Cultura

Un museo para Chaplin

Un museo para Chaplin La Habana, 27 ene. – La casa donde Charles Chaplin vivió en Suiza las últimas dos décadas de su vida será muy pronto un santuario abierto a la devoción de sus admiradores con una legión de cinéfilos fervorosos a la vanguardia.

La mansión de Corsier-sur-Vevey, a orillas del lago de Ginebra, fue el sitio donde el gran Charlot encontró la paz al final del camino, tras una infancia azarosa con la tragedia de una madre demente y el paso por Hollywood al que tanto aportó y terminó excluyéndolo de sus filas, por obra del macartismo.

En 1952 Estados Unidos le cerró las puertas a una de las leyendas imperecederas del cine, tras considerarlo sospechoso de albergar ideas comunistas. Veinte años después, Hollywood intentó redimirse otorgándole un Oscar honorario. Chaplin cruzaba ya el ocaso de su vida. Moriría en 1977, cinco años más tarde.

La instalación del Museo, el primero que perpetuará su memoria, se viene planeando desde hace 10 años, reveló Michael, uno de los hijos del célebre mimo.

En él se exhibirán objetos relacionados con el mundo cotidiano del artista, muestras de su paso por los salones musicales londinenses y su apogeo como uno de los artífices del cine silente.

Pero no será un museo estático. No encajaría con alguien inmerso totalmente en el cine, el arte de la imagen en movimiento.

Las viejas bodegas de vino recrearán la época victoriana de la juventud de Chaplin, aprovechando su atmósfera umbría, que evoca oscuros pasillos adoquinados.

En el ala central, la biblioteca del cineasta de Luces de la ciudad, El chicuelo y La avalancha de oro, el buró donde escribió su autobiografía y dos guiones; el piano en el que compuso la música de sus películas.

En dos edificios anexos, en el exterior, su etapa de Hollywood cobrará vida en forma de platós y una réplica de la enorme máquina de Tiempos modernos, con que el realizador transmitió la enajenación de los obreros.

También se proyectarán escenas de sus películas escoltadas por "narradores holográficos".

Al principio los herederos se mostraron reacios a la idea convertir la casona familiar, rodeada de jardines y extensas zonas boscosas, en lugar de peregrinaje. Era como abandonar el refugio donde el padre disfrutó de un ambiente entrañable, y crió a ocho de sus 11 hijos.

Pero ocurrió que "todo el tiempo venía gente a tocar a la puerta y preguntar si podían dar una vuelta siquiera", comenta Michael.

A veces llegaban autobuses repletos de pasajeros, y entonces abríamos el portal y les permitíamos pasear por el parque, recuerda. Eso nos convenció de que debíamos abandonar el lugar y convertirlo en museo.

Según los cálculos, el proyecto estará terminado dentro de dos años, pero echarlo a andar fue un empeño arduo, primero por la oposición de los vecinos.

Luego se estancó entre los vericuetos de políticos locales, hasta que las autoridades ginebrinas decidieron aportar 50 millones de dólares para insuflarle un aliento tangible.

El hijo del genial cineasta apuntó que la empresa de chocolate Nestlé, ubicada en las cercanías, contribuyó a conseguir la aprobación. Parece que no les faltó ni olfato ni instinto certero para vislumbrar una fuente de publicidad gratuita, de indiscutible resplandor, a la vista.

Más allá de esos pormenores, el gran Charlot se hará palpable, dentro de 24 meses, en los predios que fueron remanso último de su creador.

La imagen de Chaplin es inseparable de la de ese hombrecito que anda por la vida con su aire de eterno vagabundo empeñado en sobrellevar con dignidad su miseria.

Una miseria decente, de legítimas ambiciones, frustradas siempre por la ferocidad del destino.

Un hombrecito que exhala humanidad, transido de un humor triste, con su bastón y su sombrero maltrecho, tratando de dar, aunque inútilmente, un aire de compostura a sus anchísimos y gastados pantalones de pordiosero. Chaplin y la poesía inagotable del gesto fijada para siempre.(PL)