Martí presente, eterno
Es mayo de 1895. Una columna española
Acampa en llanos de Dos Ríos.
La aparente calma es rota por disparos.
Ni una queja, ni un dolor,
todo regocijo por el deber,
por el honor de libertar la Patria.
Martí al galope empuña su revólver,
sobre el brioso Baconao, se lanza al combate
hacia las filas españolas que lo abaten a tiros.
De cara al Sol. Martí, Apóstol.
En las maniguas de Dos Ríos
cayó el héroe, en su tierra
esa madre amorosa que lo acoge en su seno.
Como un Sol al infinito firmamento,
audaz de pluma y golpe,
acción irrevocable de principios,
como Abdala se levanta, surge,
irrumpe en torbellino de ideas y quehaceres,
dicta, escribe, pronuncia, y el frescor sublime
del amor inmenso a la Patria está allí,
en su pecho, en su aire, en su presencia.
Pero Martí no ha muerto.
Desde la Calle Paula hasta Dos Ríos,
desde el alumbramiento hasta la infausta muerte,
todo un legado, un pensamiento,
ejemplo que trasciende, se multiplica,
y vive su ideal,
por su universalidad, con arraigo profundo,
latinoamericanista, militante,
que llega y toca en cada pueblo que se levanta,
que ilumina en el despertar del continente.
Y viaja, transita en el tiempo y el espacio,
nutre el espíritu, y da, enseña, ama, funda, cree,
ahonda su sentir la Madre América,
hace suya las tierras del indio, del coyote,
del quetzal, del cóndor de los Andes.
Señala el camino, marca el derrotero,
desde el río Bravo hasta las tierras húmedas
de la Patagonia.
Está Martí presente, eterno,
en Cuba, en América, en el mundo,
y su voz vibra, se extiende,
resuenan sus ecos para siempre,
ayer y hoy, adelante, verso y pluma,
amor y bandera, coraje y sacrificio,
perenne, cotidiano, en las aguas,
en el aire, en las llamas,
en el infinito batallar del Hombre.