¡Gloria a la mañana de la Santa Ana!

Era la mañana de la Santa Ana, mañana de julio pintada de rosa. Nadie presentía que saldría el Sol, por la silenciosa granja de Tizol.

 

Quizás aún resuene en los oídos de algunos de sus protagonistas, y se teja en la mente de las actuales generaciones, el ruido de los disparos en aquella épica mañana dominical del 26 de julio de 1953, cuando un grupo de jóvenes, comprometidos con los mejores sentimientos de patriotismo y amor, marcharon a conquistar la libertad o la gloria al enfrentarse a la soldadesca de la dictadura que se encontraba en los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.

 

“Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su Centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la Patria.”

 

Entre los claroscuros del amanecer, las figuras se mueven, se acercan, atacan, la sorpresa perdida, el combate, los primeros caídos, el repliegue, los prisioneros, la infausta orden, los asesinatos.

 

Canción de muerte para los buenos: “No importa que en la lucha caigan más héroes dignos, serán más culpa y fango para el fiero tirano, cuando se ama a la Patria como hermoso símbolo, si no se tiene armas se pelea con las manos.(…) ¡Que morir por la patria es vivir!”

 

Era la trompeta apocalíptica que anunciaba al régimen que los cubanos estaban dispuestos al sublime sacrificio de emancipar la tierra de sus padres, y estaban dispuestos a llevar adelante la lucha armada para alcanzar un futuro mejor para sus hijos.

 

Era la mañana de la Santa Ana… ¡Oh, la incubadora de la redentora granja Siboney! ¡Qué gloriosos gallos dieron a la aurora, viejas y olvidadas posturas de Hatuey!

 

Las acciones de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago y Bayamo respectivamente, el 26 de julio de 1953, fue la chispa que prendió el sentimiento nacional de rebeldía contra el régimen de turno, aquel revés militar fue el inicio de un duro y heroico camino de luchas donde hombres y mujeres dieron lo mejor de sí para derrocar la tiranía de Fulgencio Batista.

 

Muchos héroes cayeron aquella mañana del 26 de julio, en sus nombres, en su ejemplo, en su desprendimiento altruista viven hoy en la generaciones presentes, honrados y venerados como los mejores hijos de la Patria.

 

Eran soles previos que con su alborada, rasgaron las nieblas del cuartel Moncada. La Patria en tinieblas vio sus rumbos claros, a la luz precisa de urgentes disparos. Era la mañana de la Santa Ana. La sangre vertida no fue sangre vana.

 

Hoy el nombre de esos héroes está en todas partes, en fábricas, hospitales avenidas, escuelas, en la memoria imperecedera de la historia.

“Es la voz de toda la tierra cubana: — ¡Gloria a la mañana de la Santa Ana!”

 

(Fragmentos utilizados del poema Era la mañana de la Santa Ana, del Indio Naborí, y del alegato La historia me absolverá, de Fidel Castro)