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[:es]La ruta cubana de José Martí[:]

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La Habana, 28 ene.- Este 28 de enero se cumplen 164 años del nacimiento de uno de los hombres más ilustres de América, José Martí. Las huellas de su pensamiento y de su andar están aún frescas en varios lugares de su tierra natal.

 

Breve fue su existencia: 42 años, tres meses y 19 días. De ellos, en el destierro más de la mitad.

Sin embargo, fue tal su consagración a la forja de una patria, que el lapso relativamente breve en que se desplazó por limitados espacios de este archipiélago trazó una ruta digna de recorrer. Ese periplo contribuye a comprender cómo se conformó la personalidad del más universal de los cubanos.

El Museo Casa Natal de José Martí, de la Oficina del Historiador de Ciudad de La Habana, es un excepcional punto de partida. La institución posee la mayor colección de objetos que se atesoran en Cuba, relacionada con la vida y la obra del Héroe Nacional.

Construida a inicios del siglo XIX, esta sencilla casa de típico estilo colonial perteneció inicialmente a una congregación religiosa, y en 1852 su nuevo propietario la alquiló a dos familias emparentadas, una de las cuales era el joven matrimonio que formaban el valenciano Mariano Martí y la canaria Leonor Pérez.

De ellos nació en 1853 el primogénito, José Julián, quien vivió en el lugar hasta los tres años de edad.

El museo posee siete salas permanentes y un área de exposición transitoria, a las cuales se anexan los restos de la Real Cárcel de La Habana.

En la Sala I de la planta alta, una tarja señala que esa fue la habitación del nacimiento de Martí. Aquí se exponen objetos relacionados con su infancia, adolescencia y juventud, entre ellos la primera carta que escribió a los nueve años, cuando acompañó a su padre a la zona conocida como Hanábana, cerca de Jagüey Grande, en la actual provincia de Matanzas, donde su progenitor se desempeñó durante algún tiempo como capitán juez pedáneo.

Otras salas recogen los testimonios del período de deportación hacia España en 1871, sus viajes a México y Guatemala y la participación de Martí en prestigiosas instituciones culturales durante su breve estancia en La Habana después de la firma del Pacto del Zanjón (10 de febrero de 1878).

Así mismo, la muestra incluye su presencia en Estados Unidos (1880-1895), y el período que vivió en Venezuela, además de la designación como cónsul en Nueva York de Uruguay, Paraguay y Argentina, cargos a los que renunció en aras de su quehacer independentista.

El ambiente de la oficina de Martí en Nueva York, sede del Partido Revolucionario Cubano en su etapa de organización y funcionamiento está recreado en el museo, así como el accionar del Delegado de esa organización política en los preparativos e inicio de la Guerra Necesaria, como él la llamó.

Otra parte de la casa museo sintetiza la última etapa de la vida de Martí, la estancia en Montecristi y la travesía desde Cabo Haitiano hasta la caída en combate en Dos Ríos, en la antigua provincia de Oriente.

EN EL ENTORNO HABANERO

Apenas a unas cuadras de la Casa Natal, en la calle Cárcel entre Zulueta y Prado, están los restos de la antigua Real Cárcel de La Habana.

De este edificio construido entre 1835 y 1839, se conservan la capilla y cuatro celdas bartolinas. Aquí estuvo preso a los l6 años de edad, condenado a seis años de trabajos forzados por el delito de infidencia.

Por varios meses, el preso 113 ‘Martí’ caminó a duras penas por la calle de San Lázaro al amanecer y regresó bien avanzada la tarde, junto a los demás reclusos, arrastrando las cadenas atadas en un extremo a una pesada carga y en el otro al grillete que le oprimía el tobillo, en un itinerario que iba del infierno de la cárcel al dolor infinito de la sección La Criolla, de las canteras.

La Fragua Martiana, antigua zona de esas canteras, es otro punto esencial de la ruta cubana de José Martí. Por eso en ocasión de su sesquicentenario fue develada aquí la escultura de bronce, a tamaño natural, El Preso 113, creada por el artista José Villa Soberón.

Por gestiones de la familia, el joven Martí fue trasladado a la finca El Abra, de José María Sardá, en Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud), donde permaneció recuperándose, hasta que partió, desterrado, hacia España.

Esta hacienda se conserva como museo. Pero si el viajero dispone de escaso tiempo, en el entorno de Ciudad de la Habana puede encontrar muchos lugares relacionados con su vida y con su obra, unos tal vez más conocidos que los otros.

Un indiscutible símbolo de la ciudad es la estatua de mármol blanco ubicada en el Parque Central, inaugurada el 24 de febrero de 1905, la cual sustituyó a la de Isabel II, de España.

A 50 metros de allí, en la acera opuesta del Paseo de Prado, en el hotel Inglaterra, fue restaurado el café El Louvre, donde Martí pronunció un discurso en 1879 ante jóvenes e intelectuales de la época en honor a Adolfo Márquez Sterling, digno periodista. Una tarja deja constancia de aquel acontecimiento.

No muy lejos ‘y este sitio es menos conocido’, en Prado y Animas ‘muy próximo al actual restaurante Prado 264’ se conserva en buen estado la edificación en la cual radicó el Colegio San Pablo, de Rafael María de Mendive, donde Martí expresó sus primeras inquietudes independentistas a través de los versos del poema Abdala, antes de cumplir 16 años.

Y en la intersección de las calles Industria y San Miguel, en un inmueble marcado con el número 320, estuvo la vivienda de la familia Valdés Domínguez, entonces con el número 122, la cual fue muy frecuentada por el autor de El Presidio Político en Cuba.

Fue allí donde escribió a Carlos de Castro y de Castro, condiscípulo incorporado a los cuerpos de soldados voluntarios españoles la misiva que lo llevó a prisión por calificarlo de apóstata.

Bien cerca, en Amistad entre Neptuno y Concordia, en la humilde casa que estuvo marcada con el número 42 y que hoy no tiene numeración, residió José Martí junto a su esposa Carmen Zayas Bazán y su pequeño hijo José Francisco, en l879, etapa que describe en los versos de su poema Ismaelillo.

Por aquellos días se desempeñaba como pasante de abogacía en el bufete de Miguel F. Viondi y de Nicolás Azcárate, sito en Empedrado número 2, y conspiraba junto a Juan Gualberto Gómez contra el colonialismo español.

Al ser descubierto fue detenido en su casa y conducido a la antigua jefatura de la Policía, en Empedrado y Monserrate, hoy una de las instalaciones de la Contraloría General de la República, de cuyas celdas partió hacia su segundo y último destierro.

Se dice que la vigilancia de los agentes secretos del régimen español se había estrechado contra José Martí desde aquel día de l879 en que pronunció un encendido discurso patriótico en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa ante el mismísimo Capitán General de la isla de Cuba.

Alguien trató de restarle importancia al desagradable momento que vivió la máxima representación de la Corona en Cuba, susurrándole que el joven Martí estaba loco. Y cuentan que el déspota respondió: ‘Este Martí es un loco, pero un loco peligroso’.

En el Museo Municipal de Guanabacoa se conserva el podio desde el que el autor de la carta inconclusa del 18 de mayo de 1895 a su amigo mexicano Manuel Mercado pronunció aquella vehemente pieza oratoria.

Y como colofón de este itinerario martiano en el entorno habanero, sobresale el Memorial José Martí, ubicado en la Plaza de la Revolución, donde millones de cubanos se han reunido reiteradamente desde 1959 para proclamar en asamblea pública su voluntad de realizar y preservar su utopía política y social.

En la base del Memorial, el visitante puede recibir una amplia información gráfica y textual acerca de su vida y obra.

Una visión integral y más completa del Héroe Nacional de Cuba logrará el visitante si en su ruta martiana se asoma a Playitas de Cajobabo, en la actual provincia de Guantánamo, punto de desembarco de Martí y el generalísimo Máximo Gómez en abril de 1895.

Más aun, recibirá una visión asombrosa de la flora y de la fauna endémica, si guiado por las páginas del Diario de Campaña de José Martí continúa su itinerario senderista hasta llegar a Boca de Dos Ríos, en la provincia, donde como lo deseó, de cara al sol y en combate, dedicó a Cuba su último aliento.

Entonces, el amigo que ha llegado hasta aquí en la ruta cubana de Martí, sentirá la necesidad de dirigirse a Santiago de Cuba, al cementerio Monumento Nacional de Santa Ifigenia.

Una vez en el panteón del autor de los Versos Sencillos colocará un ramo de flores y rendirá homenaje a la bandera de la estrella solitaria.

Solo a unos pasos, una piedra traída de la Sierra Maestra que en su interior conserva las cenizas del autor de La Historia Me Absolverá y está identificada solamente con el nombre de Fidel, confirma el concepto martiano de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

El visitante sentirá a esas alturas la necesidad de realizar otra ofrenda floral, y entonces podrá sentirse honrado, recordando a quien sentenció que ‘honrar, honra.’

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