Estados Unidos, el mayor terrorista del mundo
Si de algo hemos aprendido los cubanos en este más de medio siglo de libertad revolucionaria, martiana y socialista, es del odio de los gobernantes yanquis, traducido en la criminalidad de los ataques terroristas de que han sido víctimas la población de la Isla y amigos extranjeros, incluyendo las agresiones bacteriológicas contra personas, cultivos y animales.
Es por ello que, a 13 años de la barbarie contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, el pueblo de Cuba sufre, junto al estadounidense, las consecuencias de tan siniestra acción, cuya génesis empañada por un velo, no obstante los años transcurridos.
Los atentados causaron más de 6 000 heridos, la muerte de 2 973 personas y la desaparición de otras 24, resultando fallecidos igualmente los 19 terroristas.
Se ha publicado que “las acciones terroristas fueron cometidas por integrantes de la red yihadista Al Qaeda, divididos en cuatro grupos de secuestradores en igual número de naves, cada una de ellas con un terrorista piloto que se encargaría de dirigir el avión una vez ya reducida la tripulación de la cabina.
“Los aviones de los vuelos 11 de American Airlines y 175 de United Airlines fueron estrellados ambos contra las Torres, el primero contra la torre Norte y el segundo poco después contra la Sur, provocando que ambos rascacielos se derrumbaran en las dos horas siguientes.
“El tercer avión secuestrado pertenecía al vuelo 77 de American Airlines y fue empleado para ser impactado contra una de las fachadas del Pentágono, en Virginia. El cuarto avión, referente al vuelo 93 de United Airlines, no alcanzó ningún objetivo al estrellarse en campo abierto, cerca de Shanksville, en Pensilvania.”
En todos estos años nada se ha dicho, no obstante las reiteradas interrogantes, sobre qué ha sido de los restos del supuesto avión estrellado contra la fachada del Pentágono, por lo que sigue sin develarse el tupido entramado de esta historia que llenó de luto y secuelas a una gran parte de los neoyorquinos y a otras muchas personas en el mundo.
Además del lamentable saldo fatal de la acción y sus efectos en el orden emocional y psíquico, se desató una escalada del terrorismo de Estado encabezada por el Gobierno norteamericano que dura hasta nuestros días, pues tras la fachada de una lucha sin cuartel contra ese flagelo se han cometido y cometen en la actualidad atrocidades lideradas por los yanquis en diversas partes del universo, principalmente en el árabe.
También un 11 de septiembre, pero de 1973, el terrorismo alentado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) puso fin al Gobierno de la Unidad Popular en Chile, con el fin de instaurar una dictadura militar que respondía a los intereses yanquis, la cual desató una brutal represión cuyos resultados en número de muertes -encabezadas por su presidente constitucional, Salvador Allende- aún no han podido establecerse.
A partir de ese momento se origina un vertiginoso ascenso de la Operación Cóndor, rectorada por la CIA de los Estados Unidos en las décadas de 1970 y 1980, para la coordinación con las dictaduras de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, y la participación eventual de Perú, Colombia, Venezuela y Ecuador,
El plan Cóndor se constituyó en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado, que instrumentó el asesinato y desaparición de decenas de miles de opositores a las mencionadas dictaduras, la mayoría de ellos pertenecientes a movimientos de la izquierda política.
Por supuesto, Cuba no escapó a la criminalidad terrorista de tan funesta alianza, pues al asistir a Nicaragua en su campaña de Alfabetización, los maestros cubanos se convirtieron en blanco de los actos de terror de la Operación Cóndor.
No cabe dudas que la historia de los gobiernos de Estados Unidos está llena de atrocidades, y si la voladura del acorazado Maine dio pie a la intromisión norteamericana en la conflagración prácticamente ganada por los patriotas criollos a los colonialistas españoles en el siglo XIX, el sabotaje al barco francés La Coubre en el XX abrió un nuevo y siniestro capítulo de la guerra no declarada contra los cubanos.
Otro matiz de ese proceder es el del gran cinismo con que las autoridades norteamericanas han desclasificado operaciones encubiertas contra la mayor de las Antillas, y aunque no todas han incluido cargas dinamiteras, o bandas de facinerosos como las derrotadas por las milicias populares en el Escambray y otras zonas cubanas, igualmente han contribuido al afán de exterminio del proceso revolucionario y socialista que respalda la inmensa mayoría del pueblo.
No han resultado menos genocidas capítulos del bloqueo económico, comercial y financiero destinados a prohibir la adquisición de principales compuestos medicinales para tratar el cáncer u otros letales padecimientos en niños y adultos, o no permitir acceder a equipos y tecnologías de la salud o a determinados alimentos, imprescindibles para la vida.
Los cubanos hemos sufrido en nuestra propia carne los letales efectos del terrorismo, pues esa arremetida que supera los 50 años ha costado a Cuba la vida de más de 3 000 de sus hijos y unos 2 000 lesionados, como consecuencia de diferentes y bestiales modalidades.
Claro, esa barbarie nunca ha sido titular de la gran prensa a sueldo del Imperio ni motivo de plegarias para su detención o condena en misas o liturgias religiosas en Norteamérica u otros lugares del mundo, donde ordena y manda el amo terrorista yanqui. Por Pedro Paneque Ruiz/Radio Cadena Agramonte. (Fotomontaje: Cubadebate)