anunciado su intención de llegar a 400 toneladas en los próximos años.
Después le siguen en la tabla Australia, Estados Unidos, África del Sur, Rusia, Perú, Indonesia y Canadá, tradicionalmente en las primeras posiciones, pero cuya producción ha ido mermando en los años recientes.
¿Para que sirve todo este oro? ¿A qué se destina?
Según cálculos, el 50 por ciento de la producción del planeta se dedica a la joyería, el 40 por ciento a las inversiones (compra y venta) y el 10 por ciento a la industria, sobre todo por su empleo en la electrónica.
El empleo en la joyería es el más antiguo de los usos, pues se han encontrado miles de piezas en monumentos funerarios que datan de la Edad del Bronce.
Para la conservación en bóvedas y cajas fuertes, como inversión de futuro y refugio contra la inflación y la pérdida de valor del papel moneda, el metal es transformado en relucientes lingotes y monedas.
También se emplea en estomatología, pero su uso más apreciado tiene que ver con el desarrollo de las nuevas tecnologías en la computación y las telecomunicaciones, donde es insustituible para proteger los microcircuitos electrónicos.
Por otro lado, el oro es un buen reflectante de la radiación, en las bandas correspondientes a la luz visible, los rayos infrarrojos y las ondas de radio, por lo que es inapreciable para la protección de los satélites artificiales.
Para el público menos informado, tales usos parecen un tanto esotéricos, pues lo que sigue predominando en la visión popular es la imagen de grandes bóvedas repletas de monedas doradas, cual si se tratara de cavernas de Alí Babá.
Durante siglos tales monedas fueron fundamentalmente de oro e incluso cuando aparecieron los billetes de papel, cada gobierno se comprometía a respaldar con oro su valor.
Esto duró hasta 1944, cuando la Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas, impulsada por Estados Unidos y otras potencias, estableció el llamado sistema de Bretton Woods
y acordó las bases para eliminar el patrón oro.
En ese cónclave, al que asistieron 740 delegados de 44 países, se acordó la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), los que debían velar por el funcionamiento del sistema financiero.
Estas instituciones en la práctica se han dedicado a obligar a los estados necesitados de préstamos, a aplicar decisiones y políticas contrarias a sus deseos.
Es conocido que tanto el FMI como el BM preconizan la aplicación de líneas económicas neoliberales, basadas en la privatización de los recursos y en los recortes constantes de los gastos sociales.
Bretton Woods, además, establecía la obligación de cada Estado de aplicar una política monetaria para mantener una tasa de cambio directamente dependiente del dólar.
El 15 de agosto de 1971, mientras crecía la deuda del gobierno norteamericano debido a los gastos de la guerra en Vietnam, el presidente Nixon anunció el fin de la convertibilidad del dólar en oro.
Así, el billete verde pasó a convertirse en la moneda de reserva de los estados miembros del sistema, lo cual lleva a muchos países, sobre todo en vías de desarrollo, a tener que sufrir los avatares de la economía estadounidense.
El renovado interés por el oro tiene también su origen en decisiones tales como el aumento en 2,4 billones de dólares del techo de la deuda del gobierno federal, teniendo como consecuencia una mayor debilidad del dólar.
EL reciente anuncio de que Venezuela va a repatriar sus reservas en oro depositadas en bancos extranjeros, ascendentes a 11 mil millones, trasluce la preocupación de muchos países y su interés en poder trazar una política monetaria independiente.
¿Qué niveles alcanzará el oro en el futuro? Difícil de vaticinar, pero lo que sí es seguro es que mientras prosiga la crisis, el oro seguirá brillando cada vez con más fulgor.
Por Julio Hernández/ Periodista de la Redacción de Servicios Especiales de Prensa Latina.