Octogenario no quiere regresar al Santa Cruz del Sur de antaño

De los cúmulos de amasijos de madera, a causa del desastre ocasionado por el huracán del 9 de noviembre de 1932 al poblado de pescadores de la localidad, se sirvieron las familias pobres para levantar sus moradas en un área de playazo a la que la gente aún nombra Llega y Pon (actual reparto Jacinto González).

“Las viviendas más dignas eran la de los fotógrafos, la de Clemente Arias, el procurador y la de Mariano Corona. A ese ciudadano las yuntas de bueyes le proporcionaban dinero, pues lo mismo movía grandes bolos de madera para trasladarlas para Camagüey por ferrocarril, que se valía de unas bases de madera acopladas a portentosas ruedas con partes de madera y hierro para mudar casas de un lugar a otro”.

René Cardoso Maldonado es un octogenario muy conversador. Ningún interlocutor se aburre con sus anécdotas. Es un hombre que nació para agradar a quienes desean escucharlo. Tal vez por eso tiene tantas amistades.

A la morada de sus abuelos maternos, enclavado en el marginal Llega y Pon, a menudo se le agrandaba un segmento.

“Cuando pensábamos, reveló, que no iba a llegar ningún pariente aparecían en masa sin avisar. Fue el caso, por ejemplo, de una hermana de mi mamá que vino de Manzanillo con sus siete hijas pequeñas. Los pobres siempre compartimos lo poco, nunca le dimos la espalda a nadie, aunque no fuera un ser querido”.

En esa fangosa barriada no había agua potable ni luz eléctrica. “Quienes teníamos de vez en cuando algunos centavos podíamos darnos el lujo de utilizar el carburo para alumbrarnos, pero la mayoría se valía de las chismosas. El agua para beber y para el uso doméstico la buscábamos en latas, caminando largas distancias”, comentó.

Las bodegas particulares, puntualizó el lugareño, estaban llenas de distintos productos, ropas, zapatos y comida. “El rollo estaba en cómo ganarse los quilitos. Era un privilegio llevar un medio para la casa. Daba al  menos para  comprar café y azúcar.

La gente sin recursos económicos cuando compraba algo le pedía la contra al dueño de la tienda de víveres, recibiendo un caramelito o un plátano fruta. Nunca más quiero despertar viviendo esa pesadilla”, subrayó  René.

El entrevistado, próximo a cumplir 85 abriles, reside con su esposa en un confortable apartamento de uno de los edificios multifamiliares construidos por la Revolución Cubana para los damnificados del huracán Paloma, fenómeno atmosférico que causó grandes daños materiales en estos predios el 8 de noviembre de 2008.