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La grasa es un órgano

La grasa es un órganoHasta hace poco, los científicos han dado por sentado que el tejido graso era pasivo e inerte, y que su única misión consistía en suministrar energía. Sin embargo, el descubrimiento en 1994 de que las células grasas (adipocitos) secretan leptina, una hormona inhibidora del apetito, abrió los ojos a una realidad bien distinta.

Desde entonces se han descubierto decenas de sustancias que tienen su origen en estas mismas células, entre ellas algunas hormonas, factores de coagulación y moduladores de la respuesta inmune. Así las cosas, no queda más remedio que reconocer a la grasa como un órgano endocrino complejo.

O más bien como dos órganos distintos. Por un lado existe una grasa “invisible” que se acumula a gran profundidad en el abdomen, bajo los músculos, envolviendo y presionando el hígado, el corazón, el estómago, el intestino y los riñones.

La única forma efectiva de medir esa grasa abdominal o visceral es recurriendo a técnicas de imagen como la tomografía computerizada y la Resonancia Magnética.

La otra grasa, la de los michelines y las odiadas cartucheras, se deposita justo debajo de la piel, se puede palpar y es conocida como subcutánea o periférica.

Tener mayor proporción de un tipo u otro es, al menos en parte, una cuestión de género. La barriga cervecera -también conocida como “curva de la felicidad”- se forma por una acumulación de grasa en el abdomen típicamente masculina, que define una morfología llamada “en forma de manzana”.

Por el contrario, las mujeres obesas suelen exhibir caderas, glúteos y muslos prominentes, luciendo una figura “en forma de pera”. Más allá de la estética, discernir qué tipo de obesidad sufre un individuo resulta fundamental para valorar el riesgo cardiovascular al que está sometido.

La obesidad abdominal, aseguran los expertos, predispone a padecer colesterol y aumenta la probabilidad de sufrir un ataque al corazón. La grasa periférica femenina, por el contrario, puede ser considerada benigna desde el punto de vista médico. En resumidas cuentas, es mucho mejor ser pera que manzana.