[:es]La indignación impulsó a combatiente santacruceño a lucha revolucionaria[:]

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El octogenario asienta las palabras en las pausas hechas a su antojo. Relata el pasado. “Difícil de olvidar”, indica Miguel Ángel La Hera Pérez. Oriundo de un lugar metido en la misma “cintura del monte” nombrado El Plátano, evoca los tiempos difíciles: la madre enfrentando sola la crianza de los cuatro hijos varones;  ganando tres pesos al mes como criada.

“Donde el diablo dio las tres voces y nadie lo oyó, vivíamos. Eso pertenece a la actual provincia Granma. Para qué le voy a hacer gastar tinta hablándole de aquella vida de desgracias. Usted sabe cuál era la realidad de los guajiros sin nada. Sólo éramos propietarios del aliento”.

La indignación se apoderó fuerte del muchacho de 22 años: “A los poquitos días del desembarco del Granma salió publicada en una revista la fotografía de los guardias buscando a los expedicionarios.

 Mi cara descompuesta lo expresó todo. Un tío mío me preguntó qué me sucedía, no quise responderle  por respeto. Como persona de experiencia indagó directo si quería alzarme”.

Subieron hasta la primera Capitanía de la Comandancia de Crescencio Pérez, en las estribaciones de la Sierra Maestra. “Hasta allí llegamos varios hombres. Nos dieron algo de comer, descansamos un poco y proseguimos la caminata hasta la Comandancia del propio Crescencio, perteneciente a la Columna 7.

  Entre los cuatro que allí permanecimos estaba yo. Fuimos ubicados en el grupo de refuerzo destinado a buscar alimentos para la tropa”.

Para adquirir mayor experiencia militar es enviado a la escuela de reclutas creada por el Che, en Minas de Frío. “El 9 de agosto de 1958 llegué a ese centro con la mochila y el fusil a cuestas. Quien no tuviera un espíritu fuerte se rajaba enseguida. Los entrenamientos eran durísimos, las raciones de comida, pocas.

A cualquier hora de la noche o la madrugada nos tiraban de las hamacas para efectuar distintas prácticas… Me formé mejor”.

El primer día de su llegada a Minas le dieron un tabaco a La Hera y sus compañeros. “Lo encendí, al poquito rato veía las lomas dando vueltas. Yo nunca había fumado. Jamás repetí esa “gracia”.

Los reclutas reciben la noticia de la victoria del Ejército Rebelde. “Éramos parte de ese logro, costó demasiada sangre. Los tiranos serían a partir de ese fecha historia pasada, de ningún modo olvidada”, especificó.

Se desmoviliza para apoyar la crianza de sus dos hijos pequeños. Luego le nacieron otros cuatro varones y tres hembras.

Ante el crucial peligro que significó la Crisis de Octubre ingresa, ya viviendo en Belic, al batallón de combate creado en Niquero. “Fui el enlace del jefe. Llovía bastante por esa época, pero bajo agua cumplía las misiones. Los soldados nos debemos a la Revolución”.

En Santa Cruz del Sur se asentó Miguel Ángel desde 1973. Aquí viven varios hermanos suyos. “Acá terminaron de crecer mis hijos; laboré hasta la edad de jubilación. Fui carpintero.

 Tengo 83 “otoños”, sin embargo hay personas negadas a creerlo. Tal vez el sacrificio realizado por ver el sueño convertido en realidad me ha concedido abundante vitalidad”.

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