Cuba Libre: El nuevo coronavirus y las peores epidemias de los últimos 60 años (+ Podcast)
Tomada de Cubadebate, Radio Santa Cruz publica una emisión especial de Cuba Libre, dedicada a un tema que mantiene en estado de alarma a casi todo el planeta: el nuevo coronavirus.
¿Cuál fue la primera pandemia que azotó la humanidad? ¿Está en juego la supervivencia de nuestra especie? ¿Ha enfrentado Cuba catástrofes de esta naturaleza alguna vez? ¿Cuán vulnerable o fuerte somos para afrontar la amenaza?
Estas y otras interrogantes se responden en este programa de Habana Radio, dirigido y conducido por Ernesto Limia, que Cubadebate publica cada miércoles en formato de podcast.
A través de la línea telefónica, relevantes intelectuales y científicos cubanos acompañarán a Limia. Junto a él, en el estudio, está un compañero de equipo espectacular: Israel Rojas, voz líder de Buena Fe.
👉 Escuche el podcast🎙
No se pierda 🎧
- El diálogo entre el periodista Pedro de la Hoz e Israel Rojas.
- La intervención de Ricardo Riverón, vicepresidente de la Uneac en Villa Clara y uno de nuestros más importantes escritores.
- La explicación de Agustín Lage, fundador del Centro de Inmunología Molecular, y su director general desde 1991 hasta el 2018, en total 28 años. Hoy trabaja como asesor del presidente de Biocubafarma.
- Las palabras del Dr. Luis Herrera Martínez, creador del interferón Alfa-2B, un producto resultante de la ingeniería genética del que mucho se habla en estos días dada su probada efectividad en el tratamiento al nuevo coronavirus por los especialistas chinos.
- El mensaje de Israel Rojas al pueblo cubano.
Resumen de los temas curiosos abordados en el podcast
El episodio epidemiológico más violento que recuerda la humanidad se remonta al medioevo: una pandemia de Peste Negra o Bubónica —como también se le llama—, enfermedad bacteriana aguda de los roedores que provoca la Yersinia pestis, bacteria transmitida de un roedor a otro y de estos al hombre mediante la picadura de ejemplares infectados de la pulga común de la rata. Su primera descripción se registró en Egipto, en el 542 de nuestra era, y no alcanzó proporciones catastróficas hasta el siglo xiv. ¿Sabe usted dónde se inició el brote? En China y en 1347 llegó hasta Europa —entonces con una población en torno a los 100 millones de habitantes. Le hago una segunda pregunta: ¿Conoce cuál fue su puerta de entrada? Italia. Y a un ritmo vertiginoso se propagó a España, Francia, Gran Bretaña, Grecia y Europa Central. Las principales urbes de la época en el Viejo Continente: Florencia, Venecia, París, Avignon y Londres, se conmocionaron. Desde 1347 hasta 1353 —o sea, en seis años— fallecieron 25 millones de europeos, un cuarto de su población.
¿Cuándo afrontó Cuba su primera epidemia? ¿Cómo entró al país? ¿Cuál fue su impacto?
Hacia mediados del siglo xvii, se consolidó una próspera ruta triangular de comercio entre La Habana, Islas Canarias y África, utilizada por los habaneros para abastecerse de bienes y esclavos burlando el fisco real en contubernio con las autoridades locales. Con sus diez mil habitantes la capital de la mayor de las Antillas se había convertido en la ciudad con más alto índice de incremento poblacional en el Nuevo Mundo. Nada hacía presagiar una catástrofe, hasta que una epidemia de fiebre amarilla —o Vómito Negro como se le llamaba en la época— azotó Nueva España (Hoy México). La enfermedad producía un intenso dolor de cabeza y en todo el cuerpo, fiebre alta y vómitos de sangre negruzca y fétida. A no pocos enfermos se les caían las cejas o el cabello. En la capital cubana los focos de propagación del mosquito Aedes aegypti, su agente transmisor, eran abundantes: lo que hoy es la hermosa Plaza de la Catedral, era en aquel minuto una ciénaga, y el acueducto no satisfacía la demanda. Sus moradores estaban obligados a almacenar agua en depósitos y a tener aljibes en las casas para recoger toda el agua de lluvia posible, tan prolífera en larvas de mosquitos. Por tanto, estaban presentes las condiciones propicias para lo peor. A sabiendas de lo que ocurría en la península de Yucatán, en 1648 el capitán general de la Isla impidió desembarcar a la tripulación de una nave procedente de Campeche, donde el Vómito Negro causaba particular estrago.
En 1649 al capitán general no le fue posible cerrar la rada capitalina a la Flota de Nueva España de tránsito hacia la península Ibérica y la enfermedad llegó a bordo de sus naves. Murieron 562 personas —443 entre los meses de julio y agosto. Fue la más grande catástrofe natural conocida hasta esa fecha y los habaneros se aterrorizaron. Su impacto, padecido de manera benigna o aguda por casi todos los habitantes de la ciudad, provocó que las muertes parecieran más numerosas de lo que en realidad fueron. En casas de familias grandes apenas quedó alguien para socorrer a los infectados por estarlos todos al mismo tiempo. Oficiales reales, sacerdotes, escribanos y médicos se contagiaban mientras enfrentaban la epidemia, por no abandonar sus tareas. Luego de asolar La Habana se extendió al resto del país. Nuevos brotes sobrevendrían una y otra vez hasta que a fines del siglo xix, tras dos décadas de investigación el epidemiólogo cubano Carlos J. Finlay Barrés identificó su agente transmisor: la hembra del mosquito Aedes aegypti, y junto con ello trazó las pautas adecuadas para erradicar su propagación, propiciando la virtual eliminación de la fiebre amarilla en La Habana, en 1901, como resultado de una campaña dirigida por el médico militar estadounidense William Gorgas, quien instrumentó las recomendaciones de Finlay.
¿Conoce cuáles son las peores epidemias llegadas a Cuba en los últimos sesenta años?
Hablaremos primero de la Fiebre Porcina Africana, provocada por un virus contagioso y letal descubierto en Kenia en 1910, que infecta solo a cerdos y no se transmite a los humanos. Hasta finales de la década de los 50 se ciñó solo al sur del Sahara, pero en 1957 se extendió a Europa. Entró por Portugal, antes de invadir Italia, Francia, Holanda y Bélgica. Sin que existiera ningún brote ni foco en el Hemisferio Occidental, fue detectada en la zona rural de La Habana en junio de 1971. Granma lo anunció el día 23.
Usted se preguntará: ¿Y cómo entró a Cuba? Virólogos canadienses, españoles y soviéticos se unieron a los especialistas cubanos para estudiar la epidemia, al tiempo que se establecía una franja de seguridad sanitaria de 4 km de ancho a lo largo de los límites entre La Habana y Pinar del Río. Todos los cerdos existentes en esa área en la que se detectaron 36 focos, debieron sacrificarse: en total, 470 554; de ellos 45 706 fueron incinerados y 424 848 pudieron aprovecharse por la industria. Las pérdidas ascendieron a 10 027 536.15 dólares. Las pesquisas, estudios de campo e investigaciones forenses permitieron establecer que se trataba de un atentado de lesa humanidad, mas no existía forma de probarlo.
¿Cómo denunciar un hecho que a todas luces se revelaba como una acción de la CIA? Habría que esperar, aunque en verdad no tanto. El 10 de enero de 1977, Newsday brindó la respuesta. Bajo el título El vínculo de la CIA con la fiebre porcina en Cuba, un artículo de esa revista neoyorkina sacó a la luz las confesiones de un exoficial de la agencia: en marzo de 1971, en Fort Gulik, base militar yanqui en el Canal de Panamá, este individuo recibió el virus de la Fiebre Porcina Africana en un contenedor sellado y sin etiqueta, con instrucciones de entregarlo a un terrorista cubano que operaba en Miami. Este individuo abordó una lancha pesquera que lo llevó hasta un punto en las afueras de Bocas de Toro, en la propia Panamá, y le entregó el contenedor con el virus al contacto asignado.
¿Cómo lo introdujo este último en la Isla? Regresemos al brote de Fiebre Porcina Africana introducido en Cuba en 1971. El terrorista cubano que recibió de manos del oficial de la CIA el contenedor sellado con el virus de la Fiebre Porcina Africana partió de inmediato rumbo a Navassa, pequeño islote entre Jamaica y Haití; luego de una breve escala navegó cien millas al norte, hasta la Base Naval en Guantánamo. Allí lo entregó…
Nadie le dijo a quién respondía, pero no era bobo. Conocía el terreno que pisaba. “A nosotros nos pagaron bien por esto, los grupos de exiliados cubanos no tienen esa cantidad de dinero […]. En un caso así, sin embargo, ellos [se refiere a los oficiales de la CIA] darían siempre una negación plausible”, declaró al articulista de Newsday. Tres años después, en enero de 1980, otro brote —esta vez iniciado en Guantánamo— causó estragos en toda la parte norte oriental. Para entonces el virus había sido manipulado en laboratorio. Debieron sacrificarse 297 037 cerdos en Guantánamo, Santiago de Cuba y Holguín. ¿Se limitó la CIA a atentar contra la masa animal cubana? Claro que no, a mediados de diciembre de 1980 sus agentes volverían a las correrías del bioterrorismo.
En diciembre de 1980 aparecieron tres focos de dengue serotipo 02 —en su variante hemorrágica y con síndrome de shock, la más grave—, sin relación entre sí en La Habana, Cienfuegos y Camagüey. La enfermedad se extendió como fuego sobre pólvora hasta alcanzar 116 143 personas hospitalizadas en tres meses. El 6 de julio de 1981 se llegó a la cifra récord de 11 400 nuevos casos en un día. Fue necesario convertir escuelas en hospitales y cortar la cadena transmisora con aislamiento.
El último caso se registró el 10 de octubre. En total se enfermaron 344 203 cubanas y cubanos; 24 000 sufrieron hemorragia y 10 312 estuvieron en estado grave. Unidades de cuidados intensivos llegaron a tener a un mismo tiempo 20 niños en shock y, además, con vómitos de sangre. La enfermedad oscilaba entre tres y siete días; casi siempre entraban en shock al cuarto y 24 horas más tarde sobrevenía la muerte. Eran niños sanos y bien nutridos. Nuestro personal de salud no se daba un minuto de descanso. Médicas y médicos, enfermeras y enfermeros, andaban ojerosos, sin dormir, empeñados en arrancar caso a caso de las garras de la muerte. Se produjeron 158 decesos; 101 fueron niñas y niños de entre 0 y 14 años de edad. La OMS declaró sin precedentes en la historia del dengue la epidemia de Cuba; la calificó como el caso más grave y significativo registrado en el mundo. La Administración Reagan persiguió con saña cuanta gestión realizó Cuba para adquirir plaguicidas, larvicidas y otros productos destinados a su combate. Hubo que traer los recursos por vía aérea desde Europa y Japón, con costos de transportación de 5 000 dólares por tonelada —tres y media veces más que el costo de los propios productos. Las pérdidas del país se cuantificaron en 103 millones de dólares.
La verdad no demoró en salir a flote. En un artículo publicado en Cover Action en 1982, el abogado estadounidense Bill Schaap responsabilizó a la CIA. Dos años más tarde, el 10 de septiembre de 1984, Eduardo Arocena, un agente CIA que militaba en la organización terrorista ALFA-66, confesó ante una Corte Federal en Nueva York que lo juzgaba por el asesinato del diplomático cubano Félix García Rodríguez, haber participado en la introducción del dengue en Cuba, en 1981. Nada sucedió. Los responsables de la muerte de 101 niñas y niños continuaron disfrutando de impunidad, al igual que quienes atentaron contra la vida de nuestros principales dirigentes; asesinaron o pusieron bombas en lugares públicos y fueron recibidos en la Florida como héroes; o volaron un avión de Cubana con 73 pasajeros a bordo, por citar solo algunos ejemplos.
COVID-19: Un mundo en cuarentena
Li Wenliang, un médico de la ciudad china de Wuhan, en la central provincia de Hubei, advirtió los primeros casos de coronavirus entre el 12 y el 29 de diciembre de 2019. Varios pacientes manifestaban síntomas similares al Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS por sus siglas en inglés). La OMS registró los primeros infectados 48 horas más tarde, en víspera del año nuevo. El 7 de enero de 2020, las autoridades del Gigante Asiático confirmaron la existencia del nuevo coronavirus en esa urbe de once millones de habitantes. No habían pasado 48 horas cuando se registró la primera muerte. El 13 de enero Tailandia reportó un caso: un chino recién llegado de Wuhan; el 16 de enero Japón declaró otro: un japonés que había estado en Wuhan.
Comenzaba la crisis que hoy tiene a más de la mitad del mundo en cuarentena, agudizada por una globalización neoliberal responsable de dejar en condiciones precarias los sistemas de salud de la mayor parte las naciones del Planeta, incluidas no pocas del llamado Primer Mundo. La manera en que se ha manifestado en Estados Unidos, Italia, España, Francia, Gran Bretaña y Holanda —por citar los ejemplos más llamativos, lo pone de manifiesto. Aunque en los tiempos que corren los avances científicos resultan impresionantes, este coronavirus ha puesto de manifiesto cuán vulnerable resulta la especie humana. En tres meses se extendió a 175 países con 934 825 personas infectadas, 693 647 casos activos y 47 189 muertos. Esas cifras crecen incontenibles y las unidades de cuidados intensivos de todo el mundo reportan 35 478 pacientes en estado crítico (5% del total de quienes se infectan). Y estos guarismos no son reales. ¿Cuántas personas sin recursos o seguro médico están infectadas, muriendo en este mismo minuto dentro de sus casas o en la calle como consecuencia de que las clínicas y hospitales privados no abren sus puertas si no tienes dinero, incluso en Estados Unidos, desde hace una semana epicentro de la pandemia con 214 639 personas infectadas —de ellas, 200 662 casos activos—, 5 099 fallecidas y 5 005 en terapia intensiva? Tomemos para este análisis al país más rico de la Tierra, al imperio más poderoso que ha conocido la historia universal.
La COVID-19 en Estados Unidos y la trágica predicción
Regresemos a un tema que para muchos resulta poco conocido y por ello no se explican los alarmantes efectos de la COVID-19 en Estados Unidos: más de 30 millones de estadounidenses carecen de seguro médico. A ellos se suman los indocumentados, que oscilan entre 10 5000 000 y 12 000 000 —un 3.6% del total de la población. Y basta de decir que México es el responsable la emigración ilegal debido al cruce de aztecas y centroamericanos hacia el norte, pues desde 2010 la principal vía de emigración ilegal a Estados Unidos no son los cruces transfronterizos; es la permanencia en el país tras el vencimiento de los visados. El 62% de los indocumentados llegó en busca del “sueño americano” con un sello de permiso en su pasaporte y cada vez crece más el número de los que proceden de Corea del Sur, la India y Brasil. La sumatoria de estas dos categorías —o sea, quienes no disponen de seguro médico y los indocumentados, que por supuesto tampoco lo tienen—, pone de manifiesto la ausencia de capacidad de atención sanitaria sobre una franja de 40 millones de personas; mientras otros 40 millones solo acceden a planes deficientes mediante copagos y seguros de costo tan elevados, que únicamente cubren pequeñas atenciones. Estados Unidos tiene 332 896 716 habitantes; por tanto, esos 80 millones de personas representan el 24% del total —es decir, un cuarto de la población.
Es tan grave la amenaza que Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, participó a CNN que millones de personas pudieran llegar a infectarse con el coronavirus en su país y el número de muertes podría fluctuar entre 100 000 y 200 000. Es tanto el peso científico de Fauci, que a Trump no le quedó otro remedio que confirmar la trágica predicción.
(Tomado de Cubadebate)