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El desmedido cerco de la OTAN

En la calenturienta mente de las actuales autoridades norteamericanas no hay espacio para otra cosa que el sigilo, la sospecha, el rechazo y la agresividad, en especial cuando de imponerse al resto del mundo se trata.

Y en sus afanes desmedidos de dominio global no dudan en revivir fantasmas que algunos creían sepultados cuando pregonaron, con la disolución de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, el pretendido "fin de la historia". En lo adelante, pensaron, el poder  absoluto de Washington tendría el peso de una suerte de dogma religioso: incuestionable y absoluto.

Sin  embargo, la historia ha demostrado que no es posible cercarla, amordazarla y mucho menos inmovilizarla, y el ciclo de enfrentamientos globales no cesa, porque no son pocos los que en este mundo rechazan ser vapuleados, obligados a acatar dictados ajenos,  y asumir un papel eterno de segundones.

Algo de eso sucede en las fronteras euroasiáticas, concretamente en Rusia. Una caótica etapa inicial de alocados cambios, dio paso en ese gigantesco país a un período de búsqueda de orden y sensatez en la vida interna y externa, y el proceso da sus frutos.

Hoy la Federación Rusa se muestra como una economía potente, casi la sexta a escala mundial, con programas de trabajo multifacéticos que intentan la recuperación local en todos los órdenes, y con una línea exterior que, por su acento multilateralista, no le hace ninguna gracia a Washington.

De manera que la hostilidad crece en la Casa Blanca y con ella la vieja idea de derrotar en el  terreno bélico al cada vez más peligroso oponente. De ese cuerpo doctrinario ha nacido la “brillante idea” de cercar a Rusia mediante la desproporcionada extensión de la OTAN y la instalación a las puertas de sus fronteras del titulado escudo antimisiles estadounidense.

Hace poco la República Checa aceptó oficialmente que en la cercanías de Praga, Washington coloque un sistema de radares que daría seguimiento a los cohetes rusos, mientras Polonia debatía brindar su territorio a baterías interceptoras estadounidenses.

Luego de un estira y encoge que bien huele a puro teatro, finalmente Varsovia accedió a prestarse como base de los cohetes estadounidenses, y la Casa Blanca suscribió el compromiso para facilitarle al ejército polaco  los misiles Patriot solicitados a cambio.

Todo está, por tanto, claro y definido. George W. Bush deja en marcha el establecimiento de agresivos enclaves militares sobre la frontera rusa, e impulsa a Moscú a adoptar lógicas medidas defensivas…la guerra fría retorna del pasado. (Por Néstor Núñez)