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Las tortugas marinas, presentes en el planeta desde la era de los dinosaurios

Quizás por ser fascinantes criaturas y exhibir un curioso caparazón llevado encima hasta el último de sus días, las tortugas marinas despiertan la simpatía de los humanos, quienes ante los distintos grados de amenaza a que están sometidas, brindan protección a esa especie de reptiles, de los más longevos del planeta.

Presentes en el mundo desde la era de los dinosaurios, unos 200 millones de años atrás, su antigüedad supera a las serpientes, los cocodrilos y los caimanes.

Respiran aire en la superficie, pero pueden permanecer hasta ocho horas dormidas o quietas, debajo del agua sin respirar, una de las tantas curiosidades de su existencia, señalan sitios digitales.

Según NATIONAL GEOGRAPHIC, hay siete especies de tortugas marinas y en todos los casos, el caparazón forma parte de su esqueleto y se compone de más de 50 huesos, entre los que se incluyen la caja torácica y la columna vertebral.

Agrega la propia fuente que carecen de dientes y tienen solo una suerte de picos de queratina en la parte superior de la boca, y su alimentación puede variar desde algas a calamares, pasando por medusas, mientras parecen preferir alimentos de color rojo, naranja y amarillo. Selectivas, ¿eh?.

Otros espacios señalan que a pesar de su dureza, un golpe en la carcasa les proporciona dolor y el color de caparazón señala su origen, pues cuanto más claro, evidencia que el animal procede de una zona más cálida.

Ellas pueden durar de 150 a 200 años y se dice que la más grande conocida fue el Archelon, con un peso de dos mil 200 kilos, la cual habitó en el continente americano, durante el período Cretácico Superior.

Si bien el caparazón las protege de sus depredadores, para el apareamiento constituye una verdadera dificultad física, al tener orificios en su superficie que le sirven para la reproducción y la expulsión de los excrementos.

Para consumar el coito el macho emerge el pene de esas perforaciones, lo pasa por debajo del caparazón de la hembra, para posteriormente introducirlo en la cloaca de ella. Indudablemente, difícil ese ¨cuerpo a cuerpo¨…

Esos seres marinos evitan las sombras de cara a evitar cualquier peligro y tienen sentido de cooperación, ya que cuando las primeras crías de tortugas marinas salen de sus huevos, ayudan a las demás a liberarse de sus cascarones y después, todas emprenden su camino al mar en grupo, para evitar mayores riesgos.

Las madres en cambio, despojadas de todo sentimiento maternal, no cuidan de sus pequeñas proles ni tampoco las alimentan y las pequeñas, sometidas a tantos asedios, se calcula que una de cada mil, logra sobrevivir.

Afirmaciones de diversos espacios digitales refieren que el sexo de las tortugas marinas está determinado por la temperatura de su nido. Uno más cálido dará hembras y más frío, machos y en un ambiente templado las proporciones de ambos sexos serán similares.

Pero algo llamativo resulta que para alcanzar la madurez sexual, pueden pasar hasta 50 años, dependiendo de la especie.

En los meses cálidos, las tortugas hembra acuden a las playas en donde ellas mismas nacieron en busca de un punto de anidación y usando sus aletas traseras, excavan un nido en la arena y ponen alrededor de un centenar de huevos.

Ellas enfrentan en el mundo muchas amenazas, como la pesca, la destrucción de su hábitat por el desarrollo costero y el cambio climático debido a la subida del nivel del mar y el incremento de las tormentas, entre otras.

En la Península de Guanahacabibes, en el extremo occidental cubano, declarada por la UNESCO reserva de la biosfera, anidan tres especies que son investigadas y preservadas por expertos del parque nacional radicado allí, quienes cuentan con la colaboración de estudiantes y pobladores de la zona.

Ejemplares de las especies verde, caguama y carey suelen arribar al lugar en julio y agosto, etapa en que estudian su comportamiento y protegen en diversas playas a las que acuden a ese istmo bendecido por la naturaleza, de costas inhóspitas y leyendas insospechadas, donde accionan para perpetuar su presencia sobre la faz de la tierra.