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El barrio de Jesús María en Sancti Spíritus (+Fotos)

A orillas de río Yayabo donde antes hubo una aldea taína y después los esclavos lucumíes establecieron sus cobijas a como pudieron, nació el barrio de Jesús María, de incuestionables aportes a la identidad espirituana

Antes fue sólo una calle de gente humilde, cueripardos y almiprietos más de sangre que de Sol. Hoy, la barriada se desplaya y sube por los deslindes del río, abrevia el paso hasta la Carretera Central para tender un cerco que flanquea el parque y enlaza en un suspiro el centro histórico de la villa.

Jesús María es uno de los asentamientos más antiguos de la ciudad de Sancti Spíritus. Con el desarrollo de la localidad denominada en sus inicios Espíritu Santo su trazado urbano se expandió hacia el occidente con hermosas iglesias, plazoletas y parques.

Riqueza patrimonial de Sancti Spíritus. Collage: MC

Parte de la riqueza patrimonial de Sancti Spíritus pervive en el aliento de Jesús María: la Parroquial Mayor con su aire mudéjar y su torre única; el puente de cinco arcadas que levantaron dos albañiles hacendosos; el teatro de fachada clásica con su proscenio cabalgando sobre el río; y los parques; y Rudesindo García, esculpido en mármol italiano para recordar que fue médico eminente y mejor altruista; y las dos plazas, que hoy acogen el alborozo de los parques y el guiño de los enamorados, y a una mulata que se derrite de sobrosura… ambiente de barrio

Su avance estuvo marcado por la incipiente industria azucarera y el progreso ganadero que en el siglo XIX requirieron de la mano de los migrantes africanos primero, y posteriormente de la llegada de chinos.

Gran parte de sus habitantes descendían de quienes dejaron su sudor y sacrificio en los cortes de caña de pequeños trapiches que existieron en esta parte central.

Jesús María es alquimia de tradiciones y costumbres bien llevadas con su cabildo yoruba, testigo vivo del sincretismo, y con su gente que hace caminos entre las arterias más socorridas de la ciudad sin distinción de credos ni color en la mirada o en la piel, porque allí el que más fino sea responde si llama el bongó, con su repique bronco y su profunda voz.

Los llegados del continente africano asumían sus prácticas religiosas en los cabildos, devenidos santuarios populares, respondían a las principales religiones que incursionaron en el centro de Cuba: yoruba, arará, abakuá y congo.

El cabildo está ubicado en el Consejo Popular de Jesús María, en una vivienda particular e institución religioso-cultura

La raíz africana tiene mucho peso en las creencias religiosas, tanto en Sancti Spíritus como en Trinidad, asentamientos donde los toques de tambor y cantos por siglos se dejan sentir en noches y días venerables.

Entre los clamores de épocas pasadas, Jesús María guarda un destello en la poesía de Panchita Hernández Zamora, la más relevante escritora de esta tierra durante el siglo XIX, que con su labor pedagógica anudó la estirpe de una generación de espirituanos alrededor de las guerras independentistas, y recuerda entre sus hijos ilustres a Tadeo Martínez Moles, el primer ensayista que reunió literatura e historia en su discurso sobre la villa.

Y allá, en una de esas calles imprevisibles que se recorren con unos pocos trancos, la casona donde nació Manuel Mendigutía, secretario de Carlos Manuel de Céspedes, y se hospedó Federico Capdevila, el español pundonoroso que defendió la causa de los estudiantes de Medicina fusilados en 1871.

Casa donde nació Manuel Mendigutía y se hospedó Federico Capdevila

También fue Jesús María cuna generosa de bardos y poetas, de pintores y músicos, que le dieron el sesgo natural de su identidad. Teofilito nació en una de aquellas esquinas para invocar el Pensamiento más fecundo de la trova, o pulsar en las cuerdas de la guitarra la melodía del punto y la tonada. Allí fundó el Coro de Clave de la barriada y dejó en el fragor de la comparsa de San Andrés congas antológicas que amenizaron las arrolladeras.

Mas, si la semblanza se escribe a la sombra de la pertenencia habría que mencionar a Oscar Fernández-Morera, el pintor primero de la ciudad, espigando sus pocos años en la casona de los Valle Iznaga, donde su padre administró la fortuna mejor amasada de la región.

A Rafael Cepeda, el famoso monDonguero o a José Fernández, «El planchador», que reorganizó el famoso coro del barrio y a tantos Quirinos con la bemba grande, la pasa dura, sueltos los pies.

Y a María Sixta Valle, hija del “Negro Valle”, conservó hasta su muerte la vocación de tener la bandera cubana acompañando a Changó. Ella había alcanzado los grados de capitana del Ejército Libertador en la guerra grande. (Tomado de Radio Habana Cuba)