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¿Terremotos en la luna?

Los sismos, esas perturbaciones súbitas en el interior de la tierra que dan origen a vibraciones o movimientos del suelo con consecuencias nefastas para la humanidad de acuerdo con su magnitud, más allá de lo que muchos piensan, ocurren todos los días en algún lugar del mundo, según sacaron a la luz estudios científicos.

Su causa principal y responsable de la mayoría de los sismos -grandes y pequeños- es la ruptura y fracturación de las rocas en las capas más exteriores de la tierra.

Y algo en extremo curioso, resulta que ni la luna escapa a este tipo de desastre, pues técnicamente experimenta “terremotos lunares”, y aunque los temblores no son tan intensos como los reportados en este planeta, la actividad sísmica básica sigue siendo la misma.

Páginas digitales de corte científico afirman que cuando los meteoritos golpean la superficie lunar, también pueden causar esos eventos, reportados, además, en Marte y en otros satélites como Europa, de Júpiter o Encédalo, de Saturno.

El servicio Geológico de los Estados Unidos calcula que cada año ocurren en el mundo 500 mil seísmos detectables y otros muchos no son percibidos, pues se suscitan en lugares remotos con magnitudes muy pequeñas.

Al menos mil 230 muertes en todo el orbe resultaron de la actividad sísmica en 2017 de acuerdo con las propias fuentes, y a menudo desencadenan otros desastres mortales.

Los tsunamis, por ejemplo, son los más comunes, sobre todo cuando el epicentro se ubica en el fondo del océano, y esas olas masivas cobran muchas más vidas que los propios temblores.

Es conocido que Charles F. Richter desarrolló la escala de Richter en 1935 con un dispositivo matemático para comparar el tamaño de los terremotos, mientras su magnitud es registrada por un sismógrafo.

Espacios digitales coinciden en que el mayor terremoto registrado en la historia se reportó en Chile en 1977, al medir 9.5 en la escala de Richter, en tanto el más grande detectado en EE.UU. marcó 9.2 en la propia escala y azotó el estrecho de Prince William, Alaska, en 1964.

Es posible que a las personas bien informadas les llame la atención la manera recurrente de su hostigamiento en determinados puntos terrestres, como sucede en la falla de San Andrés de California, y es que alrededor del 80 al 90 por ciento de todos los terremotos en el planeta suceden en la misma región de la corteza terrestre.

La gran mayoría de la actividad sísmica del orbe se puede remontar a este cinturón, conocido como “Anillo de fuego” que se abre paso alrededor del Océano Pacífico, según investigaciones de expertos, quienes han calculado que las ondas de choque que propician un siniestro de este tipo se transmiten por el subsuelo a una velocidad de 25 mil kilómetros por hora, más de 20 veces superior a la del sonido en aire.

Para ilustrar el alcance fatídico de los sismos, indagaciones realizadas a nivel global ilustran que un temblor de magnitud cuatro, libera tanta energía como 15 toneladas de TNT, lo cual equivale a la explosión de una bomba atómica y uno de magnitud siete desprende una energía equivalente a 25 bombas atómicas, cifras que ponen los pelos de punta a cualquier persona.

Aunque con menor fuerza, Cuba no escapa a esos fenómenos naturales, con movimientos perceptibles en la región oriental, fundamentalmente, y en otras provincias como Pinar del Río, sin reportar daños materiales ni humanos.

No obstante, se han efectuado estudios, a la par de la realización de demostraciones de cómo actuar ante un terremoto, durante el desarrollo del ejercicio popular Meteoro, de frecuencia anual.

En Vueltabajo, el exiguo conocimiento de la población sobre las acciones a emprender ante un sismo y los sitios de mayor incidencia de este fenómeno, constituyen resultados del estudio de Peligro, Vulnerabilidad y Riesgo desplegado en la ciudad por un grupo de expertos.

Devenido línea de trabajo para reducir los daños causados por un supuesto siniestro, la investigación desglosa las condiciones particulares de la urbe pinareña, tema de marcado valor, debido a la importancia de la percepción de riesgo ante la existencia de la llamada zona de la falla Pinar, extendida por toda el área limítrofe entre la cordillera de Guaniguanico y la llanura sur de la demarcación.

Considerado de gran intensidad, en el municipio de San Cristóbal, entonces perteneciente a la provincia pinareña, un terremoto aconteció en enero de 1880, con daños significativos para las viviendas en infraestructuras de otro tipo, otra razón que justifica la conveniencia de la acción preventiva. (ACN)