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“Pacotilla” y tecnología

El vertiginoso desarrollo del mundo digital está transformando la tecnología minuto a minuto, y como nunca antes, mercantilismo y consumismo tratan de sacar partido, y crean serias confusiones en los usuarios, quienes muchas veces se sienten desorientados. Cierta tendencia a pensar: lo último es mejor por ser más nuevo, es un comportamiento humano que fabricantes y vendedores explotan sin compasión, y obligan constantemente a los clientes a perseguir la moda y desechar el modelo anterior, aunque sea útil.

Esa “fiebre del consumo” está penetrando de alguna manera en la sociedad cubana, principalmente en el sector más vulnerable: los jóvenes.

A los videojuegos (Atari, Nintendo, PlayStation y otros similares), le siguió el propio desarrollo de los equipos de cómputo.

Pero la apoteósis fueron, primero, los dispositivos portátiles reproductores de música en formato MP3, a los cuales se sumaron los de TV llamados MPEG-4 y posteriormente los celulares. Todos constituyen actualmente el mercado de mayor crecimiento.

Estos últimos tienen, como valor principal, la trasmisión de voz desde cualquier lugar con cobertura de la red inalámbrica.

Y se le han sumado funciones diversas que hacen las delicias de sus propietarios: cámara fotográfica y de video, juegos, agenda electrónica, receptor de radio y TV, reproductor de música, almacen de datos personales, entre otros muchos.

Todo esto se combina con la accesibilidad al aparato que, de las teclas ha pasado al mando táctil, pizarras plegables, reconocimiento de órdenes por voz y otras vinculadas al peso, duración de la batería, formato, colores de la pantalla y múltiples aspectos dirigidos a la atracción de los compradores.

Esa convergencia tecnológica tiene la ventaja de contar posibilidades diversas en un solo dispositivo para cuyas funciones se necesitanrían equipos diferentes, incluso hasta sustituye en cierta medida a la computadora en operaciones simples.

Cuba ha experimentado el crecimiento acelerado de las comunicaciones móviles en los últimos años, y hoy existe alrededor del 80 por ciento de cobertura en el territorio nacional, según el mapa publicado por la división Cubacel, operadora de la telefonía móvil en el país.

En estos momentos, existe más de un millón de líneas activadas, según cifras oficiales, y el diario Juventud Rebelde citó fuentes de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (ETECSA), de que se aspira alcanzar las 2,4 millones para 2015.

Las posibilidades de algunos servicios como la trasmisión de imágenes (MMS) y algunas de los estándares para quienes tienen celulares con Roaming (teléfonos pertenecientes a redes en el exterior, que usan la plataforma nacional para comunicarse), estimulan el anhelo a tener al lado el aparato más sofisticado.

A cierto colega le complace reiterar que el mundo se divide en dos: conectados y desconectados.

Mientras, buena parte de la Humanidad vive hoy las peores consecuencias de la brecha digital y, dentro de ellos, millones nunca han realizado al menos alguna llamada telefónica.

Entrampados entre unos y otros, los países pobres como el nuestro, se debaten entre la necesidad y la posibilidad.

Si bien el desarrollo de la inteligencia demanda del salto en esta esfera en Cuba, los recursos financieros y materiales nos relegan a lugares inmerecidos en la escala de empleo de las nuevas tecnologías.

Pero no se debiera confundir la necesidad de equipamiento para los imprescindibles y deseados avances sociales y económicos, con la esclavitud de la “tecno-adicción”, sentimiento tan viejo como la sociedad de consumo.

Alrededor de 40 marcas de celulares, encabezados por Nokia, Samsung, Motorola, LG y Sony Ericsson, se disputan el mercado en el “primerísimo” mundo que, por cercanía geográfica, nos traslada esa competencia que no pocas veces deslumbra a los menos conocedores.

La vacuna contra la “pacotilla” (en la más pura acepción popular) será la mejor forma de evitar que el alud consumista haga su vil trabajo, aunque sea en un segmento marginal del mercado, mientras que la inteligencia y el conocimiento podría imponerse para saber discriminar entre lo necesario y la frivolidad de cristalitos brillantes. (Por Osvaldo Rodríguez Martínez, AIN)