¿Medio Oriente u Oriente medio?
La interrogante no es nada gratuita, sino todo lo contrario, ya que intenta provocar un examen, tal vez polémico, sobre ciertos términos que periodistas, políticos y académicos suelen utilizar con mucha frecuencia para situar en espacio contextual una de las áreas del mundo de más prolongada conflictividad contemporánea y en consecuencia fuente persistente de acontecimientos noticiables, investigaciones y posicionamientos internacionales.
Unos se han acomodado a la denominación Medio Oriente que se estableció con el tiempo, y otros en cambio sostienen que en rigor debería ser a la inversa, ateniéndose a la pulcritud en el uso de las lenguas romances, y entre ellas nuestro castellano. ¿A quiénes les asiste la razón?
Comencemos por considerar que la aceptada partición descriptiva del mundo en oriente y en occidente constituye en esencia una convención construida a lo largo de la historia, pero de evidente relatividad, puesto que desde cualquier punto del planeta se podrían señalar particulares referencias cardinales horizontales.
Aún así y en aras de llegar al grano del planteamiento principal, creo que no vale la pena enfrascarnos en probables disquisiciones geo revisionistas, admitiendo por la práctica, un criterio divisorio legitimado en demasía. Eso sí, sin soslayar de ninguna manera su carácter eurocentrista, por cuanto fue impuesto y fijado desde el poder de los Estados naciones hegemónicos del llamado (disparatadamente) “viejo” continente, una sutil manera de decirnos al resto del mundo, que allí radica lo más sabio y paradigmático entre los mortales.
Bajo tales presupuestos se dio cauce a los conceptos, resbaladizos y porosos, de culturas, civilizaciones, filosofías y hasta psicologías occidentales y orientales otras, frecuentemente expuestos con abusivo maniqueo filo xenofóbico. Para los así llamados occidentales, también llegaba a identificarse a los orientales con estereotipos como “desconocido”, “misterioso”, “enigmático”, “exótico”, en lugar de lo peculiar , diverso y maravilloso, con una buena carga, por cierto, de prejuicios que ha perdurado por efecto de martilleos ideológicos intensamente mediatizados.
Para los occidentales europeos en busca de descubrimientos , conquistas y riquezas, el Oriente geopolítico y geo económico fue concebido como aquel que comienza en lo que denominaron el Asia menor, que comprende una parte de la actual Turquía, y en las riberas del Mediterráneo, donde se encuentra lo que fue la Palestina original, Líbano, Siria y Egipto.
El dominante imperio colonial británico puso especial atención en el siglo XIX a una amplia región, de gran valor estratégico que albergaba además inmensas riquezas petroleras, y que por ambos motivos se convertiría en eje de candentes contenciosos mundiales hasta los días que corren, a la que bautizó en su lengua inglesa como Middle East. Y de ahí viene un término aparentemente traducido al español con cierta ligereza facilista, mecanicista, y quién sabe si por algún inconsciente reflejo de colonizado, y propagado por los medios. Después, el uso y el caballero hábito junto a su inseparable escudero la rutina, se encargaron de la repetitividad y la adopción acríticas.
Los que conocen elementalmente el inglés saben que los adjetivos se colocan invariablemente delante del sustantivo. A diferencia del rico castellano, que pueden ir antes o después, y que por sus lugar y funciones son capaces de precisar, modificar o alterar el sentido de la descripción. Por ejemplo no es lo mismo señalar a un “viejo periodista” que a un “periodista viejo”, aunque también puede decirse que se trata de un “viejo periodista viejo”. Como se observa con claridad las intencionalidades clasificadoras varían.
A mi modo de ver medio Oriente equivale de acuerdo con la prosodia a la mitad del Oriente, del mismo modo que un medio vaso de agua al contenido parcial del recipiente para beber, es decir, que sólo expresa una proporcionalidad, lo que vale por igual para la metafórica media naranja perteneciente a la pareja de enamorados y cónyuges.
Si este es el caso y si consideramos que el oriente geográfico convencional comienza donde ya señalamos y digamos que termina en el litoral ruso del Mar de Bering, límite del mapa de la tierra continental, las dos mitades del vastísimo territorio tendría que partirse mediante una línea imaginaria aproximada de norte a sur, desde la insular Tierra del Norte rusa en el Ártico y una extrema franja oeste de Australia, pasando por Hanoi. Entonces, ¿cómo llamaríamos a cada porción? ¿medio oriente y medio oriente oriental? (¡!!!).
En toda lógica lo que parece pretender indicarse no son proporciones físicas cuantitativas, sino ubicaciones geopolíticas contextuales, que se reflejan con mayor exactitud empleando la formulación gramaticalmente más adecuada de Oriente medio, si bien tampoco se debe tomar al pie de la letra como sinónimo de subregión central.
Comparto el punto de vista de politólogos que consideran al Oriente Medio sobre todo un área de confrontaciones estratégicas medulares que va más allá de Israel y el conjunto de los países árabes vecinos, para incluir a Iran, Afganistán y Pakistán, ya que todos ellos conforman un vasto y peculiar mosaico de convergencias y conflictividades culturales, étnicas, religiosas y políticas, como de intereses y ambiciones foráneos y polares intervencionistas fuerte y tensamente imbricados.
A partir de ese enfoque, medios informativos hispanohablantes y francófonos tienden a utilizar con regularidad la denominación indistinta de Oriente cercano y Oriente próximo, para referirse a contenciosos más cercanos al Mediterráneo, incluido Egipto, que aunque perteneciente al continente africano, constituye un factor inevitable en el análisis de la historia y los conflictos de la región.
Fijémonos que el adjetivo aparece detrás del sustantivo, única manera de precisar distancia geográfica, porque si se escribiera delante implicaría, en el caso de cercano, un matiz afectivo, o cuanto menos de coincidencias culturales e íntimas y armónicas asociaciones. Y nada más lejos de la realidad. Si acaso se recurriría a ello en un discurso político circunstancial y conveniente, las más de las veces carente de sinceridad.
Y por supuesto tampoco se debería escribir próximo oriente, porque en lugar de indicar proximidad geográfica, lo que se transmite es una noción de orden sucesivo, esto es un oriente detrás del otro, en espera de turno. Sin embargo, no se excluye si se trata de emplear una metáfora predictiva, con la cual avizorar una futura región transformada en lo político, económico, social y cultural.
En cuanto al Oriente Lejano, que es lo correcto decir en tanto que referencia geográfica convencional, al revés significaría que sus claves identitarias son inalcanzables para occidentales, y que no vale la pena esforzarse por lograrlo, que aquello es “otro mundo” en palmaria contradicción con la globalidad contemporánea con su impetuoso flujo comunicativo, intercambios humanos e indetenibles fusiones.
Dejo la pregunta inicial sobre la mesa, y adelanté un criterio, a sabiendas de que deben de haber otros, y de que la mejor norma a establecer para el uso más certero de nuestro instrumental idiomático será la que dimane del experto juicio profesional colectivo. Por lo pronto una verdad parece quedar en pie: la colocación de un adjetivo puede cambiarlo todo.
(Tomado de Cubaperiodistas)