Niños, la grandeza de lo pequeño

Grande es el placer que sentimos los adultos, cuando la altura de unos mimos besa triplicadas veces nuestras pupilas. Se adentran en lo más sensible de la condición humana esos principitos de la fortuna maternal y paternal, trayéndonos pura gratitud y cuantioso querer.

 

Ellos poseen  ese hombre dormido: razón martiana generalizada en todo niño. ¡Cuánto halaga descubrirlos en sus fuerzas nobles, donde el veneno no ha encontrado resquicio para entrar porque representan la obra perfecta llamada amor!

 

Cuando aplican las buenas enseñanzas aprendidas desde la cuna, se convierten  en bellos Ismaelillos. La honradez y la palabra inteligente los purifican, les ejercita la grandeza humana. Crecen para hacer el bien entre la familia, la patria y sus semejantes.  Son, por tanto, los valores transmitidos, el cimiente con mayor recompensa.

 

 Criar adecuamente revela su propio poder, nunca la violencia anima a los pequeñuelos a realizar luego acciones bondadosas. Si sabemos conducirlos tonificándoles  el espíritu se logrará, sean  fundadores y no destructores en el entorno donde se empinen.

 

Son grandes en esencia. Desde su invididualidad nos abrazan con sentido halago en esa edad de oro, donde se aprende todo lo nuevo.

 

Serán los hombres y las mujeres que le plantarán rosas a las eficientes acciones No volverán a ser niños, sin embargo esa educación recibida en hogares y colegios les dejará en el alma el poder de la elocuencia,  sinceridad y la inteligencia; además  vasta sensibilidad para forjar sobre la base del bien, a sus hijos.